Tenemos una serie de hechos que requieren explicación: mi hija tiene fiebre, le duele la cabeza y la garganta y tiene tos seca. Lanzamos dos hipótesis:
Hipótesis A: ha cogido el virus de la gripe.
Hipótesis B: unos extraterrestres le han introducido un chip en el cerebro que le está causando estos síntomas con el fin de estudiar a la especie humana para la posterior invasión.
¿Cómo sabemos qué hipótesis es la correcta? Realizando la clásica prueba de verificación. Llevamos a la niña al médico que le hace un análisis de secreciones respiratorias en donde detecta proteínas víricas y un elevado número de anticuerpos. Parece claro, la niña tiene la gripe. ¿Con ello falsamos la hipótesis B? No del todo. Podemos recurrir a una hipótesis ad hoc:
Hipótesis ad hoc 1 para defender la hipótesis B: es que no solo mi hija tiene el chip, sino mucha más gente. Y el chip no solo provoca los síntomas de la gripe sino que controla la mente de su huésped. Los médicos fueron controlados y falsearon las pruebas para engañarnos y que no se descubrieran sus planes de conquistar la Tierra.
Vaya por Dios con los marcianos. Bien, hagamos más pruebas. Cojamos a la niña y que yo mismo (que sé con seguridad que no tengo el chip en el cerebro) le haga toda prueba posible para detectar el chip. Hacemos todo tipo de scanners cerebrales imaginables: electroencefalogramas, radiografías, tomografías por emisión de positrones, etc. y no descubrimos ni rastro del chip. ¿Hemos refutado ya la hipótesis B? No.
Hipótesis ad hoc 2 para defender la hipótesis B: la tecnología extraterrestre es muy avanzada, por lo que el chip está especialmente diseñado para evadir nuestros rudos sistemas de detección. Es posible que su tamaño sea tan solo de unas micras por lo que no hay forma de localizarlo.
Aquí además, nuestro obstinado defensor de la conspiración extraterrestre ha tomado una nueva estrategia más eficaz: ha hecho que su tesis no sea falsable: si no hay forma de encontrar el chip no podemos ni falsar ni verificar nada, por lo que su tesis se convierte en indestructible. No hay forma ya de atacarla.
De lo que estamos hablando es de la famosa tesis Duhem-Quine, también llamada holismo confirmacional. A grosso modo dice que no es posible refutar afirmaciones aisladas porque éstas siempre se apoyan en hipótesis auxiliares. Siempre que una de las afirmaciones de una teoría sea refutada, con un poco de imaginación podemos modificar una de esas hipótesis auxiliares de forma que la teoría, en su conjunto, no resulte falsada. A parte del calado que el holismo tiene para la filosofía de la ciencia en general, con ella podemos explicar, como hemos querido mostrar en el ejemplo, la resistencia que teoría disparatadas, tales como las conspiranoicas o las supersticiones en general, suelen ofrecer ante la crítica racional (aunque esto es aplicable a cualquier teoría). Es solo cuestión de ingenio para ir evadiendo cualquier intento de verificación hasta, llegado el caso, hacer que la teoría no pueda ser falsada.
La estrategia para conseguir que cualquier estupidez sea inverificable consiste, simplemente, en «sacarla del mundo». Si solo podemos hacer experimentos sobre objetos físicos, sobre el mundo natural, para impedir cualquier verificación experimental lo único que hay que hacer es crear otro mundo en el que no quepa experimento alguno: el sobrenatural. Pongamos un ejemplo clásico: tenemos un familiar gravemente enfermo. No tenemos ni idea de que le puede pasar así que, como somos muy religiosos, nos ponemos a rezar para que la providencia divina nos ayude. En ese momento aparece un médico que, tras examinar al paciente, encuentra la cura. ¿Qué ha causado la recuperación del enfermo? Podemos, simplemente, apelar a la causa natural: la actuación del médico. Pero también podemos apelar a la sobrenatural: Dios curó al enfermo a través de los cuidados del médico. ¿Cuál es la causa correcta? Podríamos, sin más problemas, quedarnos con la natural, pero de lo que se trata es de refutar la sobrenatural. ¿Cómo hacerlo? Realicemos la prueba. Cojamos a otro enfermo y no le demos tratamiento médico alguno. Solo recemos. Entonces el paciente muere. ¿Hemos refutado la intervención divina? No, podemos apelar al misterio: los caminos del Señor son inescrutables y, esta vez, ha preferido llevarse al enfermo con Él. ¿Cómo refutar esta hipótesis auxiliar? Imposible, no hay forma de conocer los planes divinos, están «fuera del mundo natural».
La alternativa saludable consiste en usar un poquito la Navaja de Ockham como directriz espistemológica: no multiplicar los entes sin necesidad. Si ya tenemos la causa natural como válida, ¿por qué generar una segunda? Si ya tenemos al médico, ¿para que apelar a Dios? En este caso el asunto parece fácil. El problema está en que no siempre es así y para desmontar pseudoteorías hay que terminar por ser más ingenioso que sus creadores.