Oyendo las declaraciones del señor Wert me he quedado de nuevo perplejo (o no, todo lo contrario, era lo que tristemente esperaba). Al escucharle no me daba la impresión, desde luego, de estar escuchando a un experto en educación, a un curtido pedagogo que saca conclusiones después de años de sufrida práctica docente (y es que nuestro ministro de educación ha estudiado Derecho y Sociología Política, trabajando desde el 2003 para el BBVA, absolutamente nada relacionado con su cargo), ni siquiera a alguien inexperto pero bienintencionado que trata de informarse bien antes de hablar (leanse sus declaraciones sobre los contenidos de los libros de Educación para la Ciudadanía); al escucharle me daba la impresión, lamentable donde las haya, de oír a un político.
Los mismos discursos ideológicos de siempre (cambiar el «manual de votantes del PSOE» que es la Educación para la Ciudadanía) y las mismas medidas extrañas de siempre que no van a la raíz del problema (el extraño y jurídicamente problemático alargamiento del Bachillerato). Nada de hablar de la formación del profesorado, de las elevadas ratios, de la falta de medios y personal, de la excesiva carga lectiva, de la nulidad de la inspección educativa, de la estrechez de la estructura interna de los centros, del deficiente sistema de oposición y de contratación de interinos, de la endogamia universitaria, de la imposibilidad de investigar en España… En fin, nada de alguno de la infinidad de problemas que tiene este gran desastre que es nuestro sistema educativo.
Y, por supuesto, nada de hablar de las dificultades que tenemos para pagar la calefacción, la luz y el teléfono en los centros educativos, de lo complicado que es que te manden a un sustituto a tiempo cuando un profesor se da de baja (los alumnos se pasan meses sin el profe de biología cuando, en Junio, tienen la prueba de acceso a la Universidad), de que hay que pelearse con los compañeros para dar una clase en un aula que tenga un cañón proyector, de que tenemos que controlar minuciosamente el número de fotocopias que hacemos (seguramente de aquí a unas semanas, mis alumnos tendrán que pagarlas de su bolsillo), de que la mayoría de los centros de formación de profesorado desde los que se coordinaba e incentivaba la innovación educativa se están cerrando… nada de hablar de como nuestros colegios e institutos se están pareciendo cada vez más a los de Burundi o Burkina Faso. Y nos decían alegremente que los recortes no tendrían repercusiones en la calidad de la educación…
Supongo que si el señor Wert hubiera preguntado a cualquier docente le hubiera dicho algunas de estas cosas:
1. En primer lugar hay que informarse, hay que asesorarse bien, más cuando uno tiene un cargo de la responsabilidad de un ministro de educación. Antes de tocar nada hay que diagnosticar bien cuáles son los problemas del sistema. Por eso habría que preguntar a docentes, directores, inspectores, padres, alumnos, y demás miembros de la comunidad educativa. ¿No tienen los políticos un montón de bien asalariados asesores? Por ejemplo, se podría encargar a alguna Universidad que hiciera un estudio potente de todo lo que es nuestro sistema, su estructura, componentes y funcionamiento. ¿Muy obvio, no?
2. Luego hay que tener un modelo claro de lo que quiere conseguirse. ¿Qué sistema educativo queremos? ¿Hacía donde queremos ir? ¿Queremos alumnos con una cultura general elevada o especialistas que se incorporen bien a las demandas del sistema laboral? ¿Con un sentido crítico poderoso o trabajadores y disciplinados? En este sentido podemos estudiar modelos que funcionen bien, realizar estudios comparativos y, en función de eso, actuar. ¿Queremos el sistema educativo coreano, el finlandés o el de formación profesional alemán? Si tenemos un buen análisis y unos objetivos claros, entonces podremos tomar medidas, pero dudo mucho que el señor Wert tenga ambas cosas. Es un político.
3. Las medidas habrían de tomarse por encima de las ideologías. Habría que dejar tanta estupidez derechista o izquierdosa, para solucionar problemas reales. El caso de Educación para la Ciudadanía es una gilipollez de proporciones bíblicas. Preocuparse porque en ella se adoctrine es un absurdo porque cualquier profesor, ya sea de filosofía, historia, música o matemáticas, puede decir casi lo que le dé la gana en su aula. Puede adoctrinarse desde cualquier asignatura en cualquier momento. Dejemos ya este debate ideológico que no interesa ni convence a nadie desde hace muchos años y, desde luego, no hagamos víctimas de ello a nuestros hijos y alumnos. Ellos sí que están por encima.
4. Un sistema tan complejo como el educativo obedece a un montón de causas. Sus problemas se dan a diversos niveles que se enraízan en el acervo socio-cultural. Así, problemas como el hiperproteccionismo y la permisividad de los padres hacia sus hijos, la incorporación de la mujer al mundo laboral, la pésima percepción social del funcionariado (fomentada aún más por el PP), la escasa valoración de la cultura y el conocimiento, etc., etc. tienen una gran influencia en el fracaso de nuestros alumnos. Habría que empezar por ahí pero, curiosamente, un sociólogo como el señor Wert no parece tenerlo claro. A mí siempre hay algo que me llama mucho la atención: ¿cómo es posible que si desde la educación infantil hasta el último año de carrera universitaria no hacemos más que pregonar a diestro y siniestro lo importante que es el estudio, casi nadie estudia absolutamente nada cuando no es por obligación académica o profesional? Creo que en la respuesta a esta pregunta puede estar la clave.
5. Que se cambie la legislación educativa cada pocos años es nefasto. Los profesores andamos hartos de tener que cambiar nuestras programaciones y nuestra forma de trabajar en virtud del político de turno. Las editoriales de libros de texto se están arruinando en base a tener que cambiar los contenidos de los libros a cada dos por tres. Para que algo dé resultados hay que dejarlo estar un tiempo. Yo, en mi práctica profesional, he notado mucho como he mejorado a lo largo de los años. Soy mejor profesor que cuando empecé porque con el tiempo he ido puliéndome, he ido probando qué cosas funcionan y qué cosas no o buscando consejo en compañeros más experimentados. Para que una ley educativa funcione, hay que darle tiempo para que lo haga. Y aunque falle, hay que dar tiempo para poder evaluar los resultados, para poder saber qué es lo que falla y actuar en consecuencia. Cosas como añadir dos horas lectivas más de trabajo cuando los horarios están hechos y ya han sido asignados los puestos de trabajo provocando un caos administrativo en los centros o cambiar los temarios de las oposiciones cuando éstas ya han sido convocadas con unos temarios dados son formas de actuar apresuradas y chapuceras que, desgraciadamente, desmienten la fama de buenos gestores de la que los políticos del PP presumen. A mí me da la impresión de que intento trabajar a pesar de los políticos y sus leyes. Y esta impresión es dolorosa: ¡Por favor, déjennos trabajar!
6. En lugar del señor Wert, me gustaría que la ministra de educación fuera alguien parecido a esta mujer. ¿Es algo tan difícil de conseguir?
Véanlo hasta el final, no tiene desperdicio. Me parece un lechado de sentido común tan grande y necesario que no puedo entender cómo las propuestas de nuestros políticos siguen directrices tan diametralmente opuestas… ¿Lo harán a propósito?