En una clase de segundo de la ESO tengo a un niño de etnia gitana. Habitualmente no se trae el libro de texto ni casi material para trabajar en el aula. Pero eso no es lo peor. En cualquier momento se pone a cantar, emulando a Camarón de la Isla, dando golpes en la mesa. También, cuando le viene en gana, se levanta y da paseos por la clase o se pone a hablar en voz alta de cualquier cosa que se le pase por la cabeza. Su nivel académico ronda tercero de primaria, de modo que noto, muchas veces, que cuando le hablo no me comprende bien. ¿Qué puedo hacer con él?
Es una idea muy bonita hablar de una educación universal, de todos y para todos, en la que tu raza, religión o situación social y económica no son obstáculo para ser educado. Es fantástico hablar de integración y multiculturalismo, de una educación plural que no excluye a nadie. Todo es muy bonito. El político hincha sus pulmones y no deja de recitar a viva voz el gran logro que se ha conseguido en España, el orgullo de una educación pública de calidad que ha desterrado para siempre el racismo, la xenofobia o el clasismo propios de la educación privada. Todo mentira.
Los gitanos, debido a las peculiaridades de su idiosincrasia cultural, no han conseguido integrarse en la sociedad (en esto también tenemos algo de culpa los payos). Tienen sus propias reglas, su propia forma de ser que choca constantemente con la nuestra y crea problemas de convivencia. Nuestro maravillosamente integrador sistema educativo coge y, a alguien que ni siquiera está integrado en la sociedad, lo planta en mitad de una clase. Recordemos que un aula es un sitio donde impera una gran normatividad (los tiempos, espacios y conductas están muy pautados), tanta que, en la mayoría de los casos, es mucha incluso para los alumnos bien integrados. Evidentemente, el niño gitano no encaja allí, está como un caballo en una cacharrería, y es prácticamente imposible que interiorice toda la normatividad que los otros niños llevan aprendiendo desde su nacimiento. ¿Qué se podría hacer?
Para que ese niño funcionara necesitaríamos, en primer lugar, a un profesorado formado en temas de integración social (cosa en la que ni yo ni mis compañeros hemos sido si quiera informados), y en segundo, la colaboración conjunta y coordinada de trabajadores sociales, psicólogos, pedagogos, fiscalía de menores, etc. Seguramente que ese niño no debería estar en esa clase, sino en una diferente con profesionales que pudieran atenderle como se merece, pero entonces mi querido político hablaría rápidamente de discriminación racista y quedaría muy bien en la foto del periódico.
Una educación universal e integradora es una idea muy bonita. Nadie en su sano juicio podría poner objeción alguna. Sin embargo, existe una muy fuerte: conseguirla no es algo gratuito, no basta con hablar de ella en un mitin. Integrar es algo difícil y costoso para lo que hay que poner muchos medios. Pero claro, sale mucho más barato decir en la tele que en España nuestra educación es maravillosa y plantar a cualquier niño, sean cuales sean sus problemas y necesidades, en medio de una clase con otros treinta.
Éste ha sido uno de los grandes errores del socialismo y una de las principales razones por las que la LOGSE ha sido un rotundo fracaso. Se confunde igualdad de oportunidades con igualitarismo. Se cree que la igualdad consiste en que todo el mundo esté en la misma clase como si todos los problemas que eso conlleva fueran a solucionarse por arte de magia. Para que la LOGSE funcionara hacia falta no sólo una ley, que podría tener sus virtudes y defectos, sino unas infraestructuras adecuadas y una serie de cambios sociales y culturales que la acompañaran. España no estaba, ni de lejos, preparada para un cambio tan grande en dos días.
Por cierto, a mi niño lo expulsaron del centro la semana pasada (la única solución que parece dar tan integrador sistema). Hemos estado más tranquilos en clase sin él, pero a mi me embarga cierta tristeza. Para cuando vuelva le he comprado una caja de lápices de colores y estoy preparando algunas actividades que puedan ser adecuadas a su nivel, aunque dudo mucho que las haga o que le sirvan para algo. En clase siempre le pregunto para que nos cuente algo e intento preocuparme por su vida, y cuando hablo con él le aconsejo que sea tolerante o que use el diálogo para resolver sus problemas. No sé si mis palabras significarán algo en su cabecita pero de lo que estoy casi seguro es que ese chico está condenado irremisiblemente a la exclusión social.
Y para mi idolatrada María Dolores de Cospedal, en otras clases tengo a un niño marroquí, a otro chino, varios sudamericanos y una australiana que no habla ni papa de español. Doy clase a más de doscientos alumnos, cada uno con sus propios problemas y necesidades. Sin duda, una educación de calidad.
Vaya, abrimos los ojos?
Pues ese problema que tienes no es nada. Sé otros casos. Ponte en lugar de un profesor de la ESO que da clase a niños de 15 años, entre ellos algún senegalés de más de metro ochenta y cuyo desarrollo físico va muy por delante de su desarrollo mental. Digamos que varios profesores se han tomado la baja por depresión, y aquellos días en los que al figura no le apetece aparecer por la clase… es un alivio parangón. Y lo peor es que esa clase ya está perdida por que ya se sabe que todo lo malo se pega, y los imitadores aparecen como setas.