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Parece ser muy común en todos los hombres de genio, pasar por épocas de sequía intelectual, épocas aterradoras en las que se piensa que uno ha perdido su don más preciado, su capacidad de crear grandes obras. Evidentemente, si un genio pierde su genio, no le queda nada. Es por ello que esas rachas de esterilidad son especialmente temidas y, cada genio, ha intentado sortearlas de los mas diversos modos, recurriendo a incluso a soluciones impropias de hombres dotados de tal genio (quizá porque, precisamente en esos momentos, no eran genios). Wittgenstein no era una excepción, tal y como nos cuenta Ray Monk a partir del diario de David Pinsent:

Wittgenstein dio en pensar que lo que necesitaba no era diversión, sino mayores poderes de concentración. A este fin estaba dispuesto a probarlo todo, incluso la hipnosis, y se hizo mesmerizar por un tal doctor Rogers. «La idea es ésta», escribe Pinsent en su diario: «es verdad, creo que las personas son capaces de un esfuerzo muscular extraordinario cuanto están en trance hipnótico: ¿entonces por qué no también un esfuerzo mental extraordinario?»

De modo que cuando esté en trance, Rogers le hará ciertas preguntas acerca de puntos de lógica que Wittgenstein todavía no tiene claros (ciertas dudas que todavía no ha conseguido aclarar), y Witt espera ser capaz de verlas claramente. ¡Parece tan descabellado! Witt ha ido dos veces a que lo hipnotizaran, pero solo al final de la segunda entrevista Rogers consiguió dormirlo; cuando lo hizo, sin embargo, lo hizo tan profundamente que tardó media hora en volver a despertarlo completamente. Witt dice que estuvo consciente todo el tiempo – podía oír hablar a Rogers -, pero absolutamente sin voluntad ni fuerza: no podía comprender lo que le decían, no podía hacer ningún esfuerzo muscular, se sentía exactamente como si estuviera anestesiado. Estuvo amodorrado durante una hora después de dejar a Rogers. En conjunto es un asunto maravilloso.

Como no podía ser de otra manera, la hipnosis no fue muy útil al austriaco, quizá nada más que para ahondar en la desesperación ante su vacío mental (que, afortunadamente, fue solo temporal). Y es que la hipnosis no ha demostrado tener utilidad alguna, bordeando siempre ser una práctica pseudocientífica. Ya el mismo Freud, abandonó esta técnica dudando de sus propiedades terapéuticas (y mira que el psicoanálisis, en general, tampoco ha demostrado curar demasiado a nadie). No obstante, como concluye Pinsent, en conjunto, un asunto maravilloso.

Espiar

Cuando, no sin cierto delirio, un fulano decide dedicarse al arte de escribir tiene que enfrentarse a una difícil cuestión: si hay millones de libros escritos, ¿por qué debería contribuir a saturar aún más el mercado editorial? Existen Bernhard, Faulkner, Joyce, Jünger, Orwell, Kafka… ¿por qué alguien iba a perder el tiempo leyéndome a mí estando ellos? Hay suficientes clásicos para llenar cien vidas de lectura… ¿por qué alguien iba a ser lo suficientemente estúpido para elegirme a mí entre tantos genios? El aspirante a escritor tiene que aceptar que la única razón para que su obra se publique y tenga lectores es de índole consumista: los editores han de lanzar novedades, efímeros productos de mercado de usar y tirar, obras en las que el envoltorio es mucho más importante que el contenido. Por eso, y solo por eso, se publican miles y miles de páginas de basura. No importa si nuestro escritor nobel es bueno, pues su obra se perderá en esa gigantesca, informe e indiferenciada bola de papel.

Stanislaw Lem tiene bastante clara la solución:

Hay que organizar con urgencia el Humanity Salvation Found, el Fondo para la Salvación de la Humanidad, con un capital de dieciséis billones paridad oro, con una tasa de interés del 4% anual. El dinero del Fondo servirá para pagar a todos los creadores: inventores, científicos, técnicos, pintores, escritores, poetas, dramaturgos, filósofos y proyectistas, según las normas que siguen: quien no escribe nada, no proyecta, no pinta, no patenta ni propone nada, cobra una remuneración vitalicia de 36.000 dólares al año. Quien practica una de las actividades arriba mencionadas, recibe proporcionalmente menos.

[…] Gracias a este sistema, sólo cometerá un acto de creación un verdadero altruista, un asceta del espíritu que ama al prójimo y no a sí mismo, deteniéndose automáticamente la producción de basura que se vende ahora.

[…] No obstante, el egoísmo se manifiesta tanto en la avidez de pecunio cuanto en la de la fama; para quitarla de en medio, el Programa de Salvación instaurará el anonimato estricto de los creadores, […] Para el caso de una actividad creadora clandestina se establece un sistema de castigos y represiones, incluyendo demandas judiciales entabladas por un organismo especial de Control de Emergencia. Se instituye igualmente un cuerpo nuevo de policía, los llamados Patinantes (Patrullas de Investigación Anticreativas). De acuerdo con el código penal, aquel que clandestinamente escribiera, difundiera, sugiriera e incluso señalara disimuladamente al público cualquier fruto de la creación, deseando obtener gracias a este procedimiento lucro o renombre, sufrirá el castigo de la incomunicación, trabajos forzados y, si reincide, el de reclusión en una mazmorra con cama de piedra y azotes en cada aniversario de la comisión de su delito.

Stanislaw Lem en su relato Perycalypsis, dentro de Vacío Perfecto

Por un camino diferente a la ironía de Lem, la ruina del mercado editorial debido a la ciberpiratería es, casi, una buena noticia. Yo, a todos los autores cuyas obras se encuentran en la sección de librería del Eroski les pagaría gustosamente porque no hicieran nada. Que las editoriales se me adelanten para evitar su ruina es magnífico.

PD.: que conste que a mí me encantaría ser un patinante.

Durante su estancia en Teddington visitaba de vez en cuando, cerca de Dorking, a la madre del profesor Champernowne, quien recuerda que una tarde se presentó en el salón con un par de calcetines blancos que él mismo se disponía a zurcir. Terminado el trabajo, dijo que lo había encontrado muy relajante. La verdad es que zurcía con mucho esmero, e hizo un zurcido realmente primoroso en unos pantalones oscuros, sólo que con hilo blanco o de algún otro color claro. Solía jugar en el jardín de Mrs. Champernowne. En este juego, cada jugador tenía que correr alrededor del jardín después de haber movido, y, si llegaba de nuevo al tablero antes de que hubiese movido su adversario, ganaba un movimiento extra. Su rapidez probablemente compensaba a Alan de no ser demasiado buen jugador de ajedrez. El objeto de este juego era arrojar luz sobre los efectos del ejercicio violento en el funcionamiento del cerebro.

Sara Turing (madre de Turing) en Alan M. Turing (1959)

Estas costumbres podrían estar bien para un niño, pero esto ocurrió sobre 1947, año en el que Turing tenía ya unos treinta y cinco años.

Dos moralejas:

1. Nunca uses hilo claro para hacer zurcidos en ropa oscura.

2. Si juegas al ajedrez contra un rival superior pero físicamente inferior, proponle un experimento para probar los efectos del ejercicio violento en el funcionamiento del cerebro.

HAL, quiero que seas capaz de reconocer las letras del vocabulario mediante tus sensores visuales. Empecemos por la «a». Voy a darte un patrón para que reconozcas los diferentes tipos de aes que puedas encontrarte.

De acuerdo Dave. Introduce el patrón.

Su forma se asemeja a un triángulo.

ERROR. La «a» minúscula suele ser redondeada.

Tiene un hueco aproximadamente en el centro.

ERROR. Por ejemplo, en la imagen de arriba, la tercera y la cuarta «a» de la última fila no tienen huecos en el centro. O la última de todas, que es un hueco toda ella, siendo el relleno su fondo.

Una línea horizontal cruza otras dos líneas aproximadamente verticales.

ERROR. La «a» minúscula no tiene línea horizontal. Igualmente, hay un montón de ejemplos de aes sin línea horizontal en la imagen.

¿Cómo es posible? ¿Cómo puede ser que ya desde niños seamos capaces de identificar todo el abecedario sin dificultad alguna, pero que reconocer simplemente la letra «a» sea uno de los  grandes desafíos de la inteligencia artificial? La respuesta es que estamos muy acostumbrados a pensar con ideas claras y distintas tal como nos enseñó Descartes. Queremos un patrón único que defina límpiamente la letra «a», de modo que el computador la identifique de un modo fácil y 100% seguro.  Queremos algo así como la esencia de la «a». Pedimos demasiado. Seguramente la forma en la que el ser humano identifica letras es mucho menos precisa, más desordenada y funciona por vagas aproximaciones  y tentativas. ¿Por qué en vez de utilizar una única condición y lógica bivalente, utilizamos más condiciones y en diferentes proporciones? ¿Qué tal si probáramos algo así?:

HAL, sigue estos patrones:

Si su forma se asemeja a un triángulo suma un 60% de probabilidades de estar ante una «a», si no resta 30%

Si tiene un hueco aproximadamente en el centro suma un 20% de probabilidades, si no resta 40%

Si tiene una línea horizontal curzando otras dos líneas aproximadamente verticales suma otro 50%, si no resta 30%

Si tiene un rabillo al final suma un 30% si no resta un 5%

Incluso podemos intruducir datos contextuales:

Si está entre dos consonantes hay un 90% de que sea vocal.

Si es vocal habrá un 20% de que sea una «a».

HAL se equivocaría muchas veces (con toda certeza que muchas, ya que los percentiles los he puesto más o menos a bote pronto), pero podríamos ir refinando las condiciones en función de sus aciertos. Sabemos que el cerebro procesa mucha cantidad de información en paralelo y, seguramente, que mucha de esa información será parcial y contradictoria, de modo que, al final, las decisiones sean probabilísticas y, muchas veces, equívocas. ¿No es así como actuamos nosotros en nuestra vida cotidiana? Ya sabemos que nuestro cerebro es un kludge. Pues en esta línea apuntan las investigaciones en visión artificial de las últimas décadas, y quizá sea la forma de afrontar muchos otros problemas dentro de la AI. Señores, si queremos imitar al hombre no hay que construir máquinas perfectas, sino chapuzas que, de modo casi inexplicable, funcionen muy bien.

 

Evolution made us all

Publicado: 7 febrero 2011 en Evolución, Humor, Música
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Visto en Pasa la vida

1. Un chimpancé no pasaría el test a pesar de que no dudaríamos en decir que un chimpancé piensa. Tampoco lo pasaría un programa que jugara al ajedrez o que calculara. El Test de Turing es indebidamente  logocéntrico, en el sentido en que equipara ilegítimamente lenguaje con pensamiento. ¿No existe pensamiento no linguístico?

2. La prueba es absolutamente conductista. A Skinner le hubiera parecido suficiente, pero si no queremos prescindir del concepto de mente, la prueba no vale. Podríamos hacer programas que tuvieran conducta verbal sin que por ello dijésemos que piensan:

Una misión de exploración procedente de un lejano lugar del universo aterriza en nuestro planeta. Aunque sus tripulantes son incalculablemente más inteligentes que los humanos, se muestran deseosos de hablar con nosotros. Un entusiasta investigador de la IA le explica la prueba de Turing a uno de ellos. Con el equivalente alienígena de una carcajada dice que en un momento puede improvisar un computador que la supere. Y lo hace. Después explica cómo ha programado el computador. Un idioma sólo contiene un número finito de palabras. Por tanto, sólo hay un número finito de oraciones que contengan un máximo de, por ejemplo, cien palabras (aunque aquí cualquier número elevado de palabras satisfaría los propósitos del extraterrestre). Se sigue que hay un número finito de conversaciones con dos participantes que contengan oraciones de una longitud máxima de cien palabras (suponiendo que a ninguna de las partes se le permita repetir la misma oración un número indefinido de veces). Cierto que, desde un punto de vista humano la cantidad de esas conversaciones es mareante, pero sigue siendo un número definido, finito. Lo que hizo el alienígena fue construir todas las conversaciones significativas con dos participantes en las que uno, el interrogador, usa oraciones de hasta cien palabras, y el otro, el computador, usa oraciones de hasta cuarenta palabras. Hecho esto introdujo en bloque todas las conversaciones en el programa […]. Cuando el interrogador escribe su primera intervención, Superparry – como llamaban al programa del alienígena- selecciona al azar una de las muchas conversaciones que comienzan de esta forma y escribe la intervención del segundo participante. El interrogador responde, y Superparry selecciona al azar una de las conversaciones que comienzan con las tres intervenciones ya hechas y así sucesivamente.

Jack Copeland, en Inteligencia Artificial

3. La prueba es muy ambigua: ¿cuánto tiempo tiene que estar la computadora engañando a su interlocutor? ¿Todas las preguntas están permitidas? ¿Puedo preguntarle al computador sobre su biografía? Las precisiones que se hagan al respecto son vitales para entender cómo debería ser una máquina que superara el test. Verbigratia, la Eliza de Weizenbaum está programada como si fuera un psicoanalista para centrarse en hacer preguntas y no en dar respuestas. Si la conversación con ella es muy corta y el programa tiene suerte (tres o cuatro preguntas y respuestas) no hay forma de diferenciarla de un humano. Sin embargo, si la conversación es más larga y el interlocutor va buscando las cosquillas a la máquina, Eliza está lejos de superar el test.

4. Sólo se pide que el computador engañe a su interlocutor, ha de fingir que piensa, no pensar realmente. Para construir una máquina que pasara el test podríamos centrarnos en fomentar esa habilidad de engaño más que en diseñar una máquina pensante. Precisamente la Eliza de Weizenbaum está hecha de esta manera. Simular que uno piensa no es lo mismo que pensar. Y no es bueno que nuestros ingenieros diseñen robots únicamente para pasar el test, ya que diseñarán máquinas expertas en mentir, no en pensar.

5. El test no especifica qué tipo de máquina puede superarlo (1). Esto no es una objeción contra el test sino contra aquellos que afirman que una máquina no puede pensar en base a lo que son las máquinas actuales. Es como si pensáramos que con un modelo tecnológico de pesas y poleas podemos llegar a Marte. Seguramente que el modelo de máquina realmente pensante será muy diferente a los modelos computacionales contemporáneos.

La clave del asunto es que todo depende de cómo definamos pensar. Si suponemos que para pensar hace falta autoconsciencia o consciencia de algún tipo, una máquina podría pasar cierto test de Turing sin tener conciencia alguna, mientras que si creemos que pensar es, simplemente, realizar algún tipo de operación lógica sin que haga falta tener consciencia de ella, el ordenador desde el que escribo esto piensa en toda regla aunque no pueda pasar el test. En ambos casos el test de Turing no me dice absolutamente nada de si las máquinas piensan.

La pregunta con respecto a la Inteligencia Artificial debería dejar de apuntar hacia el concepto de inteligencia o conducta inteligente (en el sentido del Test de Turing, de conducta lingüística inteligente). En esta línea de investigación creo que ya se han conseguido logros lo suficientemente importantes para decir que tenemos máquinas con conducta inteligente (a pesar de que todavía quede mucho por hacer). La dirección a seguir (y que ya se sigue desde muchos ámbitos) sería la de hacer máquinas que generaran consciencia. Aquí es donde está el reto, debido fundamentalmente a que no tenemos ni idea de cómo nuestro cerebro la genera: ¿qué mecanismo hace que un complejo sistema de redes electroquímicas den lugar a la consciencia? El camino estará en, a falta de más conocimientos desde la neurología, replicar tales procesos electroquímicos y esperar a ver que pasa. De este modo no sólo podremos diseñar máquinas conscientes, sino que tendremos un fantástico campo de pruebas experimental para entender qué es la misma consciencia.

Aquí os dejo una serie de enlaces a programas que intentan pasar el test para que converséis con ellos y comprobéis lo lejos que están de conseguirlo.

Eliza

Doctor Abuse

Solutecia

Paula SG 11

 (1) Turing afirma que en el test podría participar cualquier ingenio tecnológico que la ciencia tuviera a disposición, si bien él enseguida nos habla de máquinas automáticas de estado discreto, es decir, de computadores digitales. La objeción podría tener sentido afirmando que un computador digital nunca podría pasar el test de Turing… Lo cual sólo podrá ser respondido con el tiempo.

Una postura derivada del darwinismo es lo que se ha llamado programa adaptacionista. Si la selección natural premia a los más aptos, siendo éstos aquellos que tienen una variación con respecto a sus congéneres que les hace tener cierta ventaja, serán estas ventajas las que pasen a la siguiente generación. A estas ventajas se las conoce comúnmente como adaptaciones (Una definición clásica de adaptación es la aportada por Hudson Reeve y Paul Sherman (1993): una adaptación es una variable fenotípica que resulta en la mayor aptitud o eficacia biológica de entre un conjunto específico de variantes en un determinado ambiente. No obstante es una definición problemática como discute Ruse). Si la selección natural ha estado ejerciendo su presión selectiva durante millones de años sobre toda la historia de la biosfera (o incluso más, si aceptamos una selección natural prebiótica), parece de esperar que las características fenotípicas expresadas por los individuos tengan algún tipo de función adaptativa. La tesis polémica, propia de este programa, estaría en afirmar que todas las características fenotípicas son adaptaciones.

De este modo, la mente humana con todas sus características y la elaboración de concomimiento como una de sus funciones, al ser un fruto más de la selección, debería poder ser explicada como una adaptación más. Nuestra mente ha de tener una función para potenciar nuestra eficacia reproductiva al igual que la tienen las garras del león o las branquias del pez. Esto choca con nuestro sentido común cuando pensamos qué función adaptativa tendrán actividades humanas como el arte, la religión, la filosofía, la música, etc. actividades además que se sitúan comúnmente como las más dignas del quehacer humano (y las más inútiles por definición según el siempre sensato Aristóteles). ¿De qué puede servirme para expandir mis genes el hecho de pintar un cuadro o leer un poema de Pessoa? Este problema hizo al co-descubridor de la selección natural, “sacar la mente fuera de la evolución”. Según Wallace, todas las “partes” de nuestro cuerpo pueden explicarse mediante la selección natural menos la mente, para la que necesitamos apelar a un ser superior. ¿No podemos explicar entonces la mente desde el programa adaptacionista? Esperemos, todavía es pronto para tener que hablar de un ser superior. Que se tengan problemas para explicar algo no da píe a que tengamos que recurrir a hipótesis más improbables e inverosímiles que la posibilidad de que existan más explicaciones dentro del ámbito naturalista (Recomendación epistemológica donde las haya).

Parecería una evidencia afirmar que, como mínimo, ninguna de las características de un individuo resultan ser contradictorias con las selección (la presencia de algo que tienda a eliminar al individuo antes de reproducirse) ya que serían inmediatamente eliminadas debido a que su portador moriría sin propagar sus genes. Sin embargo, la continua introducción de novedad a modo de mutaciones evita que esto suceda. Si suponemos que un individuo ha ido acumulando muchísimas adaptaciones que le hacen ser un magnífico superviviente en su nicho ecológico, nada impide que su descendiente no nazca con una mutación negativa (supongamos un gen semiletal) que lo haga menos apto que sus padres pero, aún así, todavía competitivo en la lucha por la existencia. A la larga, su genotipo podría perder (o no), pero si nosotros estudiamos ese individuo en el presente, todo su fenotipo no está constituido por adaptaciones, sino que podría tener características neutrales o incluso contra-adaptaciones no lo suficientemente letales para eliminarlo en la lucha por la vida (por ejemplo, un sapiens con miopía).

Dennett se ha postulado en el programa adaptacionista con su propuesta de “la ingeniería a la inversa”. Según este planteamiento, es epistemológicamente sensato explicar toda característica biológica como fruto de la selección natural y, por lo tanto, como beneficioso en términos de eficacia reproductiva para su poseedor. Al igual que si vemos un reloj, para comprender sus partes pensamos en la figura de un ingeniero que les dio una función clara, así deberíamos obrar con respecto a cualquier ser vivo. Dependiendo del beneficio evolutivo postulado, se podrán establecer hipótesis para comprobarlas empíricamente con posterioridad. Para Dennett, encontrarse con una característica fenotípica y no postular ninguna posible función adaptativa, es plantear una hipótesis nula que no nos vale epistemológicamente para nada. Sin hipótesis adaptacionista, la investigación no tiene ningún camino que seguir.  Como prueba de lo valioso del adaptacionismo no hay más que ver los múltiples frutos que ha dado esta directriz. Sin embargo, una cosa es una recomendación epistemológica y otra cosa es la verdad. Que sea conveniente para la investigación tratar todo como si fuera a priori una adaptación no implica que todo sea una adaptación.

En claro desafío al programa adaptacionista, Gould y Lewontin (1979) publicaron un famoso artículo en el que utilizaban la sátira del Cándido de Voltaire a la teoría de los mundos posibles de Leibniz para criticarlo. En la obra de Voltaire, el profesor Pangloss explicaba todo fenómeno ocurrido en función de su servicio a un bien mayor superior, apelando constantemente a que Dios creó nuestro Universo como el mejor de los mundos posibles. Voltaire ironizaba sobre tal afirmación cuando el profesor Pangloss encontraba bondad en el terrible terremoto que asoló Lisboa en 1755. Gould afirma que entender todo como adaptación es hacer lo mismo que hacía Pangloss: dar un sentido apriorístico a todo no lleva más que a tener que encajar ad hoc lo que no cuadre con nuestro sentido inicial.  Sería muy bonito que todo fuera explicable desde el adaptacionismo, pero la verdad es que no tiene por qué ser así. G&L apelarán a las restricciones filogenéticas como alternativas a la adaptación. Los organismos heredan pautas de desarrollo desde el cigoto hasta la fase adulta que no permiten la posibilidad de muchas cambios y que restringen la dirección de los cambios posibles. Para explicar esto pusieron el ejemplo de las pechinas de la catedral de San Marcos en Venecia. Según G&L, las pechinas son subproductos de los arcos (suponiendo, en el ejemplo, que el arco es una adaptación diseñada por la selección natural) no causados directamente por la selección natural, sino, como un epifenómeno suyo. Del mismo modo, es posible que las pechinas pudieran, a su vez, servir en un futuro como adaptaciones de algún tipo (pensemos que si el criterio artístico fuera la selección natural, las pechinas han sido decoradas y ornamentadas de diversas maneras) o permanecer inútiles siempre. De este modo podríamos encontrarnos con muchas “partes” del organismo sin una función adaptativa clara. ¿Es el caso de la mente humana?

De cualquier forma, aunque la explicación adaptacionista no pueda con todo, sí que es cierto que ha de quedar como trasfondo de cualquier otra explicación. Nuestra mente es fruto de la evolución, esto es indudable y jamás debe perderse de vista; otra cosa es que podamos explicar todas sus características desde la idea de adaptación.

El código

Publicado: 20 julio 2010 en Evolución, Humor
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El trabajo cotidiano de cualquier criptógrafo consiste en intentar descifrar, dar sentido a un código que, aparentemente, no lo tiene. Si se encuentra, por ejemplo, con el siguiente número:

011011011011011011011011011

el algoritmo que lo genera es muy fácil: «Escribe dos unos tras cada cero». Sin embargo, en otras ocasiones el asunto es más complicado. Si nos fijamos en el siguiente:

010001110111010010011100110101101011101110101000010

pasaría por todos los test normales de alatoriedad, pareciendo que no tiene orden, que no traduce nada, no existiendo algoritmo alguno que lo genere. Sin embargo, es la traducción a binario de un fragmento del genoma del virus MS2 (traducido cada nucleotido de la forma Adenina=00, Uracilo=11, Guanina=01 y Citosina=10). El lenguaje en el que están escritas  las instrucciones para generar cualquier ser vivo puede ser traducido a lenguaje informático y tratado como si de un mensaje encriptado se tratara. Durante muchos siglos la cábala y las diversas escuelas de numerología buscaron códigos numéricos en los textos bíblicos, pretendiendo encontrar el auténtico sentido del texto en otro lenguaje distinto al propiamente escrito. ¿Tendrá la cábala moderna que buscar ese código en el lenguaje de la vida, en nuestras largas y enrolladas cadenas de ADN? ¿Es nuestro genoma un lenguaje arbitrario o esconde algún sentido secreto?

Por lo que sabemos, el lenguaje mediante el que ADN se expresa es plenamente convencional, perfectamente aleatorio. Lo sentimos por nuestros queridos pitagóricos.  Si bien, como no hay forma de saber si, dado un código cualquiera, es aleatorio o no, animamos a que busquen ese improbable  código del código.

Me pregunto que pasaría si encontráramos algún mensaje como «Made by god» o, mucho mejor, «Made by natural selection», o mejor aún, «Adán was here» o «Fool who reads it». ¿Se imaginan las caras de Watson y Crick?

El humor de Alberto Montt

Publicado: 9 julio 2010 en Humor
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A través de Fogonazos. Más en el Blog de Montt

«Leyes fundamentales de la estupidez humana

1. Siempre cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.

2. La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

3. Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra persona o grupo de personas, sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.

4. Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los no estúpidos, en especial, olvidan que en cualquier momento y lugar, y en cualquier circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costoso error.

5. La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado.

La persona inteligente sabe que es inteligente, al igual que el malvado es consciente de su maldad o el incauto de su candidez. Al contrario que todos estos personajes , el estúpido no sabe que es estúpido. Esto contribuye poderosamente a dar mayor fuerza, incidencia y eficacia a su acción devastadora. El estúpido no está inhibido por aquel sentimiento que los anglosajones llaman self-conciousness. Con la sonrisa en los labios, como si hiciese la cosa más natural del mundo, el estúpido aparecerá de improviso para echar a perder tus planes, destruir tu paz, complicarte la vida y el trabajo, hacerte perder dinero, tiempo, buen humor, apetito, productividad, y todo eso sin malicia, sin remordimientos y sin razón. Estúpidamente»

Cipolla, Carlo Mª: Allegro ma non troppo