Imaginemos, sub specie aeternitatis, a Droctulft, no al individuo Droctulft, que sin duda fue único e insondable (todos los individuos los son), sino al tipo genérico que de él y de otros muchos como él ha hecho la tradición, que es obra del olvido y de la memoria. A través de una oscura geografía de selvas y ciénagas, las guerras le trajeron a Italia, desde los márgenes del Danubio y del Elba, y tal vez no sabía que iba al Sur y tal vez no sabía que guerreaba contra el nombre romano. Quizá profesaba el arrianismo, que mantiene que la gloria del Hijo es reflejo de la gloria del Padre, pero más congruente es imaginarlo devoto de la Tierra, de Hertha, cuyo ídolo tapado iba de cabaña en cabaña en un carro tirado por vacas, o de los dioses de la guerra y del trueno, que eran torpes figuras de madera, envueltas en ropa tejida y recargadas de monedas y ajorcas. Venía de las selvas inextricables del jabalí y del uro; era blanco, animoso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol. Ve un conjunto que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaría compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal. Quizá le basta ver un solo arco, con una incomprensible inscripción en eternas letras romanas. Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania. Dorctulft abandona a los suyos y pelea por Ravena. Muere, y en la sepultura graban palabras que él no hubiera entendido:
Contempsit caros, dum nos amat ille, parentes,
Hanc patriam reputans esse, Ravenna, suam.
Muchísimas cosas que decir en este tan rico como precioso escrito de Borges (Historia del guerrero y de la cautiva en El Aleph):
1. Cuando hacemos historia solo podemos limitarnos a analizar personajes genéricos, estereotipos más o menos precisos de una época, categorías más o menas estrechas… El sujeto individual nos está siempre vetado, ergo la historia es, en último término, imposible. Resignémonos a una buena aproximación.
2. Dorctulft era «leal a su capitán y a su tribu, no al universo». Así es, las ideas de «humanidad», «cosmopolistismo» o «moral universal» son muy modernas en ambos sentidos de la palabra: llegan tarde en la historia (siempre en culturas muy avanzadas) y se desarrollan plenamente en la modernidad. Los bárbaros siempre son nacionalistas.
3. Cuando observa Ravena ve «un conjunto que es múltiple sin desorden». Criado en ciénagas y selvas, y poblados caóticos de cabañas y penumbra, jamás ha visto algo tan complejo y ordenado como una ciudad romana. Algo radicalmente sorprendente para sus bárbaros ojos: orden, geometría, arcos, rectas, realidad matematizada… ¡Qué extravagancia!
4. «Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaría compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal.» A Dorctulft Ravena no le parece bella. Nunca le han educado para apreciar tal tipo de belleza. Ravena le parece extraña, complicada, incomprensible, inconmensurable… obra de unos dioses que no son los suyos. Estamos en el momento de 2001: Odisea del espacio, cuando los simios encuentran el monolito o, cuando Kris Kelvin llega a la estación del Solaris de Lem.
5. «Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania». Y Dorctulft sale de su barbarie, rompe con su tribalismo y reconoce el valor de lo universal. La cultura romana es superior a la suya, es mejor, y merece defenderse si es preciso con la vida. No hay una absoluta inconmensurabilidad entre la barbarie y la civilización, puede darse el salto.
6. ¿Y qué es sino la educación sino eso: pasar progresivamente de la barbarie a la civilización, de lo particular a lo universal? Un alumno de primero de la ESO observará como inconmensurable, al igual que Dorctulft, una integral, la química órganica o el mito de la caverna. Sin embargo, poco a poco, instruyéndose, llegará a asimilar esas ideas, a entenderlas y tratarlas como suyas y, confiemos en Dorctulft, a defenderlas si es preciso, como el germano defendió Ravena.
Felicidades por esta reflexión tan clara, tan soberbia de tan ejemplar.
Yo que admiro, disfruto, pienso, reflexiono y vivo con la obra del Maestro Borges, me ha parecido cálido y aleccionador este enfoque, este desarrollo que ha hecho.
Enorme empresa para cada uno de nosotros, el pasar de la barbarie o la inconsciencia, que yo igualo a lo personal, a lo individual a: «lo mio, mi mundo, mis intereses, mis pertenencias, mis aspiraciones, mis metas, …»; a lo colectivo, a lo comunitario, a lo social.
En otras palabras, creo y pienso que muchas personas estamos ambrientos, sedientos, anhelantes de participar en nuestros gobiernos y administraciones públicas, de forma constructiva, pero hasta el momento no tenemos las herramientas, las habilidades, la formación. Creo que estos medios nos empiezan a dar la mano.
Alonso:
Muchas gracias. Y efectivamente: un importantísimo paso de la barbarie a la universalidad, de lo propio a lo social, es la participación política. Un paso, quizá hoy, más crucial que nunca.