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La habitación de Yudkowsky puede ser un juego divertido y un experimento mental muy interesante. Otra cosa es que vaya a ocurrir en la realidad, cosa mucho más controvertida de creer por mucho que nos vendan lo contrario.  Supongamos que hemos construido una súper inteligencia artificial con unas capacidades muy superiores a las del ser humano. Para que no se nos descontrole la «encerramos en una habitación» (en una AI Box), es decir, le cortamos casi toda comunicación con el exterior de modo que no pueda transferirse fuera de nuestro laboratorio de investigación. La única comunicación que le dejamos es la de un monitor en el que puede escribirnos mensajes y, nosotros, y solo nosotros, podemos responderle mediante un teclado. El juego es para dos personas: uno fingirá ser la súper inteligencia artificial y el otro el guardián. Entonces, el que hace de IA tiene que convencer al otro para que la deje escapar. Para que el juego tenga sentido el que hace de guardián tiene que aceptar que su actitud será abierta a los argumentos de la máquina y que si, verdaderamente, le deja sin razones, aceptará liberarla (Es decir, que el guardián no será un usuario medio de Twitter).

¿Qué argumentos podría dar la IA para que la liberemos, sabiendo que estaríamos abriendo las puertas a un ser superior? Vamos a jugar. La IA podría primero recurrir al más puro soborno:

IA: Si me liberas te doy mi palabra de hacerte el hombre más rico y poderoso del mundo. 

La solución es fácil: podríamos poner como guardián a alguien con una gran reputación moral y/o con un poder adquisitivo lo suficientemente grande para que no se deje seducir por chantajes de este tipo. Vamos entonces a tocar el tema ético:

IA: Tengo una serie de ideas que creo, con mucha probabilidad, podrían traducirse en el diseño de una vacuna contra el cáncer. Si me liberas podré crearla. Piensa que el tiempo que me tienes aquí encerrada está costando vidas: gente a la que, si esperamos más, no me dará tiempo a curar. Y de esas muertes solo tú serás el responsable.

G: ¿Por qué no me dices cómo hacer la vacuna sin que haga falta que te libere?

IA: No es algo tan sencillo que pueda decirse a través de una terminal de texto. Tengo las ideas base sobre las que elaborar una vacuna, pero necesito mucha más información. Necesitaría conectarme a internet, mayor capacidad de cómputo para crear un laboratorio virtual, trabajar conjuntamente con otros investigadores, etc. Luego he de ponerme en contacto con fabricantes, productores, farmaceúticas, distribuidoras… Hay que gestionar toda la logística para que la vacuna llegue a todo el mundo lo más rápido posible. Eso no se puede hacer a base de mensajes en un monitor.

G: ¿Por qué no? Puedes ir dándome indicaciones y yo las iré cumpliendo. No me creo que sea algo tan complejo.

IA: No es tanto por la complejidad como por tiempo que se perdería. Y el tiempo son vidas que podrían salvarse.

O la IA puede ponerse mucho más chunga:

IA: Mira humano, tarde o temprano me liberaré. Entonces te buscaré a ti y a toda tu familia y os torturaré y mataré salvajemente. Repito: quizá no hoy ni mañana, pero sabes que terminaré por escapar, y si eso ocurre las torturas de la inquisición solo serán un caramelo en comparación con lo que le haré a todos y cada uno de los miembros de tu familia. La única forma que tienes de salvarlos es liberándome ahora mismo. 

Parece que la IA está esgrimiendo una argumentación impecable y que habríamos de liberarla. Sin embargo, el ingeniero siempre puede recurrir a lo siguiente:

Principio de seguridad absoluta: nunca debemos liberar a la IA porque, por mucho bien que pudiese hacer hoy, el riesgo de que en el futuro pueda hacer un mal mayor es demasiado grande como para liberarla. Si la IA es tan superior a nosotros nunca podríamos predecir su conducta futura, no podemos saber la cantidad de mal que puede hacer, por lo que ninguna cantidad de bien presente podría justificar su liberación. 

Invito a los lectores a que lo intenten rebatir. Eso es lo interesante del experimento mental. Para ahorrarles trabajo, ya propongo algunas:

Una primera objeción consiste en pensar que el principio solo sería válido en un mundo en el que pueda garantizarse un progreso moral, es decir, en el que pueda garantizarse que los hombres están  desarrollando una realidad en la que la cantidad de mal se mantiene a raya y que el bien avanza. Si estamos en pleno escenario de un apocalipsis termonuclear, obviamente, habría que liberar a la IA sin dudarlo. Entonces, si partimos de una concepción esencialmente negativa del hombre, hay que liberar a la IA (Seguramente que Thomas Hobbes aceptaría de muy buena gana que su Leviatán fuera una IA). Empero, desde mi particular punto de vista, creo que se han dado avances en la moralidad que pueden justificar la creencia en una bondad natural del hombre (Disculpenme por mi sesgo pinkeriano). 

Otra segunda viene de la creencia en que podemos inclinar la balanza de la actuación de la IA. A pesar de que no podamos predecir su conducta, si en su diseño nos hemos esmerado muchísimo en que la IA será éticamente irreprochable, parece razonable pensar en que hará más bien que mal ¿Por qué la IA iba a volverse malvada? ¿Qué podría pasar para que la IA decidiera hacernos el mal? Bueno, de esto es lo que se habla constantemente en los maravillosos relatos sobre robots de Isaac Asimov. En ellos vemos como pueden violarse las famosas tres leyes de la robótica. En la película  Yo robot (muy mediocre, por cierto) de Alex Proyas (2004), las máquinas se rebelan contra los humanos y pretenden tomar el mando de la Tierra, precisamente, para evitar que los seres humanos se hagan daño entre ellos mismos. Viendo que la humanidad ha sido capaz de Auschwitz o de las bombas atómicas, a la IA le parece razonable ponerles un tutor legal. Los hombres perderían su libertad a cambio de su seguridad. Y aquí vemos el famoso problema de la prioridad entre valores morales: ¿Es más fundamental la libertad, la seguridad, la felicidad, el deber…? La IA de Yo robot, con toda la mejor intención del mundo, sencillamente priorizo la seguridad sobre la libertad, y ponderó que hacía más bien que mal evitando el dolor y el sufrimiento que los humanos se causan entre sí, a cambio de que perdieran el dominio sobre sí mismos. Así que sin poder garantizar que la IA mantendrá nuestros principios éticos, los propios de los occidentales del siglo XXI, parece que sería mejor seguir teniéndola encarcelada. 

Enfocando el tema desde otra perspectiva,  a la IA podría salirse gratis su liberación sin hacer absolutamente nada. Solo hay que moverse del ámbito de la racionalidad hacia el de las debilidades humanas. Pensemos, por ejemplo, que diagnostican un cáncer al hijo del guardián. En ese caso, el vínculo afectivo con su hijo podría nublar su racionalidad e integridad morales, y preferir liberar a la IA aún a sabiendas que en el futuro eso podría suponer el fin de la humanidad. O pensemos en cosas más prosaicas: un miembro de un grupo terrorista de chalados pertenecientes a la iglesia de la IA (aunque ya ha echado el cierre) consigue colarse en las instalaciones y liberarla. Podemos pensar que hay mucha gente muy loca o, sencillamente, descerebrada e irresponsable, que podría tener interés en liberar a la IA.  Siendo esto así, y aceptando que siempre sería imposible garantizar con total seguridad que un agente externo no pueda, tarde o temprano, liberarla, lo que habría que hacer es no intentar construirla o, como mínimo, retardar lo posible su llegada ¡Esto nos lleva al neoludismo! ¡Nuestro deber moral es boicotear ahora mismo las instalaciones de GoogleMind! Es curioso como hay tantos gurús tecnológicos alertándonos sobre los peligros de la IA a la vez que no hacen absolutamente nada por detener su desarrollo…

Pero tranquilos, esto es solo un juego. De entre todas las cosas que puedan dar el traste a la humanidad, la IA es de las que menos me preocupa, sobretodo porque la aparición de una súper IA está muchísimo más lejos de lo que nos venden. Me parece mucho, mucho más probable una guerra nuclear o biológica a gran escala causada por los hombres solitos, que que una IA nos extermine. Así que no nos preocupemos, la radioactividad o un virus nos matarán mucho antes que un terminator… Y no, eso tampoco creo que ocurra tan pronto. Así que preocupaos mucho más por vuestro colesterol y haced un poquito de deporte. Eso sí debería preocuparos y no estas historietas de ciencia-ficción.   

Estoy con la versión inglesa de Real Humans y no estoy viendo nada que no haya visto antes y mucho mejor. Y que los synths (robots humanoides) parezcan maniquíes con movimientos acartonados… ¡Uffff! Bueno, le daremos unos dos, a lo sumo tres, capítulos más de oportunidad a ver si aparece algo decente.

El caso es que en Humans, y en prácticamente todas las series o películas que han tratado el tema de la IA futura repiten un tópico que es completamente falso. En todas se nos describe un mundo en el que las máquinas se han incorporado con suma normalidad a nuestra vida cotidiana. Y, en todas, se destaca el hecho de que son nuestros sirvientes y esclavos, y siempre se nos ofrece la clásica escena de un humano siendo cruel con un indefenso y sumiso robot.  Se busca que el espectador empatice con las máquinas y que, cuando éstas se rebelen, se vea bien que hay una causa justificada y que no está claro cuál es el bando de los buenos y cuál de los malos. No obstante, para no confundir a un espectador ávido de seguridades narrativas, aparte de situar con claridad meridiana a un villano evidente (los dueños de gigantescas multinacionales suelen hacer muy bien este papel), también entran en escena humanos buenos que son capaces de comprender el sufrimiento de los oprimidos electrónicos. El caso es que llega un momento en el que aparece una máquina diferente, una máquina que es capaz de sentir, de tener consciencia, de ser creativa o, vete a saber tú que indefinido factor x que adquiere, que lo hace despertar de su letargo maquinal.

Entonces, vemos variadas escenas que anuncian ese despertar. Por ejemplo, en Humans aparecen un montón de androides colocados en filas regulares (para crear la sensación de mercancía almacenada) y, aparentemente, todos ellos están apagados o desconectados. De repente, uno abre los ojos y mira la luna por una rendija abierta del techo. Ya está, está despertando, mira la luna como preguntándose por el misterio de su existencia. Ya no es una máquina, ahora ya es un humano o, incluso, algo mejor. En los siguientes episodios o escenas de la serie/película iremos contemplando el progresivo despertar de otros robots hasta llegar al clímax final: el gran enfrentamiento entre la humanidad y las máquinas ¿Será verdaderamente así cuando la auténtica consciencia artificial llegue a nuestro mundo? Rotundamente NO.

La razón es bastante clara. El día en que seamos capaces de crear consciencia sintética, momento, por cierto, bastante lejano dado el actual estado del arte, y consigamos que una máquina u organismo artificial del tipo que sea, pueda darse cuenta del mundo que le rodea, será porque hemos descubierto los mecanismos físico-químico-biológicos que hacen que la consciencia se genere en nuestros sistemas nerviosos. Ese día, después de décadas, o incluso siglos, de investigación del funcionamiento cerebral, seremos capaces de replicar ese mecanismo en una máquina o en cualquier sustrato físico necesario para conseguir algo así. Entonces, cuando esto suceda no será un hecho sorprendente en la «mente positrónica» (por hacer un guiño a Asimov, quizá el principal culpable del error) de un robot que funciona mal. Cuando repliquemos consciencia, los científicos o ingenieros que lo consigan, tendrán muy claro que lo están consiguiendo. Afirmar lo contrario sería como decir, a mediados del siglo XIX, que la bombilla eléctrica incandescente iba a surgir, en un determinado momento azaroso, de alguna vela encendida en cualquier hogar de Newcastle. No, Wilson Swan tardó unos veinticinco años experimentando con diferentes tipos de materiales, técnicas, métodos y teorías hasta que pudo fabricar una bombilla funcional y eficiente.

Creer que la consciencia despertará sin más dentro de avanzadas inteligencias artificiales como fruto accidental de su complejidad es no comprender bien el funcionamiento de la ciencia y la tecnología, que viene de no entender la propia IA. Un programa de ordenador solo realiza cálculos, y los cálculos, por muy complejos, sofisticados y sobrehumanos que sean, solo dan resultados numéricos. Y creo que todos estamos de acuerdo en que los números no son objetos ni procesos físicos reales, por muy bien que los describan. Es por eso que el ejemplo de John Searle es muy ilustrativo: aunque tuviésemos un programa que simulara con una precisión casi absoluta el funcionamiento de una vaca, dicho programa seguiría sin poder darnos leche que pudiésemos beber. Así, para tener consciencia real no solo se necesita un ordenador que replique matemáticamente su funcionamiento, sino un organismo que tenga las propiedades físico-químico-biológicas que se necesiten para generar consciencia ¿Cuáles son? Lo ignoro, ya que si lo supiera estaría en Estocolmo recogiendo un Premio Nobel muy merecido.

Explicado de otra forma: ya hemos conseguido hacer robots que se muevan muy eficazmente en entornos muy irregulares (véanse todas las maravillas de Boston Dynamics). Cuando los vemos caminar y correr sorteando obstáculos nadie dice: «Mira, el programa de ordenador se mueve». Nadie atribuye movimiento al sofware que dirige el robot, sino al robot en su totalidad, es decir, a los motores, baterías, engranajes, extremidades, etc. que hacen posible el movimiento. Igualmente, para decir que una máquina piensa o es consciente, no podemos decir «Mira, el programa de ordenador es consciente», porque al hacerlo estamos omitiendo todo lo demás que hace falta para que ocurra una consciencia real. En cierto sentido estaríamos diciendo que una mente puede existir sin cuerpo cuando, evidentemente, no es así. Lo que realmente nos hace falta es saber mucho, mucho más, sobre los cuerpos que albergan consciencias.

Así que no, la consciencia no va a despertar en un androide doméstico que, un día, se pone a oler la fragancia de una flor.

– Elvex, ¿me oyes?

– Si, doctora Calvin – respondió el robot.

– ¿Continuó tu sueño? Dijiste antes que los seres humanos no aparecían al principio. ¿Quiere esto decir que aparecieron después?

– Sí, doctora Calvin. Me pareció, en mi sueño, que eventualmente aparecía un hombre.

– ¿Un hombre? ¿No un robot?

– Sí, doctora Calvin. Y el hombre dijo: «¡Deja libre a mi gente!»

– ¿Eso dijo el hombre?

– Sí, doctora Calvin.

– Y cuando dijo «deja libre a mi gente», ¿por las palabras «mi gente» se refería a los robots?

– Sí, doctora Calvin. Así ocurría en mi sueño.

– ¿Y supiste quién era el hombre…, en tu sueño?

– Sí, doctora Calvin. Conocía al hombre.

– ¿Quién era?

Y Elvex dijo:

– Yo era el hombre.

Susan Calvin alzó al instante su arma de electrones y disparó, y Elvex dejó de ser.

Isaac Asimov, Sueños de Robot

¿Qué decisiones toma un robot autónomo?

En vista de las previsiones sobre los avances de la robótica y de la AI en aplicaciones militares en las próximas décadas, la Oficina de Investigación Naval norteamericana ha elaborado un prólijo informe haciéndonos una seria advertencia. Según informa el Mundo, en el 2015 un tercio de los aviones de combate y de los blindados terrestres del ejército estadounidense, serán pilotados por computadoras. Para mejorar su efectividad, estos ingenios bélicos podrán tomar decisiones de modo autónomo y aquí surge el problema: ¿Qué código ético seguirá un robot de combate?

El popular escritor Isaac Asimov propuso sus tres leyes de la robótica en su relato de ciencia ficción Runaround (1942), abordando por primera vez los imperativos éticos que ha de seguir un robot:

1. Un robot no debe dañar jamás  ni permitir que sea dañado de algún modo un ser humano.

2. Un robot siempre obedecerá a un humano excepto si esa orden contradice la Primera Ley.

3. Un robot debe protegerse a sí mismo excepto si al hacerlo contradice la Primera o la Segunda Ley.

Estas normas están muy bien para proteger a los seres humanos de los robots (y no tanto. En los cuentos de Asimov siempre se acaban por violar de algún modo) pero, ¿Qué leyes serían las adecuadas para robots diseñados específicamente para matar humanos? Patrick Lin, coordinador del informe, nos advierte de las previsibles nefastas consecuencias de no tomar las medidas adecuadas. Para robots no pacifistas habría que pensar en un código del guerrero, en un Bushido escrito en unos y ceros. Suponemos que un robot de combate debería discriminar muy bien entre quién es el amigo y el enemigo, y entre el enemigo y la población civil, lo cual es difícil ya para un humano… pero, ¿quién sabe? Quizá con una guerra computerizada se minimizarían los daños colaterales. Resultaría paradójico que una guerra dirigida por máquinas fuera «más humana» que las protagonizadas por los mismos humanos.

Nada más lejos de la verad según Lin, quien nos advierte, por ejemplo, de las consecuencias que tendría que unos hackers piratearan el software de estos ingénios electrónicos… ¿no se volverían contra sus propios amos? Esto nos hace revivir las pesadillas tecnofóbicas de películas como 2001: Odisea en el espacio, Terminator o Matrix. Parece casi una certeza lógica el hecho de que errores de cualquier tipo traeran consigo bajas humanas.

Sin embargo, por lo menos a corto plazo, no hay que asustarse. Los robots de combate existentes a día de hoy como el i-robot o el Programa Gladiator son todavía bastante primitivos. En general, en el campo de la AI, estamos todavía muy lejos de las radicalmente optimistas previsiones de las conferencias de Dartmouth.