Gran parte de los planteamientos éticos propuestos a lo largo de la historia de la filosofía han sido eudaimonísticos, es decir, proponían la obtención de la felicidad como fin último de la existencia humana. Ya sea como un estado de armonía con la naturaleza, ataraxia, nirvana o muerte del deseo, ya sea mediante un hedonista cálculo de placeres o, ya en la otra vida, mediante la contemplación de Dios, todas las éticas planteaban una búsqueda de un estado final cualitativamente diferente de los anteriores, cuya consecución era el objetivo a seguir. Todo ser humano debía seguir una serie de preceptos, habitualmente dolorosos: privaciones, mortificaciones, sacrificios… para obtener una felicidad convertida pronto en un bien elitista, sólo prometida a unos pocos, imposible de conseguir por el vulgo ignorante. La felicidad no era una cosa fácil.

Con el advenimiento de la psicología moderna, la felicidad dejó paso a la idea de salud mental (primer paso de su desmixtificación). Se la consideró como el estado habitual del individuo que no había sufrido una serie de traumas en su desarrollo (tesis fundamental del psicoanálisis) o de aquel que dispone de unos mecanismos saludables a la hora de enfrentarse e interpretar los diversos problemas de su vida cotidiana (tesis fundamental de la psicología cognitiva). Con su vocación terapeútica, la psicología democratizó la felicidad. Ya no se trataba de un teleológico fin al que aspiraba el sabio o el asceta. Ya no era la meta de un sendero o de una ascensión. El carpintero y el agricultor podían ser más felices que el filósofo y el monje. La felicidad podía ser gratuita.

Sin embargo, de modo paralelo, a partir del siglo XIX, ocurrió lo peor: la infelicidad cobró prestigio (paso atrás en su desmixtificación). Es lo que Bertrand Russell llamó la tragedia byroniana. Muchas ideas propias del romanticismo ganaron fuerza: la vida es tragedia, sinsentido, ruido y furia. El ser humano se encuentra solo, sondeando el abismo de los cuadros de Caspar Friedrich. Nada puede aplacar su sufrimiento, su siempre insatisfecha ansia de absoluto, su schopenhaueriana siempre sedienta voluntad de vivir. Los papeles se invierten: la felicidad es ahora propia de la ingenuidad e ignorancia del pueblo llano mientras que el sabio, que ha comprendido el absurdo de la condición humana, debe ser infeliz.

Los ecos de esta visión arraigaron en un siglo XX con dos guerras mundiales, Auschwitz, Hiroshima y el fracaso de la utopía marxista. Estos desastres históricos fortalecieron el pesimismo de las diversas corrientes filosóficas. Así tenemos al Sísifo de Camus en el existencialismo francés o el ser-para-la muerte de Heidegger en el existencialismo alemán.  El psicoanálisis convierte toda actividad humana en fruto de una neurosis. Si la enfermedad mental era algo anormal, únicamente estado de  individuos perturbados, ahora se universaliza: el hombre está enfermo, la patología es una de sus cualidades esenciales. Camus afirmará que la única pregunta filosófica realmente importante es si uno ha de suicidarse o no.

Afortunadamente, y ante tanta desazón, la psicología fue convirtiéndose progresivamente en una disciplina científica y no abandonó su vocación terapeútica. A los enfermos mentales hay que curarlos y la infelicidad es algo contra lo que hay que luchar. Se hacen experimentos y a finales del siglo XX comienzan a comprenderse los mecanismos de la química cerebral. En 1986 se descubre la fluoxetina, más conocida como prozac, un antidepresivo que realmente funciona. La felicidad, al fin, se convierte en un asunto científico (segundo paso hacia su desmixtificación) y se consiguen espectaculares avances. Está demostrado que los antidepresivos, junto con terapia cognitivo-conductual, tienen un notable éxito en la cura de la infelicidad. De hecho, el punto crítico en esta terapia es cuando al sujeto que ya ha mejorado se le quita la medicación pues hay riesgo de recaída. Sin más misterio, tenemos sustancias químicas que hacen mejorar tu estado de ánimo, que hacen que interpretes la realidad de un modo más optimista. No hay trampa: funcionan, no son adictivas y sus efectos secundarios se han minimizado tanto que podemos tener pacientes que las toman durante toda su vida sin que les pase absolutamente nada.

Sin embargo, todavía existen muchos prejuicios contra su uso. El más habitual consiste en pensar que la felicidad que otorgan es artificial, falsa, postiza, siendo lo recomendable obtener sus beneficios sin tener que recurrir a ellas. Lo auténtico es ser feliz por uno mismo sin recurrir a nada externo, a nada ajeno a cierta disciplina mental, hábito o descubrimiento que, teóricamente, nos llevará a ese estado prometido. Este enfoque es erróneo y vuelve a mixtificar de nuevo la idea misma de felicidad por tres razones:

1.  La distinción natural/artificial es harto dudosa y confusa. Sabemos que, por ejemplo, realizar ejercicio físico produce neuropéptidos de forma endógena que aportan felicidad. Los defensores tradicionales de la «felicidad auténtica» aceptarían los hábitos deportivos como medio legítimo para ser feliz por el mero hecho de que la alegría «sale de dentro» mientras que no aceptan la labor de los antidepresivos tachándola de artificial simplemente porque la alegría «viene de fuera», hay que tomarla en cápsulas. Pensemos en una persona que acaba de salir del gimnasio e interpreta cualquier hecho cotidiano de su vida con sumo optimismo debido a la labor de la química cerebral que acaba de producir a base de estar subido media hora en una bicicleta estática. ¿La interpretación de ese hecho no es igual de artificial que la de aquel que la hace después de la ingesta de escitalopram? ¿Por qué una es auténtica y la otra no?

O reflexionemos sobre una persona que sufre distimia o depresión crónica desde su nacimiento. Su estado normal, natural, es el de no poder levantarse de la cama viviendo un infierno diario. Según los defensores de la «felicidad auténtica» darle antidepresivos sería engañarle, hacerle sentir una felicidad artificial. En consecuencia, el paciente debería estar de acuerdo en seguir en su lamentable estado ya que es lo auténtico en él.

2. Se obvian por completo las bases biológicas de nuestra conducta. Se piensa, ingenuamente, que somos exclusivamente fruto de nuestro entorno cultural. En términos de Steven Pinker, se piensa que somos una tabula rasa cuyos sentimientos son únicamente fruto de nuestros pensamientos y hábitos aprendidos. Se ignora que cuando pensamos o actuamos, siempre lo hacemos desde un determinado estado de ánimo y ese estado esta determinado por nuestra química neuronal.

3. Esta forma de entender la felicidad no favorece los programas de investigación científica en esta línea. Ya no sólo hablo de farmacología, sino, por ejemplo, de los avances de la ingeniería genética. Supongamos que descubrimos qué genes intervienen directamente en que una persona sea feliz. Podríamos modificarlos de tal manera que extirpáramos para siempre la depresión o la ansiedad del género humano. ¿No sería este descubrimiento algo fantástico, la auténtica gran revolución en la consecución de la felicidad para todo el mundo? No, dirían muchos, eso sería cambiar peligrosamente la naturaleza humana, crear «monstruos inhumanos», jugar a ser dioses haciendo nuevos frankensteins. Pero es que este planteamiento parte de la idea de que existe una esencia humana, una forma de ser propia del hombre (y por lo tanto deseable) que no debemos tocar, cuando hoy sabemos que eso no es cierto. Una de las poderosas tesis que Darwin nos dejó es que el ser humano no es algo acabado, no existe una esencia humana dada para siempre pues el hombre, como cualquier otro ser vivo, está en continuo cambio, sigue evolucionando. ¿No sería mejor que nosotros controláramos la evolución en vez de dejar nuestro destino en sus caprichosas leyes? A mí me gustaría ver humanos pacíficos, comprensivos y generosos en vez de agresivos, intolerantes y egoístas sólo por la razón de que desde los últimos 30.000 años la genética del homo sapiens sapiens lo ha dictado así. Y aún menos me gustaría ver que nuestra especie evoluciona hacia formas más beligerantes e infelices sólo porque nos parece conveniente dejar que la naturaleza siga su curso por miedo a tocar nada, agarrándonos al mito esencialista de que existe una naturaleza humana dada para siempre.

comentarios
  1. Adolfo dice:

    Magnífica entrada. Ya tenía ganas de volver a leerte 🙂

  2. Gracias Adolfo. La verdad es que yo también tenía ganas de volver a escribir aquí. Prometo que este parón no volverá a darse y que el blog se actualizará, al menos, una vez por semana.

    Feliz año nuevo 😀

  3. Luis Tovar dice:

    Como análisis siento decir que me parece un tanto superficial y con argumentos muy parciales. En todo caso, parece más bien un panfleto de propaganda a favor de cierta idea de la felicidad y a favor de la manipulación genética para conseguirla.

    Por ejemplo, es cierto que el uso de medicamentos y terapias químicas ayuda a algunas personas que padecen trastornos de salud y les hace llevar una vida más satisfactoria. Pero esto no es la panacea. Muchas personas no tienen la misma buena respuesta que otras. Y no existe medicamento alguno que no tenga efectos secundarios, ya sean graves o leves, a corto o a largo plazo.

    La oposición o reticencia al uso de la ingeniería genética en humanos (o en otros animales) no tiene necesariamente que ver en absoluto con una defensa del esencialismo. Puede ser simplemente una llamada a la prudencia. Puede ser una objeción basada en el hecho de que se utilice nuestro código genético sin nuestro consentimiento. Puede ser una crítica hacia el control social que se puede conseguir mediante ese tipo de técnicas. Hay muchos motivos razonables que aquí ni siquiera se mencionan.

    Por ejemplo, se puede utilizar la ingeniería genética para obtener humanos más dóciles y obedientes, y menos exigentes y críticos, Y tampoco sabemos qué otros efectos indeseados puede tener sobre nuestra vida. Los animales no humanos que han sido manipulados genéticamente acaban desarrollando enfermedades tempranas, envejecimiento prematuro, trastornos graves de conducta. Todo esto, por supuesto, sin tener en cuenta la cuestión de la inmoralidad del uso de animales no humanos para nuestros fines. Aunque quizás esto sea otro tema. (O quizás no. Porque la idea de que lo que importa es conseguir la felicidad humana afecta negativamente a otros animales, y no hay razón alguna que justifique excluir sus intereses sólo por el hecho de que no pertenezcan a la misma especie que nosotros),

    A mi modo de ver, el mito de la felicidad consiste en creer que la felicidad es un lugar o un estado de cosas, en lugar de una actividad que incluye necesariamente su opuesto. Todas las ideologías que aspiran a la felicidad como supresión del dolor y el sufrimiento no parten de los hechos o de la lógica, sino de un deseo o una emoción que influye negativamente en nuestro reconocimiento de la realidad.

    Si lo que importa es la felicidad entonces la ética queda supeditada a la obtención de dicha felicidad (el fin justifica los medios). Y si nuestro ideal supremo es la felicidad entonces no dejaremos que la realidad nos arruine nuestro ciega ilusión de conseguirla a toda costa. No existe ninguna garantía de que el conocimiento la verdad incluya la felicidad en sí misma o sea un medio para la obtención de la felicidad.

  4. Hola Luis:

    Te respondo:

    «Por ejemplo, es cierto que el uso de medicamentos y terapias químicas ayuda a algunas personas que padecen trastornos de salud y les hace llevar una vida más satisfactoria. Pero esto no es la panacea. Muchas personas no tienen la misma buena respuesta que otras. Y no existe medicamento alguno que no tenga efectos secundarios, ya sean graves o leves, a corto o a largo plazo.»

    El desarrollo de antidepresivos de última generación ha supuesto una AUTÉNTICA REVOLUCIÓN en el tratamiento de enfermedades mentales. EVIDENTEMENTE aún no son perfectos pero… ¿es esto realmente una objeción?

    «La oposición o reticencia al uso de la ingeniería genética en humanos (o en otros animales) no tiene necesariamente que ver en absoluto con una defensa del esencialismo. Puede ser simplemente una llamada a la prudencia. Puede ser una objeción basada en el hecho de que se utilice nuestro código genético sin nuestro consentimiento. Puede ser una crítica hacia el control social que se puede conseguir mediante ese tipo de técnicas. Hay muchos motivos razonables que aquí ni siquiera se mencionan.»

    Es que en ningún momento he hablado de ética en el sentido que la mencionas. En mi artículo DABA POR SUPUESTA la buena labor de los científicos en términos éticos. De nuevo, es EVIDENTE que utilizar el código genético sin nuestro consentimiento, hacer virus indestructibles y ejércitos de clones asesinos no serán buenas iniciativas a partir de los descubrimientos de la ingeniería genética. Sólo estoy mencionando las utilidades positivas de una serie de descubrimientos y los prejuicios filosóficos que podrían darse en contra, nada más.

    «Todo esto, por supuesto, sin tener en cuenta la cuestión de la inmoralidad del uso de animales no humanos para nuestros fines. Aunque quizás esto sea otro tema.»

    Efectivamente, es otro tema que gustosamente discutiré contigo en otro lado.

    «A mi modo de ver, el mito de la felicidad consiste en creer que la felicidad es un lugar o un estado de cosas, en lugar de una actividad que incluye necesariamente su opuesto. Todas las ideologías que aspiran a la felicidad como supresión del dolor y el sufrimiento no parten de los hechos o de la lógica, sino de un deseo o una emoción que influye negativamente en nuestro reconocimiento de la realidad.Si lo que importa es la felicidad entonces la ética queda supeditada a la obtención de dicha felicidad (el fin justifica los medios). Y si nuestro ideal supremo es la felicidad entonces no dejaremos que la realidad nos arruine nuestro ciega ilusión de conseguirla a toda costa. No existe ninguna garantía de que el conocimiento la verdad incluya la felicidad en sí misma o sea un medio para la obtención de la felicidad.»

    ¿Dónde he dicho yo que lo que la ética haya de supeditarse a la obtención de la felicidad? Creo que la eliminación del sufrimiento es algo deseable pero, EVIDENTEMENTE, no a cualquier precio. ¿Crees que defendería que para conseguir la felicidad hay que maltratar animales o aceptar el sufrimiento de otros?

    Sacas del artículo un montón de conclusiones que yo, en ningún momento, he mantenido ni mantengo.

  5. Luis Tovar dice:

    Hola, Santiago.

    No tengo claro que los antidepresivos más actuales hayan supuesto realmente una revolución, como dices. Si fueran una revolución entonces ya no habría gente depresiva. Y curar la depresión, y cualquier trastorno emocional, sería fácil y rápido. Sin embargo, la situación mental en nuestras sociedades, en base a los datos que manejo, no es precisamente muy halagüeña que digamos. Por tanto, tal vez el término «revolución» sea, al menos, un tanto exagerado para describir el panoraman general. Aunque, por supuesto, es innegable que para algunos individuos concretos el uso de estos fármacos ha supuesto un giro radical, para mejor, en su vida.

    Por otra parte, creo que dar por supuesto que la labor de los científicos va a ser éticamente correcta sería incurrir en un grave desconocimiento del comportamiento humano. Si lo planteas como un hipotético no habría problema. Pero atendiendo a los hechos, la historia nos muestra que a los científicos lo que les importa ante todo es diseñar teorías con las que poder conocer el mundo y manejarlo para conseguir algún beneficio de ello (aunque la simple actividad de conocimiento es para muchos un beneficio en sí). Podemos encontrar cientos de sucesos en donde directamente los científicos no han dudado en utilizar a su antojo a seres humanos para sus experimentos a costa de sus vidas y su salud. Dejando de lado, claro, el uso de animales no humanos, cuyo número de víctimas asciende a billones.

    Estoy en parte de acuerdo con tu crítica al esencialismo. Pero el esencialismo, especialmente el tipo de esencialismo que señalas, es una visión muy trasnochada y endeble. Puesto que las esencias pertenecen al ámbito de la teoría y la abstracción, mientras que en la naturaleza sólo hay existencias.

    Hay muchas personas que sí defenderían pisotear los derechos de humanos (y de no humanos) si con ello consiguieran fomentar la felicidad general, o la felicidad de una mayoría. Encontrar ejemplos de esto es, por desgracia, terriblemente fácil. Luego entiendo que un análisis equilibrado debería tener esto en cuenta. Digamos que en tu nota apuestas por el lado más positivo y optimista mientras que mi réplica hace hincapié en los aspectos menos deseables de la cuestión.

    Comparto en cierto modo el ideal que defiendes acerca de una evolución del ser humano hacia tendencias que abandonden la hostilidad en favor de la empatía. Solamente no comparto la perspectiva de tu visión acerca de la posibilidad de conseguir este objetivo actualmente mediante el uso de la biotecnología.

    Un saludo.

  6. Carlos Moreno dice:

    Estimado Santiago: gracias por tu sugestiva refexión y por mantener viva esta interesante web que hace poco descubri. Con respecto al artículo, tan sólo quería introducir un matiz que, en realidad, no supone sino enfatizar un punto que tú mismo señalas: los antidepresivos han demostrado un «notable éxito en la cura de la infelicidad», pero conviene remarcar que, por si mismos, no proporcionan felicidad. Son, por así decirlo, «analgésicos del alma» y bien está utilizarlos, como cualquier otro analgésico. En mi opinión, habría que prestar atención, eso sí, al riesgo de que el alivio del dolor reste energía a la decisión de llevar a cabo otras acciones dirigidas a modificar las circunstancias que originan ese dolor o, incluso, a una búsqueda de la felicidad en un sentido más activo (salvo que se asuma, claro está, que no hay nada que se pueda hacer al respecto)

  7. Hola de nuevo Luis:

    Dices:

    «No tengo claro que los antidepresivos más actuales hayan supuesto realmente una revolución, como dices. Si fueran una revolución entonces ya no habría gente depresiva. Y curar la depresión, y cualquier trastorno emocional, sería fácil y rápido.»

    Es que tú sólo pareces aceptar el todo o nada. La penicilina o los antibióticos en general fueron revolucionarios para tratar muchísimas enfermedades a pesar de que no pueden curarlo todo y tener efectos secundarios (por ejemplo, dañar el sistema digestivo). Y además, los antidepresivos no sólo son una revolución por lo que hacen, sino por las vías de investigación que abren. De repente, la mente, algo sólo tratable mediante terapias dudosas y, en el mejor de los casos, poco eficaces, se puede tratar químicamente. Se han dado premios nobeles por ello (y por cosas bastante más humildes). Si eso no es una revolución que baje Dios y lo vea.

    «Por otra parte, creo que dar por supuesto que la labor de los científicos va a ser éticamente correcta sería incurrir en un grave desconocimiento del comportamiento humano. Si lo planteas como un hipotético no habría problema. Pero atendiendo a los hechos, la historia nos muestra que a los científicos lo que les importa ante todo es diseñar teorías con las que poder conocer el mundo y manejarlo para conseguir algún beneficio de ello (aunque la simple actividad de conocimiento es para muchos un beneficio en sí). Podemos encontrar cientos de sucesos en donde directamente los científicos no han dudado en utilizar a su antojo a seres humanos para sus experimentos a costa de sus vidas y su salud. Dejando de lado, claro, el uso de animales no humanos, cuyo número de víctimas asciende a billones.»

    De acuerdo, acepto que está bien que pongas el acento en los posibles y desgraciadamente siempre muy probables efectos adversos del mal uso de cualquier avance científico. No obstante, vuelvo a repetir que yo no quería tratar ese tema directamente en mi entrada.

    «Estoy en parte de acuerdo con tu crítica al esencialismo. Pero el esencialismo, especialmente el tipo de esencialismo que señalas, es una visión muy trasnochada y endeble. Puesto que las esencias pertenecen al ámbito de la teoría y la abstracción, mientras que en la naturaleza sólo hay existencias.»

    Es que hay muchas corrientes filosóficas que, de uno u otro modo, defienden posturas esencialistas (véase la mayor parte de la historia de la filosofía). Tú mismo acabas de hablar de la abstracción como un lugar para las esencias.

    «Hay muchas personas que sí defenderían pisotear los derechos de humanos (y de no humanos) si con ello consiguieran fomentar la felicidad general, o la felicidad de una mayoría. Encontrar ejemplos de esto es, por desgracia, terriblemente fácil. Luego entiendo que un análisis equilibrado debería tener esto en cuenta. Digamos que en tu nota apuestas por el lado más positivo y optimista mientras que mi réplica hace hincapié en los aspectos menos deseables de la cuestión.»

    De nuevo te repito que en mi entrada no quería poner en tela de juicio asuntos éticos acerca del uso de la ciencia. Con toda la razón del mundo estoy de acuerdo contigo en que no se pueden pisotear los derechos humanos o de los animales por la felicidad de unos pocos pero, insisto, eso es otro tema.

    «Comparto en cierto modo el ideal que defiendes acerca de una evolución del ser humano hacia tendencias que abandonen la hostilidad en favor de la empatía. Solamente no comparto la perspectiva de tu visión acerca de la posibilidad de conseguir este objetivo actualmente mediante el uso de la biotecnología.»

    De momento es cosa de ciencia-ficción, pero espera unos años.

  8. Hola Carlos:

    En primer lugar, muchas gracias 🙂

    Y en segundo, creo que hemos hipostasiado hasta el extremo el mismo concepto de felicidad. Yo aquí pretendía bajarlo un poco a la tierra. Ser feliz no es encontrar el final del camino sagrado ni contemplar lo absoluto en su armonía con la naturaleza. Ser feliz consiste, de primeras y como mínimo, en tener mecanismos saludables para enfrentarse a los problemas del día a día. Y, en último término, en tener una vida en la que tu estado de ánimo se mantenga lo más alegre posible y en la que sufras lo mínimo indispensable.

    Me gusta cuando Ortega y Gasset dice que en la vida hay que mantener una ética para estar en forma. Precisamente, eso es ser feliz: estar en forma, no encontrar el Nirvana o superar las siete pruebas del conocimiento interior.

  9. Ananías. dice:

    La felicidad es como el arcoiris.
    ¿Qué es la felicidad? La felicidad extrema puede apreciarse en las crías de los mamíferos cuando retozan al calor del abrigo y de la protección de sus progenitores.
    Esencialmente la felicidad es pasajera , volátil y va de un sitio a otro como una mariposa. Si se posa en ti la puedes sentir. Entonces pueden ocurrir dos cosas:

    1) La observas , la sientes y se marcha. Te quedas sin ella. La esencia de la mariposa consiste en su movimiento,en su inconstancia, en su deambular errático.

    2) Intentas atraparla, contenerla y guardarla; pero entonces la matas debido a su fragilidad inherente. Logras la taxidermia de la felicidad.

    Lamentablemente vivimos en un mundo plagado de taxidermistas de la felicidad. Poseemos inumerables cadáveres de la felicidad. Esperamos simplemente a reunirnos con ellos y a eso lo llamamos – judeomasónicamente, si se quiere – felicidad eterna.

  10. yack dice:

    Comparto la tesis propuesta por Santiago.

    La felicidad, como todo, sólo se ha llegado a comprender cuando la ciencia tomó cartas en el asunto.
    Tal como yo lo veo, la felicidad es una emoción que se experimenta cuando se alcanzan ciertas concentraciones en sangre de neurotransmisores específicos capaces de inducir sobre ciertas regiones del cerebro esa sensación agradable que llamamos felicidad.

    Ahora bien, el objetivo de este mecanismo no es hacernos felices, sino premiarnos por hacer ciertas cosas que la Naturaleza está empeñada en que hagamos (reproducirnos, prosperar, tener perspectivas favorables, ascender en la escala jerárquica de nuestro grupo, etc). Y por eso cuando lo conseguimos, se produce una descarga de endorfinas que nos hace felices durante un tiempo limitado y siempre que sigamos haciendo bien nuestros deberes.

    La felicidad sería como el caramelo que el domador le tira al perro que hace bien el ejercicio acrobático, y la infelicidad equivaldría al puntapié que le propina cuando se equivoca o lo hace mal. La Naturaleza sería el domador y nosotros el perro.

    Ahora bien, dado que somos la única especie lo suficiente inteligente para comprender (con la mediación inexcusable de la ciencia) ese mecanismo neuroquímico de recompensas y castigos, podemos manipularlo en nuestro favor. Es lo que hacen los adictos a las drogas, metiéndose en vena sustancias psicoactivas, aunque existen efectos colaterales adversos.

    Cuando la ciencia consiga controlar estos mecanismos, evitando los efectos adversos, todos seremos felices y habremos alcanzado el paraíso terrenal prometido por las religiones, sólo que de verdad, aquí y ahora. Lo que vendría a confirmar mi teoría de que la ciencia es la religión verdadera, la única que cumple lo que promete. El resto se limitan a prometer lo que deseamos, pero después de la muerte.

    Saludos.

  11. Antonio dice:

    Hola Santiago. Si alguien me pregunta qué es la Máquina de Von Neumann, les diré que es un sitio donde no se habla de cosas intrascendentes como el iPad o la deuda soberana, sino de cosas importantes como la felicidad. Enhorabuena otra vez.

    Estudié psicología aunque no aproveché mucho. La motivación era la típica área que me disgustaba: poco científica y elegante. Hoy me sigue pareciendo igual. A su lado el pensamiento, la memoria o el lenguaje me parecen áreas brillantes.

    Y sin embargo, existimos por la motivación. Motivación es lo que nos mueve. Sin motivación no darías un paso. Nos indica qué deseamos y qué debemos hacer a continuación. Curiosamente la motivación es algo que no se ha intentado simular en los ordenadores: siguen instrucciones, pero no eligen objetivos o tienen deseos.

    Simplificando, la felicidad es el estado de placidez posterior a la consecución de un objetivo. Obviamente los humanos somos complejos y hay un conjunto de objetivos y satisfacciones simultáneos. Como apuntaba Yack, la felicidad es un caramelo, aunque muy poderoso. La felicidad y su opuesto, el hambre, son pasajeros por definición. Si obtuviéramos la felicidad definitiva, se acabaría la motivación, no haríamos nada y moriríamos. De modo que la felicidad es un paso y otro paso, un sube y baja, una gráfica cuyos valores oscilan entre 0 y 100, donde los puntos bajos se corresponden con deseos no cumplidos y los altos con necesidades satisfechas.

    Recuerdo una aproximación conductista a la depresión. Si un animal sufre repetidas descargas y ya ha ensayado sin éxito todo el repertorio conductual para evitarlas, acaba por no tener respuestas: está deprimido. La felicidad es la satisfacción de saber que nuestra respuesta ha conseguido el objetivo deseado.

  12. yack dice:

    Antonio, estoy bastante de acuerdo con tu planteamiento, aunque me gustaría añadir algunas cosas más.

    La felicidad no sólo se siente cuando hemos comido, sino cuando teniendo hambre, sabemos que vamos a comer en breve, porque es más importante recompensar los últimos pasos hacia la consecución de una necesidad que su conclusión posterior, que sólo sirve para que recordemos que después de comer nos sentiremos bien, es decir, dejaremos de sentirnos mal.

    Si vemos una película y nos gusta, podríamos caer en la tentación de verla una y otra vez, pero eso sería una pérdida de tiempo y energía, por lo que surge el hartazgo que es la inhibición de placer al repetir un acto que fue placentero pero que ya no aporta nada nuevo.

    Si ascendemos en la escala jerárquica, al poco tiempo dejaremos de ser felices y necesitaremos un nuevo ascenso para obtener otra dosis de felicidad.

    Una vez más, la idea subyacente es que seamos productivos y no que seamos felices. Por eso el objetivo de ser permanentemente feliz es absurdo.

    En cuanto a que los ordenadores no tienen motivación, tal vez sea porque no la necesitan. En su caso, es el programador quien les dice exactamente lo que tienen que hacer.

    En el caso de los seres vivos la Naturaleza le da patrones flexibles de comportamiento porque tienen que enfrentarse con un ambiente imprevisible y no siempre pueden comer cuando tienen hambre o beber cuando tiene sed.

    En cada momento deben hacer lo que necesitan dentro de lo que pueden y para eso existe el mecanismo del placer y el dolor, para darles instrucciones de lo que en cada momento deben hacer o procurar hacer, en función de las circunstancias y de las prioridades.

    Por ejemplo, cuando tenemos hambre y vemos comida, el hambre aumenta porque las expectativas de comer mejoran. El placer y el dolor es la forma en la que percibimos las instrucciones que nos envía el Gran programador de la selección natural agazapado en lo más profundo y primitivo de nuestro cerebro.

    Saludos.

  13. Creo que Antonio y Yack aciertan –si les he entendido bien- al considerar la felicidad como algo dinámico y no estático, como una búsqueda de objetivos sucesivos que no termina nunca. Al respecto, esto es lo que dijo Lucrecio (¡en hexámetros!) en “De Rerum Natura”:

    Pues mientras nos falta lo que deseamos nos parece que supera a todo/
    en valor; pero cuando es alcanzado/
    se presenta otra cosa, y así siempre estamos presos de la misma/
    sed, nosotros que anhelamos la vida.

    http://antoniolopezpelaez.com

  14. HH dice:

    Me gustó el principio de esta nota. No el final.

    «1. La distinción natural/artificial es harto dudosa y confusa. Sabemos que, por ejemplo, realizar ejercicio físico produce neuropéptidos de forma endógena que aportan felicidad. Los defensores tradicionales de la “felicidad auténtica” aceptarían los hábitos deportivos como medio legítimo para ser feliz por el mero hecho de que la alegría “sale de dentro” mientras que no aceptan la labor de los antidepresivos tachándola de artificial simplemente porque la alegría “viene de fuera”, hay que tomarla en cápsulas. Pensemos en una persona que acaba de salir del gimnasio e interpreta cualquier hecho cotidiano de su vida con sumo optimismo debido a la labor de la química cerebral que acaba de producir a base de estar subido media hora en una bicicleta estática. ¿La interpretación de ese hecho no es igual de artificial que la de aquel que la hace después de la ingesta de escitalopram? ¿Por qué una es auténtica y la otra no?»

    Sin embargo, el hacer ejercicio es beneficioso para el cuerpo, en cambio tomar anti-depresivos con mucha suerte no son nocivos (pero, en general, tienen efectos secundarios. Tampoco es raro encontrar, al menos en mi país, personas a los cuales los antidepresivos han vuelto aún mas depresivos o les han quitado cualquier ganas de vivir). Es paliar el síntoma y no la enfermedad, que se la alienación de la vida cotidiana.

    Por otro lado considerás que eliminar los sentimientos de infelicidad harían que la gente sea mas pacífica. Yo no estoy tan seguro de eso. Hay gente que es feliz cazando o pescando (matando seres vivos), ¿por qué no habría gente que es feliz haciendo daño a otras personas?

    Otra suposición que hacés es que el estado de felicidad puede ser perpetuo. Habría que ver si es así. Si todo el tiempo somos optimistas, ¿somos conscientes de ese optimismo? ¿se puede disfrutar de la felicidad sin haber conocido la tristeza? Creo que ni siquiera se podría ser conscientes de la propia felicidad sin haber conocido otros sentimientos.

    Lo que planteás es parecido a «Un Mundo Feliz» de Aldous Huxley y la droga SOMA.

  15. Hola HH:

    Dices:

    «Sin embargo, el hacer ejercicio es beneficioso para el cuerpo, en cambio tomar anti-depresivos con mucha suerte no son nocivos (pero, en general, tienen efectos secundarios. Tampoco es raro encontrar, al menos en mi país, personas a los cuales los antidepresivos han vuelto aún mas depresivos o les han quitado cualquier ganas de vivir). Es paliar el síntoma y no la enfermedad, que se la alienación de la vida cotidiana.»

    Los antidepresivos de tercera generación apenas tienen efectos secundarios (así que hablar de que con mucha suerte no son nocivos es exagerar muchísimo. Sus efectos secundarios no suelen ir más allá de cierta disfunción eréctil, algunas naúseas, sinusitis, algún problema gastrointestinal, aumento de peso, sudoración o dolores musculares… Nada que un médico considerara como algo grave. Y estos efectos sólo se dan en uno de cada cien pacientes). Y lo que es imposible es que los antidepresivos te vuelvan aún más depresivo… Pueden no funcionar o no conseguir eliminar la depresión, pero es imposible que la empeoren.

    Dices que sólo palían el síntoma y no la enfermedad que es la alienación de la vida cotidiana, pero es que yo quería ir mucho más allá. Pensemos, ¿por qué estar solo en la vida me pone triste? ¿Por qué que mi novia me deje o que me echen del trabajo produce en mí malas sensaciones emocionales? No es porque esos hechos sean malos en sí (no existe el mal en sí). Es porque en nuestra especie nuestro cerebro está programado para reaccionar mal ante esos sucesos. Si podemos de algún modo reprogramar el cerebro para que esto no suceda sería genial. No estaríamos haciendo nada falso o sólo paliando síntomas sin ir a lo esencial, estaríamos refabricando al hombre para hacerlo mejor.

    «Por otro lado considerás que eliminar los sentimientos de infelicidad harían que la gente sea mas pacífica. Yo no estoy tan seguro de eso. Hay gente que es feliz cazando o pescando (matando seres vivos), ¿por qué no habría gente que es feliz haciendo daño a otras personas?»

    No, no he dicho eso. Por un lado estaría hacer a la gente más feliz y por otro estaría hacerla más pacífica. En lo primero hemos logrado avances mientras que lo segundo todavía es ciencia-ficción para la ingenería genética, aunque espero que, a la larga, se consiga.

    «Otra suposición que hacés es que el estado de felicidad puede ser perpetuo. Habría que ver si es así. Si todo el tiempo somos optimistas, ¿somos conscientes de ese optimismo? ¿se puede disfrutar de la felicidad sin haber conocido la tristeza? Creo que ni siquiera se podría ser conscientes de la propia felicidad sin haber conocido otros sentimientos.

    Lo que planteás es parecido a “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley y la droga SOMA.»

    Es que, en el peor de los casos no pasaría nada. Piensa en si no existiera el cáncer, siendo una reliquia del pasado. Siguiendo tu argumento, para saber lo que es la salud hace falta saber qué es la enfermedad, por lo que eliminar el cáncer no sería algo del todo bueno. Pues no, a mí me gustaría una sociedad sin enfermedad alguna aunque esto supusiera no entender qué significa tener buena salud. Pero es que aún así esto ni siquiera tendría por qué ser así. Huxley pensaba que una sociedad que usara SOMA sería superficial, ignorante, banal… Yo creo que no tiene por qué ser así. Ser más feliz suele hacerte ser más vital, más activo, emprendedor, sociable, etc. Habitualmente ser feliz no tiene las consecuencias negativas que supone Huxley.

  16. Yo conozco a personas -y no pocas- que, sin necesidad de las drogas milagrosas que menciona Santiago, son felices, optimistas y positivas desde que se levantan hasta que se acuestan, y siguen siéndolo contra viento y marea, a despecho de cualquier revés o desgracia que se cebe con ellos. Los conozco, pero los trato lo menos posible. A mi entender, son imbéciles sin remedio imposibles de soportar. Sólo de pensar que con la medicación adecuada podría acabar volviéndome como ellos me pone los pelos de punta.

    http://antoniolopezpelaez.com

  17. Antonio:

    Jajaja. Sí que es cierto, yo también conozco a alguna gente así y son de lo más insoportable. Pero yo no creo que la felicidad lleve necesariamente a la estupidez. Todos buscamos ser más felices y si la felicidad está en la idiotez la solución estaría en un pequeño corte en el lóbulo frontal y… ¡voilá! ¡Imbécil profundo pero feliz!

  18. humildeestudiante dice:

    ¿No motiva la infelicidad en algún modo a cambiar? así pues, si eliminamos la infelicidad perpetuaremos nuestro modo de vida, nuestras circunstancias, nuestras creencias… La desaparición de la infelicidad podría producir el estatismo en vida…
    Estoy de acuerdo en el uso de medicamentos en casos concretos. Imagínese a una persona en una situación depresiva de la cual no puede salir, ¿por qué privarle de una existencia más llevadera? ¿a quién hace mal? pero también se la podría plantear a esa persona la posibilidad de cambiar en lugar de perpetuar la situación en la que se encuentra.

    Ahora, yo creo que hay que hacer una diferenciación entre: placer, alegría y felicidad en intensidad y en duración con respecto al tiempo. Creo -no tengo ni idea, si alguien lo sabe que me corrija- que lo que proporcionan los medicamentos no es la felicidad, sino alegría, durante un tiempo determinado. La felicidad para mí es como una meta, indefinible, una especie de alegría eterna, que no se puede alcanzar, a día de hoy me sigo preguntando ¿Qué es la felicidad?. Pero de todas formas, «la felicidad» la veo como una palabra «en-no», como puede ser «nada», «omnipotencia», «omnisciencia»…

    Un saludo.

  19. Carlos dice:

    Los antidepresivos, según mi experiencia, tampoco proporcionan alegría. En realidad, no proporcionan nada en positivo. Mas bién, quitan, atenúan el dolor, la angustia, la tristeza… En mi opinión, estos sentimientos no son superfluos, no son prescindibles. Forman parte de la experiencia de la vida y también tienen una función. Ayudan a intensificar la luz de la conciencia. Muchas personas intentan evitar por todos los medios el sentimiento de tristeza, lo cual, en los tiempos actuales, va bastante a favor de las corrientes dominantes. Y, tal y como yo lo veo, son personas condenadas a la superficialidad y a la carencia de intensidad en su degustación de los sabores de la vida.

    Dicho todo lo cual, reconozco que cuando los sentimientos de infelicidad le embargan y paralizan a uno o, sencillamente, parece imposible hacer los cambios necesarios para disolverlos, lo más razonable del mundo es echar mano de los antidepresivos. No le veo mayor sentido a estancarse en el sufrimiento incesante.

    Y pienso, por otro lado, que sí tiene sentido anhelar la felicidad. Hay personas, a lo largo de la historia (no muchas, es verdad), que atestiguan haberla conseguido. Felicidad, sabiduría, libertad… parece que son palabras que, llevadas a su máxima expresión, confluyen, significan lo mismo. Sí, me creo el testimonio de esas personas, ¿por qué no?. Otra cuestión es lo que me dijo a mi una vez una persona, embargada por la autocompasión y con lágrimas en los ojos: «Yo lo único que quiero es ser feliz». Sin duda ese es un planteamiento extremadamente ingenuo, como si la felicidad fuera un derecho de nacimiento, algo sencillo, ganado por el mero hecho de ser humano. Pero bueno, eso forma parte de la dificultad que tanta gente tiene para asumir que la vida, en si misma, es una lucha y, como tal, es dura. Y por eso se pasan la vida indignándose y quejándose y echando la culpa a los demás de sus males.

    Lo que no entiendo, dicho sea de paso, es la insistencia de algunas personas en reducir la felicidad, o los sentimientos o los propios pensamientos a procesos neurofisiológicos, a conexiones sinápticas y a dinámicas de neurotransmisores. Y con la cantinela del «no es más que» parece que resuelven todas sus dudas existenciales. Por la misma regla de tres, la catedral de Burgos no es más que un montón de piedras o las sinfonías de Beethoven un conjunto de sonidos. Bueno, pues si así consideran que quedan desentrañados los secretos del mundo…

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