Dentro de mí hay otro yo

Publicado: 10 marzo 2023 en Filosofía de la mente, Neurociencias
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El neurocientífico Mel Goodale realizó una serie de experimentos muy sugerentes. En la imagen vemos la famosa ilusión óptica de Ebbinghaus (también conocida con el nombre de ilusión de Titchener). Ambos círculos centrales son idénticos pero ante nuestra consciencia aparecen diferentes. Esto sirve para demostrar cómo el contexto influye drásticamente en nuestra forma de percibir cualquier objeto. En el experimento de Goodale se ponían unos discos de, aproximadamente, el tamaño de una ficha de poker como círculos centrales. Entonces, después de preguntar a los sujetos experimentales qué disco se veía más grande y comprobar que fallaban, cayendo en la ilusión de Ebbinghaus, se les pedía que cogieran ambos discos. Mediante un dispositivo optoelectrónico se medía la apertura entre el pulgar y el índice antes de coger la ficha. Sorprendentemente, se comprobó que la distancia era similar para ambos discos, es decir, que a pesar de que el sujeto consciente percibía los discos de diferente tamaño… ¡La mano actuaba como si fueran iguales! A pesar de que mi yo consciente era engañado, algo inconsciente dentro de mí no lo era.

Este experimento se suma a la perspectiva de los ya clásicos de visión ciega, o de cerebro escindido, que no hacen más que subrayar una idea: estamos repletos de mecanismos inconscientes que actúan, como mínimo, sin nuestro permiso. A mí me gusta decir que dentro de mí tengo otro yo, una especie de «perro fiel» o de «ángel de la guarda», un «dispuesto mayordomo» que hace las cosas por mí cuando yo no estoy pendiente. Es el que, con notable habilidad he de decir, sabe en qué posición está cada letra del teclado cuando estoy escribiendo estas líneas con cierta velocidad. Si paro de escribir y me pongo a pensar dónde está la «t» o la «v» o, al lado de que otras letras están, sencillamente, no lo sé, o, al menos, no lo sé con la suficiente exactitud como lo saben mis dedos al teclear. Es mi otro yo el que se quedó con la copla en mis pesadas clases de mecanografía a las que mi yo consciente odiaba ir, y ahora está rentabilizando aquella penosa inversión de mis padres. Pero no solo me ayuda a teclear, también es el que trae las palabras y, de alguna manera, las coloca. Cuando escribo no tengo que pensar la concordancia de género y número entre el sujeto y el adjetivo, ni pensar en el tiempo verbal adecuado… ¡No tengo que saber nada de gramática! Es mi otro yo el que se encarga de todo. Es como si fuera una secretaria a la que le estoy dictando una carta, pero no se la dicto literalmente, sino que le digo las ideas que quiero expresar y ella se encarga de transcribirlas a texto ¿No os ha pasado tantas veces que quieres decir algo pero no sabes como expresarlo? Tu yo consciente tiene una idea pero aquí tu otro yo no sabe cómo expresarla. Aquí tienes que ayudarle.

Aunque suene muy friki, llamaré a mi otro yo «Chuck».

Es psicológicamente reconfortante. Cuando estoy muy nervioso porque tengo que afrontar alguna adversidad, siento que no estoy solo, que tengo otro conmigo que, además, es bueno donde yo no lo soy. Chuck va a encargarse de las cosas pesadas para dejarme a mí libre. Parpadea cuando mis ojos se secan, respira, quita la mano cuando me quemo, me rasca, controla la dirección, los pedales y las marchas del coche mientras yo discuto con mi mujer, controla la posición de mi cuerpo y la tensión de mis músculos mientras camino, pone la lengua en los distintos lugares de mi boca para ejecutar los gráciles sonidos que emito al hablar… ¡Hace muchísimas cosas!

Podemos también entenderlo como nuestra intuición, esa corazonada que nos dice que no nos fiemos de tal persona aunque no existan razones objetivas para hacerlo. O lo contrario, Chuck es quien hace que nos guste estar con esa otra… ¿No será él quién nos dice de quién nos enamoramos? ¿No será él quién sabe hacer una lectura de la calidad genética de otra persona y lanza las flechas de Cupido en esa dirección?

En ocasiones, cuando estoy dando una clase que ya he impartido infinidad de veces, soy capaz de dejarle parcialmente el control. Mientras estoy explicando en la pizarra la metafísica cartesiana por quincuagésima vez, puedo pasarle a Chuck el micrófono mental y que sea él el que continúe con la clase mientras yo pienso en otras cosas. No obstante, he de reconocer que solo lo consigo durante breves lapsos de tiempo, y que tengo que volver al volante enseguida. Chuck puede decir cosas de memoria, pero cuando hay que hilar una argumentación se pierde enseguida.

En el capítulo cuarto de la sexta temporada de la maravillosa Rick y Morty (serie que recomiendo encarecidamente, tengas la edad que tengas comprobarás que es una obra de arte), Rick trae consigo un sonambulizador: un aparato en el que programas por el día a tu yo nocturno, a Chuck, para que «se despierte» mientras tú duermes y haga la tarea que tú le encomiendes. Rick lo programa para hacer abdominales y así, sin ningún tipo de esfuerzo consciente, Rick goza de una marcada tableta de chocolate. Así, el yo nocturno de Summer estudia inglés, el de Beth práctica la trompeta, y el de Jerry, idea genial donde las hubiere, se cartea con su yo diurno ¡Imaginad las posibilidades! ¡Se acabó el coñazo de salir a correr y de ir al gimnasio! ¡Se acabó estudiar para los exámenes! ¡Se acabó limpiar la casa, ordenar el cuarto, poner la lavadora! ¡Todo se lo encargamos a nuestros yo nocturnos! Lo maravilloso del capítulo es que los esclavos pronto dejarán de serlo…

Desgraciadamente no existe nada parecido y los intentos de hipnopedia, tan bien narrados por Huxley en su Mundo Feliz, han fracasado. Por mucho que, mientras duermes, te pongas los auriculares y te repitas en bucle una grabación del tema de historia que cae para el examen , ni tu Chuck ni tú os quedaréis con nada. No funciona. Pero imagina las posibilidades de investigación: ¿y si consiguiéramos encontrar la forma de comunicarnos con nuestros chucks? ¿Y si consiguiéramos hackear a nuestro yo consciente para acceder directamente a nuestro otro yo? Ya se ha hecho. Se llama publicidad (o si quieres ser más cool llámalo neuromarketing). Sí, qué le vamos a hacer, pero es Chuck quien tiene más peso a la hora de comprar en Amazon y, obviamente, Jeff Bezos lo sabe desde hace más de un siglo.

A veces pienso, ¿y si Chuck fuera consciente también? O, rizando el rizo un poco más, ¿y si yo soy el Chuck de otra consciencia? Quizá Chuck piensa que no hay nadie más, que él es el que en el fondo manda, y que yo soy solo el inconsciente que le ayuda. O quizá Chuck y yo somos solo dos de un montón más ¿Y si mi cuerpo fueran un montón de yoes conscientes que viven con la ilusión de ser los únicos?

Pensemos que el modus operandi de evolución darwiniana en el ser humano consiste en ir, poco a poco, automatizando las tareas que hacemos con suficiente eficacia. Por ejemplo, nuestra digestión o nuestro sistema inmunitario funcionan excelentemente bien sin ningún control consciente (Sería sugerente pensar en la posibilidad de que pudiésemos controlar nuestro sistema defensivo. Molaría mucho poder decir: ¡Linfocitos! ¡En sus posiciones! ¡Ahora!¡Al ataqueeeee!). Imaginemos que, poco a poco, vamos perdiendo más y más este control porque Chuck se va haciendo más sofisticado realizando más y más labores. Cada vez que aprende a realizar bien un cometido, éste se apaga para el consciente, desaparece. Entonces, pensemos en que, muy poco a poco, quizá durante miles y miles de años, van desapareciendo más y más cosas ¡Dios mío! ¿Se terminaría por apagar la luz de la consciencia del mundo y solo quedarían zombis chalmerianos? No, especulemos (salvajemente) con la idea de que nuestra esfera consciente no disminuye sino que permanece del mismo tamaño. Lo que ocurriría es que sus contenidos se alejarían cada vez más de la realidad cotidiana para centrarse más en sus propios contenidos. Se abandonaría el mundo físico para encerrarse (o abrirse según como se mire) a un mundo puramente mental, a una noosfera, a una región de lejanos ecos de lo que fue lo real que se han ido mezclando entre sí, generando ideas, representaciones, significados nuevos, que ya solo tendrían sentido dentro de ese espacio… de ese lugar que sería puro símbolo, puro sentido sin referencia. Y quizá llegaría un momento en que el hombre no recordara haber estado nunca en la realidad, y seguirá descubriendo y adentrándose cada vez más profundamente ese universo cuasi onírico… ¡Vaya viaje! Esto da para dos o tres relatos de ciencia ficción.

comentarios
  1. esendraga dice:

    Yo lo llamaba mi piloto automático pero tienes razón, es más bien un otro yo. Gracias por la idea.
    Otro Chuck muy bueno es el que te busca las palabra al hablar. O varías opciones de expresar algo y yo elijo la adecuada para el interlocutor o el entorno.
    Ahora que lo pienso, cuando discutimos en serio es Chuck quien toma el control.
    Y en este pequeño relato, es él quien actúa.
    https://esendraga.wordpress.com/2018/05/11/in-extremis

    Saludos

  2. migueldecomillas dice:

    Y si esa chispa interior fuera lo «divino» del ser humano?
    Somos embriones de dios.

  3. Son procesos de imaginación autoorganizativa inconscientes, que pueden hacerse conscientes y trascender la identidad, del espacio y del tiempo. A cada instante estamos comunicados con esa conciencia que permanece oculta y se manifiesta en mil formas.

  4. Mi otro yo (Charlie) me debe odiar, me hace hacer cosas que van contra mi salud, como fumar cuando bebo. Más en serio: no me importaría vivir en una noosfera el 60% del tiempo vital.

  5. GuillermoN dice:

    Lo genial seria vincular de alguna manera a este Chuck con una IA para potenciar su computo. imaginen, el estado conciente se propone una tarea la cual Chuck toma como propia y a su vez esta IA integrada a Chuck lo asiste para que salga incomparablemente mejor, por ejemplo: me propongo lanzar un proyectil con mi mano a un objetivo, luego Chuck realiza todos los procedimientos que encuentra suficientes para darle al objetivo, luego, esta IA toma esos procesos que Chuck considera optimos y los corrige, ¿resultado? el proyectil sale de la mano con el esfuerzo minimo posible e impacta en el objetivo con una potencia imposible de conseguir sin este auxilio. Algo asi se puede ver en la ultima entrega de Resident Evil.

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