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He leído en varias ocasiones, con torcida perplejidad, a expertos en áreas tecnológicas afirmar, con suma tranquilidad, que la tecnología ni es buena ni mala, que todo depende del uso que se le dé. Así, un cuchillo puede servir tanto para cortar el tan necesario alimento, como para apuñalar al prójimo. Por consiguiente, los empresarios-ingenieros-fabricantes quedan exonerados de toda culpa por diseñar cualquier artefacto, cayendo la totalidad de la responsabilidad en el usuario. Grave error para, como es habitual, metérnosla doblada.

La tecnología no es, de ningún modo, neutra éticamente. Veamos una serie de argumentos para dejarlo claro como el agua:

1.Toda tecnología requiere unos materiales y un coste energético, por lo que cabe preguntarse: ¿Cuán de escasos son esos recursos?  Si son escasos ¿no se necesitarán para otro objetivo éticamente más importante que el que yo les voy a dar? ¿Cómo de difícil es su extracción? ¿Se pondrán en peligro vidas para ello? Famoso es el debate acerca de los materiales con los que se construyen nuestros teléfonos móviles: ¿es ético producir y consumirlos sabiendo de donde vienen sus componentes? En lo que respecta a la IA, hasta hace poco nadie parecía caer en su elevado coste medioambiental cuando la enorme necesidad de capacidad de cómputo dada la notoria ineficiencia del deep learning es muy patente. La IA no es ecofriendly, y eso merece una profunda reflexión.

2. Toda tecnología requiere un proceso de producción: ¿dónde y quién lo realiza? ¿Los trabajadores reciben un salario justo y sus condiciones laborales son adecuadas? Mucho se ha debatido sobre las condiciones laborales de las fábricas asiáticas, donde se produce, prácticamente, todo la tecnología que consumimos. A través de Pinker, he leído estos días sobre la interesante, y polémica, idea de la curva de Kuznets: tras un periodo de gran desigualdad, cuando los países llegan a un alto nivel de desarrollo, la desigualdad se reduce. Quizá no justifique éticamente esa desigualdad, pero en ausencia de alternativas viables en esos países, es posible que sea la mejor opción (si bien también se ha discutido si su base empírica se sostiene).

3. Toda tecnología genera residuos, por lo que cabe preguntarse: ¿que residuos va a generar la nuestra? ¿Son biodegradables? ¿Cuál será su impacto medioambiental? ¿Dónde se almacenan y en qué condiciones? Así, tenemos el gran debate sobre la idoneidad de los coches eléctricos. Por un lado parecía que eran mucho más ecológicos, pero cuando caemos en lo que contamina generar la electricidad que consumen, vemos que no lo son tanto. En está línea está la polémica con respecto a las centrales nucleares. Yo creo firmemente que el sector ecologista que las critica está equivocado. Si hacemos un balance de pros y contras, y a falta de que la energía solar mejore, son una magnífica opción y una buena forma de luchar contra el cambio climático.

4. Toda tecnología tiene efectos secundarios no previstos por los diseñadores. Por eso todo proyecto tecnológico tiene que ir acompañado de una buena evaluación de riesgos. Ya hablamos aquí hace tiempo de la elegante definición de eficiencia tecnológica de Quintanilla: una máquina es eficiente si utiliza los medios más económicos para llegar a sus objetivos y a nada más que a sus objetivos. Esta última parte es la clave: hay que intentar que no se nos escape nada, y si no podemos evitar que se nos escape (realmente, es muy difícil predecir a medio y largo plazo cómo estará el tema), al menos, hacer una sesuda reflexión sobre ello y ponderar razonablemente si merece o no la pena.

5. Toda tecnología tiene posibles usos perversos ¿cuáles son y cuál puede ser su gravedad? ¿Hasta dónde puedo garantizar que no se lleven a cabo? Por ejemplo, parece evidente que si yo creo un método de edición genética que permite a cualquier persona del mundo, sin conocimientos de bioquímica, crear en su casa un virus letal, no deberé sacar a la luz tal tecnología. Y aquí es donde mejor se ve la no neutralidad ética de la tecnología: no es éticamente lo mismo diseñar una vacuna que una bomba de hidrógeno, porque los posibles usos perversos de la segunda son mucho mayores que los de la primera. Resulta muy curioso como en el caso de la IA, se haga más mención al uso perverso que «ella misma» hará contra nosotros (la famosa rebelión de las máquinas), más que del uso perverso que muchos humanos harán de ella. Y, del mismo modo, también resulta curioso que se sobredimensionen sus peligros y usos negativos (los killer robots o los algoritmos sesgados) cuando sus usos positivos son infinitamente más beneficiosos para la humanidad que estos posibles perjuicios. En la IA, igual que pasa con la ingeniería genética, se está ponderando muy mal su uso futuro.

6. Toda tecnología tiene un grado de impacto global: no es lo mismo un invento que hago en mi casa y se queda allí, que algo que tenga muchísimas repercusiones a todos los niveles. Por ejemplo, yo invento un cereal transgénico cuyas cualidades abaratan muchísimo sus costes de producción y, por tanto, su precio final. Supongamos que existe un pequeño país cuyo principal producto de exportación es el cereal. Entonces, he de prever qué efectos sobre la economía de ese país tendrá que yo saque al mercado mi producto. Si que yo me forre implica que condene a un país a la hambruna y a la miseria, he de repensar mi estrategia y buscar otras vías. Además, en un mundo globalizado donde todo está interconectado, hay que tener en cuenta que lo que uno hace en Londres, puede tener repercusiones en Tokio, es decir, que el grado de impacto de cualquier cosa que se haga es, potencialmente, mucho mayor que antaño, por lo que, igualmente, el grado de responsabilidad crecerá a la par.

El error de pensar en la neutralidad de la técnica está en pensar entendiendo los diversos agentes y elementos sociales de forma aislada cuando, verdaderamente, nada se da de forma aislada. Tanto más cuando un desarrollo tecnológico es, en la actualidad, una tarea inmensa. Así creo que una buena forma de entender la globalidad o localidad de cualquier evento es la teoría de sistemas: entender los fenómenos sociales como sistemas o partes de los mismos, siendo un sistema un conjunto de elementos y de interrelaciones entre ellos y otros sistemas. De este modo podemos extender nuestra responsabilidad ética cuando creamos algo: no solo hay que estudiar lo que ocurrirá en nuestro sistema al introducir el nuevo elemento, sino qué consecuencias tendrá en los demás.

Imagen del artista callejero Ludo.

 

Recomiendo a todo el mundo que vaya  a ver Avatar, especialmente si puede verla con gafas 3D.  Cuando salí del cine me sentí afortunado de vivir en esta época, de tener la posibilidad de ver cosas que nadie hasta ahora habría soñado ver. Los efectos visuales de esta película son una de esas cosas. Pero no sólo unos efectos digitales inauditos, sino la imaginación que ha generado las imágenes, los paisajes, las diversas y originales especies vegetales y animales que pueblan la cinta… Es el gran espectáculo del cine.

Sin embargo, aparte de esa calidad visual que ya hace que la película sea altamente recomendable, me preocupó cierto aspecto de la moraleja que transmite. El argumento no es nada nuevo ni original. James Cameron nos muestra la clásica historia del malvado hombre blanco ávido de poder y riqueza en contra de una tribu de buenos salvajes (esta vez alienígenas). El codicioso humano tiene una tecnología bélica muy superior, pero, a nivel global, carece de sabiduría: estamos ante la clásica distinción entre razón instrumental (propia del hombre blanco) y comprensión o sabiduría (propia del buen salvaje). Así, aunque el hombre tiene naves espaciales y misiles y su rival sólo flechas, la tribu es más sabia, tiene una comprensión superior de la naturaleza que le lleva a una comunión total con ella (ese es el mensaje ecologista de la cinta), mientras que el humano sólo busca explotarla para sus beneficios egoístas.

Parte de este mensaje está bien. Todos sabemos ya (aunque después de Copenhage parece que aún no) que nuestro modelo económico e industrial de explotación del ecosistema no va a ningún sitio y, desde el Siglo XIX, también somos conscientes de las miserias del colonialismo etnocéntrico e imperialista que llevaron a cabo las potencias europeas sobre las naciones periféricas. Y, precisamente, la visión del hombre blanco que da Cameron es la del hombre del Siglo XIX. Ya hemos aprendido la lección, por lo menos a nivel teórico.

Sin embargo, la parte que no me gusta del mensaje es lo que Steven Pinker llama el mito del buen salvaje.  Una visión antropológica muy aceptada hoy en día está inspirada en la célebre tesis de Rousseau: el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe. Así, los nativos del planeta Pandora en Avatar, serían fundamentalmente buenos, representantes de ese estado natural previo a la llegada del hombre occidental. Será esta suposición, esta creencia injustificada en la bondad de los pueblos diferentes al nuestro, lo que acaba por llevar al relativismo cultural y, en consecuencia, a la imposibilitación de toda crítica a esas culturas, en Avatar, llegando a postular su superioridad cultural respecto a los valores occidentales (o, como esperamos que todo el mundo entienda, a una caricatura decimonónica de ellos). Todo este planteamiento es un profundo error. Veámoslo en un texto del mismo Pinker:

«En los pueblos preagrícolas, no es extraño que un tercio de los hombres mueran a manos de otros hombres, y que casi la mitad de los hombres hayan matado a alguien. En comparación con las prácticas bélicas modernas, la movilización primitiva es más completa, las batallas son más frecuentes, el número de víctimas es proporcionalmente mayor, menor el número de prisioneros y mayor el daño producido por las armas. Incluso en las sociedades más pacíficas de cazadores recolectores, como los Kung San del desierto del Kalahari, la tasa de asesinatos es parecida a la que podemos encontrar en junglas urbanas americanas modernas como Detroit. En su búsqueda de universales humanos a través de los registros etnográficos, el antropólogo Donald Brown incluye entre los rasgos documentales en todas las culturas el conflicto violento, la violación, la envidia, la posesividad sexual y los conflictos intragrupales y extragrupales.»

La violencia es un universal antropológico, insertado en las profundidades de nuestro genoma. En este sentido, Hobbes tendría razón con respecto a Rousseau: somos malos o, como mínimo, tenemos una tendencia evidente al mal. No existe el buen salvaje, no hay una bondad natural precultural. Pero es que ni siquiera existe ser humano sin cultura, sino que naturaleza y cultura siempre se dan a la par. Y no toda cultura es perversa y esclavizadora, sino que habrá culturas peores y otras mejores, y, a fortiori, las culturas que entenderíamos de modo etnocéntrico como «salvajes» (periféricas o anteriores a la actual cultura occidental), suelen ser peores a la occidental en muchísimos aspectos (y por ello tenemos la responsabilidad moral de criticarlas): tiránicas con respecto a su sistema político, alentadoras de la guerra y de la injusticia social, supersticiosas, machistas…

Me gustaría que, por una vez, entendiéramos la idea de progreso o de civilización occidental en su justa medida, o que comenzáramos a generar nuevas imágenes del hombre blanco, menos ancladas en visiones ya superadas como la que aparece en Avatar.

Véase también Gaia no es tan maja.

La historia de los efectos especiales es la historia de nuestra memoria visual, es la historia de lo que nos maravilló y que ahora nos parece ridículo, de los límites que nuestra percepción fue superando, de las conquistas de una imaginación inagotable, la historia de nuestra forma de ver, de mirar, de prestar atención a unas cosas e ignorar otras. ¿Acaso quizá esa es la única historia? ¿No es la historia que nos han contado una historia de los efectos especiales?

Fuente: Blog de Art Futura

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Publicado: 7 septiembre 2009 en Filosofía política, Historia, Tecnología
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Fuente: Blog de Art futura

Una de las principales razones que tengo para querer vivir eternamente es la de ver el futuro. Cuando pienso en cómo será el mundo dentro de cuatrocientos o mil años me da mucha lástima no poder estar allí para contemplarlo. Y más me fastidia cuando pienso en alguien como, por ejemplo, Guillermo de Ockham, una inteligencia privilegiada en la Edad Media, y en adelantos de la tecnología que hoy son una realidad como los teléfonos móviles o Internet, y me pregunto si podríamos explicarle lo que son. ¿Podría Ockham, hombre del Siglo XIV,  entender cómo transmitimos imágenes y sonidos a unas cajitas de plástico de colores mediante ondas electromagnéticas que viajan invisibles por la atmósfera?  ¿Podríamos explicarle a Ockham qué es un Blog? En su época era algo absolutamente inimaginable. Entonces, lo que realmente me fastidia es lo que existirá siendo absolutamente inimaginable para mí dentro de cuatrocientos años y que yo no estaré para ver.  Si Internet sería incomprensible para Ockham, ¿qué será lo incomprensible para nosotros?

Y la cosa cobra más incertidumbre si aceptamos la hipótesis de la singularidad tecnológica. Si dentro de x años superinteligencias computerizadas van a inventar cosas que nuestras sencillas inteligencias de homínido no pueden ni soñar… ¿Qué nos deparará el futuro? Aquí os dejo un pequeño adelanto de lo que está por venir en los próximos años,  el breve lapso de tiempo que nuestra escasa capacidad predictiva del avance tecnológico nos puede describir.

Véase ¿Quién puede negar la idea de Progreso? (II)

Del Blog de Art Futura nos llegan estos dos videos. A disfrutarlos.

Esta entrada continua ¿Quién puede negar la idea de progreso? y está relacionada con El mito del progreso.

Mi viejo Zx SpectrumBuscando en el baúl de los recuerdos, como dice la canción, encontré entre polvorientas cajas lo que fue mi primer ordenador: un Sinclair ZX Spectrum. Este pequeño cacharrito tenía un procesador Zilog Z80 a 3,5 Mhz de frecuencia y disponía de 48 kas o kilobytes de memoria RAM (algo más de unas cinco páginas llenas de texto). No tenía disco duro y los programas había que cargarlos mediante un radiocassette convencional que se conectaba al ordenador. Tardaban bastante en cargar (recuerdo que algún juego tardaba casi treinta minutos) y mientras lo hacían veías en la pantalla un montón de rayas vibrantes y oías un molesto ruido de chirriantes zumbidos. A mí personalmente, lo que más gracia me hacía era su teclado de caucho. Las teclas eran muy suaves y blanditas, y hacían un gracioso sonidito cuando las pulsabas. Recuerdo las largas tardes que me pasé delante de la pantalla de televisión a la que lo conectaba (en esa época no había monitores TFT) programando en BASIC (compilador incluido en sus 16 k de ROM). Recuerdo esa numeración que tenías que incluir antes de cada línea de programación…

10 cls

20 print «programa para sumar dos más tres»

30 let a=2

40 let b=3

50 let c=a+b

60 print c

El Sinclair Zx Spectrum salió al mercado en 1980. En la actualidad, a 2009, tengo un portatil Dell Inspiron 6400, nada del otro mundo, un ordenador corriente que todo el mundo tiene en su casa. Entre ambos hay 28 años de diferencia, ¿pero cuánto han cambiado en prestaciones?  El Dell tiene 1,83 GHz y dos gigas de RAM. Dos Gigas equivalen a 2 mil millones de bytes o a 2 por 10 elevado a 9 por ocho bits, frente a las 48 kilobytes o 48.ooo por  ocho bits del Spectrum. Y los 1,83 GHz del Dell se enfrentan a los 3,5 MHz del Spectrum

El Dell tiene más de 41.600 veces más RAM y su frecuencia en hercios es casi 530 veces superior a la del Spectrum. Mirando ambos ordenadores, tengo la historia de la informática de los últimos treinta años en mi mesa. Si dentro de veintiocho años, el progreso de la informática siguiera la distancia entre mi Dell y el Spectrum, en el año 2037 tendríamos ordenadores domésticos de 83.200 gigas de RAM y 969,9 GHz de frecuencia. No sé cómo andarán de potencia esos primeros ensayos de computadores cuánticos, pero hasta donde nos puede llevar la informática es algo inimaginable.

Por cierto, los Spectrum son una pieza bastante apreciada ya por los coleccionistas. Me he dado una vuelta por eBay y en una puja, un 48 k idéntico al mío, anda por los 100 euros. Su diseño ochentero debe hacerlo un curioso  y preciado elemento de decoración. Y por sí queréis recordar alguno de sus portentosos juegos aquí tenéis un emulador de Spectrum on line: http://www.zxspectrum.net/

Canto talladosupercomputadora Mare Nostrum

A la izquierda tenemos un canto tallado propio del modo tecnológico 1, también llamado muchas veces cultura olduvayense. Es la herramienta más básica que conocemos, el objeto más simple hecho con la intencionalidad de que valiera para algo. Esta tecnología ha sido asociada comúnmente al homo habilis, uno de nuestros ancestros más peculiares que vivió hace unos 2,5 millones de años. En la otra imagen aparece el supercomputador de IBM Mare Nostrum, propiedad de la Universidad Complutense de Cataluña. Es el ordenador más rápido de Europa, siendo el 40 del mundo a Diciembre del 2008, con una velocidad de cálculo de 63.830 gigaflops (operaciones en coma flotante por segundo).

Ambos objetos representan el alfa y el omega, el principio y el final de la historia del progreso tecnológico. Ante su visión… ¿alguién duda de la idea de progreso? ¿alguién se atreve a negar que, al menos hablando de tecnología, se hacen cosas cada vez mejores? Sin embargo, con esto no quiero menospreciar el canto rodado. Para su tiempo era el equivalente al Mare Nostrum. La inteligencia que un homínido requería para elaborar herramientas de piedra era la equivalente, para hace dos millones de años, a la que ahora necesitan nuestros programadores informáticos.

Plaza Roja de MoscúParece haber un acuerdo tácitamente aceptado por toda la comunidad intelectual de entender el ideal de progreso propuesto por los ilustrados como un mito, como una promesa falsa. El fracaso de esta idea parece dar con el traste de un tirón con todo el significado de la Modernidad o de la Ilustración. Como la idea de progreso parece falsa, la Modernidad es falsa, pasemos página y vayamos a otra cosa.

¿En qué se basan para afirmar en eso? En que el Siglo XX, siglo que se ve como el cúlmen de la Modernidad (no entendemos por qué), fue la prueba demostrativa de que las promesas ilustradas eran falsas. Un siglo con dos guerras mundiales, dos bombas atómicas, gulags, Auschwitz, deterioro medioambiental, Tercer Mundo… no era aquel paraíso terrenal que prometía el Siglo de las Luces. Las guerras mundiales fueron las más mortíferas de la historia de la humanidad debido a que en ellas se utilizaron todos los avances científicos y tecnológicos existentes; la degradación medioambiental sería imposible a la escala en la que hoy sucede sin la tecnología fruto de la idea de progreso; la amenaza nuclear que hasta hace poco acechaba como un espectro sobre el mundo era imposible sin la fórmula de Einstein. Parece como si gran parte de las desgracias de la tierra fueran culpa de la ciencia y la tecnología, o de esa razón instrumental que parece ser que es la única que pueden usar los científicos y los ingenieros (por lo visto si haces ciencia pierdes inmediatamente la capacidad de escribir poesía o de enamorarte).

Estos ataques se deben fundamentalmente a una serie de terribles confusiones. Es cierto que algunos pensadores ilustrados, y no tan ilustrados, creían que el progreso en todos los sentidos (no sólo tecnológico) sería algo ilimitado, que crecería y crecería al hasta el infinito como por arte de magia. Esta idea, que aún se mantiene en muchos sectores (sobre todo económicos) no es que sea falsa (no podemos comprobar una afirmación que habla sobre el futuro ya que éste aún no ha llegado) pero sí que parece contener una serie de presupuestos peligrosos:

super-maquina1. Da la impresión de que la ciencia o la tecnología «tienen vida propia», es decir, de algún modo pueden avanzar por sí mismas. Esta perspectiva ignora que detrás de ellas existen personas que son las que realmente las hacen avanzar. La ciencia y la técnica se dan en sociedades determinadas, con características muy concretas. Una sociedad en la que se prohíba o no se fomente la investigación, difícilmente tendrá progreso científico. Esta tendencia mística de «dar vida propia» a cualquier entidad que se desarrolla en la historia con independencia de sus componentes o circunstancias hunde sus raíces en la filosofía hegeliana.  Para Hegel el Espíritu Absoluto avanza autoconociéndose en la historia, y avanza con o sin nuestro permiso. Los héroes de la historia favorecen este avance pero muchas veces no lo saben: son las astucias de la razón. Siguiendo este esquema, muchos pensadores han hablado de procesos transhistóricos que funcionan por sí mismos (el marxismo clásico es el otro gran ejemplo). Esta forma de pensar es una sofisticadísima versión del animismo o hilozoismo de Tales de Mileto.

2. Afirmar que la ciencia y la tecnología son malas o buenas es caer del modo más ingenuo en la falacia naturalista. Las cosas no son buenas ni malas, sino que lo que será bueno o malo es el uso que se les de. Una fórmula matemática no es mala ni buena, será mala si se utiliza para diseñar misiles nucleares con el fin de atacar ciudades y será buena si con ella encontramos vacunas. El conocimiento no es bueno ni malo, su uso es lo bueno o malo. Por lo tanto, el progreso de la ciencia y de la técnica no es bueno en sí mismo, será bueno si con él conseguimos hacer cosas buenas y, efectivamente, no siempre ha sido así.

3. No es posible mantener que el progreso sea algo ilimitado. Me llena de perplejidad pensar que llevó a estos pensadores a hablar de un progreso infinito. ¿Por qué ha de ser infinito? ¿Qué indicadores había para lanzar tal afirmación? Me parece algo absurdo. Supongamos que la medicina progresa de tal manera que es capaz de curar todas las enfermedades. Podríamos decir que estamos ante el final de la medicina, pero esto no es equivalente a decir que su progreso haya sido infinito. Lo mismo podemos decir del progreso en cuestión de la defensa de los Derechos Humanos. El día en el que en el mundo no se violara ningun precepto de la Declaración de los Derechos Humanos podríamos decir que hemos dado un salto de gigante en el progreso, pero no que puede darse un progreso ilimitado en cuestión de derechos. En el fondo, lo que suena mal es la noción de infinito aplicada a una realidad que no soporta nada bien esta categoría. Por otro lado se ha visto que el crecimiento económico e industrial conlleva el deterioro del medioambiente. Los recursos naturales son limitados por lo que un crecimiento ilimitado es imposible.

Hasta aquí la crítica legítima a la noción de progreso. Vayamos ahora a examinar lo que realmente hay de positivo en ella y por lo cual no es una idea para nada desdeñable:

1. Negar rotundamente la idea de progreso es negar la creencia en que se puede mejorar. Negar el progreso llega necesariamente a posturas manifiestamente absurdas. ¿Qué sistema político podríamos proyectar que no tuviera como objetivos la mejora de los ciudadanos en mayor o menor medida? ¿Que acción humana razonable no está destinada en alguna medida a mejorar algo? Negar el progreso lleva como poco al inmovilismo y al ultraconservadurismo, y en casos extremos, al escepticismo y al nihilismo.

2. El nivel de vida que se ha conseguido en los países occidentales a día de hoy es, comparándolo con toda época histórica conocida, el mejor hasta la fecha. Este logro se debe al progreso tecnológico, por un lado, y al progreso democrático por el otro. Cualquier persona de clase media en nuestro país vive en unas condiciones materiales superiores a las de un rey de la Edad Media y tiene más derechos y está más amparado por la ley que en ningún otro momento de la historia.  Es cierto que nuestras sociedades distan mucho de ser perfectas y que queda mucho por hacer, pero negar que estamos en las mejores condiciones materiales y sociales de la historia es negar una evidencia. Las visiones apocalípticas de los religiosos que afirman que vivimos en una época de degeneración, de pérdida de valores morales y de deshumanización sin precedentes, no son más que puntos de vista distorsionados y exagerados. No creo que seamos mucho más infelices ni malvados que en cualquier otra época histórica, pero sí sé que la luz eléctrica o la vacuna de la gripe han mejorado nuestras vidas.Niños refugiados en la guerra de Korea

3. Aún viviendo en Occidente en la mejor época histórica hasta la fecha, es cierto que estamos muy lejos del paraíso terrenal que prometieron algunos ilustrados y que intentó llevarse a cabo de modo radical por el marxismo. ¿Es razón suficiente esta para calificar de mito la idea de progreso? Evidentemente no. Ya hemos dicho que la ciencia y la tecnología pueden ser usadas para lo que se quiera. La Ilustración nos decía que progresaríamos si utilizamos la ciencia y la tecnología de un modo racional. ¿Utilizar la física cuántica parar crear bombas nucleares es una forma racional de usar la ciencia? ¿utilizar los avances de la química para fabricar gas Ciclón y gasear a judíos? Parece que no. El hecho de que no hayamos conseguido el paraíso se debe a que no hemos sido lo racionales que deberíamos haber sido, a que hemos hecho un mal uso de nuestras posibilidades. Tenemos todo el futuro para enmendar nuestros errores.

En la actualidad el concepto de progreso parece haber sido sustituido por otro: el de desarrollo sostenible. Si bien su significado se refiere fundamentalmente al respeto al medioambiente, parece estar límpio de estos tintes utópicos e hiperoptimistas de la concepción incial que hemos criticado. El desarrollo sostenible ha de entenderse como una búsqueda de los mejores medios para conseguir unos fines siempre deseables, como un progreso muy consciente de sus limitaciones y del peligro que toda nueva empresa comprende necesariamente. Este concepto debe suponer una nueva reflexión sobre las finalidades humanas y los medios adecuados para conseguirlas.