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La corriente filosófica que domina mayoritariamente las universidades europeas y norteamericanas es la posmodernidad. De índole fundamentalmente francesa, esta corriente defiende un cierto relativismo a todos los niveles. Piensa que la Modernidad ha sido un fracaso, que la razón ilustrada nos ha llevado a un mundo tecno-burocrático que termina por eliminar la diferencia y la individualidad del hombre. La razón instrumental, hija, según ellos, de la ciencia y la razón, nos llevó a Auschwitz o a la bomba atómica, al capitalismo salvaje y al colonialismo, incluso al deterioro medioambiental o al machismo. La ciencia, fiel sierva del poder establecido, mantiene un positivismo dogmático y excluyente que expulsa como pseudosaber a todo aquella teoría crítica que se rebela contra tan opresor sistema. La comunidad científica no se da cuenta de que saber es ideológico, relativo a sus circunstancias socio-históricas  y por tanto, tan válido o inválido como la religión o los mitos de las diversas culturas que ha dado la historia. La ciencia es un mito más, un metarrelato que no muestra sino la derrota de la razón moderna. Ante ella se defienden ciertas teorías si no directamente irracionalistas, como mínimo arracionalistas.  Vattimo sostendrá que ante la muerte de la razón sólo nos queda un pensamiento débil, o Lyotard o Rorty nos hablarán, basándose en el segundo Wittgenstein, de que lo único que nos queda será la modificación de juegos del lenguaje para llevarlos a posturas ético-políticas que respeten la individualidad del sujeto. Como los juegos del lenguaje no tienen nada que ver con la verdad, podemos cambiarlos a nuestra conveniencia para que la ficción que es, a fin de cuentas, todo nuestro conocimiento, al menos tenga unas consecuencias positivas para nuestra realidad social. Como todo es ficción narrativa, la posmodernidad se muestra como la postura más tolerante por excelencia. Todas las culturas y sus respectivas interpretaciones de la realidad quedan igualadas, no existiendo una posición privilegiada desde la cual juzgarlas. Todo es hermeneútica, narración, poesía, mito, prejuicio, contexto, fragmento, juego, perspectiva, subjetividad… Llegando al extremo en autores como Lacan, Deleuze y Guattari, Baudrillard, Virilio o Julia Kristeva (a mi juicio, pseudofilósofos que rozan la vulgar estafa) quienes, denunciando que las estructuras lingüísticas paridas por la modernidad son totalitarias y opresoras, generan nuevos lenguajes que, llegando a una «fecunda» inflación terminológica, resultan absolutamente ininteligibles tanto para el común de los mortales como para el profesional de la filosofía.

Paradójicamente, los resultados ético-políticos de tan fértil y exitosa corriente han sido desastrosos. Embebidos de ese relativismo ultratolerante, nuestros políticos no dudan en tachar de discriminador y reaccionario cualquier discurso que mantenga un mínimo de consistencia ante los abusos y las sinrazones de toda afirmación, hábito o costumbre fruto de una minoría étnica, marginada o minoritaria. No se pueden criticar los absurdos de la cultura gitana sin ser tachados de racistas ya que no somos quiénes para juzgar otras culturas, curiosamente a la vez que los gitanos acaban recluidos en guetos marginales en las periferias de las ciudades. Tampoco podemos ponernos serios ante las barbaridades que los imanes musulmanes sueltan desde sus mezquitas ni denunciar la neta falsedad de los poderes del chamán de cualquier tribu. Adivinos, videntes, homeópatas, nigromantes y cartomantes proliferan por doquier sin que podamos denunciarles ya que sus artes mágicas tienen el mismo estatuto que nuestras teorías científicas más demostradas. El segundo principio de la termodinámica es una construcción tan literaria como la güija, el mal de ojo y el poder adivinatorio de las cartas del tarot.  Si la Modernidad apostaba por un desencatamiento del mundo, la posmodernidad vuelve a encantarlo.

Ahora tenemos soldados que van siempre «en misión de paz» armados hasta los dientes, «profundas identidades nacionales» en donde sólo hay bailes y fiestas regionales, «mujeres modernas y liberadas» en donde sólo hay esclavitud laboral y antidepresivos, «medicina alternativa y tradicional» en donde sólo hay efecto placebo o «pluralidad y multiculturalismo» donde sólo hay superficialidad y falta de fuerza para condenar la injusticia y la falsedad. Nietzsche se equivocaba cuando decía que no había hechos sino sólo interpretaciones. Hay hechos y hay interpretaciones de los hechos. Ahora sólo tenemos interpretaciones. ¡Volvamos a los hechos antes de que sea demasiado tarde!

Damian Loeb

Publicado: 1 junio 2010 en Arte
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¿Qué quedará en el memorándum visual de una generación que jamás haya visto una pintura, que ningún clásico consiguió ser lo suficiente para serle relevante? Fotogramas, clímax, fragmentos de películas que consiguieran provocar su emoción, activando su memoria, capturando un pedacito de relevancia dentro de la global indiferencia. Es el arte de Damian Loeb.

Loeb plantea escenas inquietantes que recuerdan a un Edward Hooper actualizado, posmodernizado con el filtro del séptimo arte contemporáneo.  Sólo nos deja ver una parte, sólo nos muestra el comienzo, un breve fragmento de la acción que está en ciernes, creando desasosiego, insatisfacción ante la expectativa de lo que está por venir. Pero quizá es que la realidad se agota aquí, es que la realidad sólo sea un «está por suceder que nunca sucede»... ¿No es ese el auténtico mensaje de la posmodernidad? No hay un final feliz, no hay un paraíso prometido al que llegaremos, tan sólo un presente efímero y escurridizo, tan sólo una promesa incumplida.

Y de nuevo la pérdida de protagonismo del observador en la acción (que no en el cuadro): el hombre ya no es el sujeto de la historia, ya no puede cambiarla (pues quizá ya no haya nada que cambiar, ese será el nihilismo del último hombre). El observador es un mero voyeur, alguien que ya sólo aspira a la conquista del efímero momento pecaminoso para romper con la futilidad de su cotidianeidad. Esa miserable conquista de una pequeña emoción fuerte será el último refugio.

Visto en Uno de los nuestros. Más en la Web de Damian Loeb. Siento que las imágenes, al ser tan pequeñas, no consigan crear el impacto que los originales (que miden varios metros), los cuales han de ser una auténtica delicia visual.

Gran parte de los razonamientos que, de forma tanto consciente como inconsciente, realizamos a diario, son de tipo inductivo. Una inducción consiste simplemente en inferir un enunciado general de la adición de casos particulares. Debido a que a lo largo de la historia, todos los hombres que han existido han muerto, inferimos por inducción que todos los hombres son mortales, por lo que predecimos que en un futuro, nosotros también moriremos.

No obstante, los argumentos inductivos tienen una seria limitación: las inducciones rara vez son completas. Decimos que una inducción es completa cuando los casos particulares de los que partimos son todos los casos posibles. Por ejemplo, si yo digo «Todos los objetos de esta caja son galletas» puedo mirar la caja y comprobar que, efectivamente, todos los objetos que allí hay son galletas. Tengo todos los casos posibles. por lo que mi afirmación es rotundamente verdadera. Sin embargo, si digo «Todos los cuervos son negros» no tengo aquí y ahora a todos los cuervos existentes en el mundo. Podrían existir (y de hecho existen) cuervos blancos en algún lugar del mundo. Siempre podría darse un caso que no hubiéramos tenido en cuenta y que falsara nuestra generalización. Estamos ante una inducción incompleta.

El problema se agrava más aún cuando aplicamos el factor tiempo. Para que la proposición «El agua hierve a 100ºC» sea considerada científica he de contrastarla experimentalmente. Entonces caliento agua y mido su temperatura con un termómetro. Lo hago una vez y, en efecto, el agua hierve a 100ºC.  Para asegurarme más repito el experimento diez veces y las diez corroboran mi afirmación. Entonces me siento satisfecho y digo con certeza que el agua hierve a esa temperatura. ¿Con certeza? ¿Y quién me dice a mí que si realizara un nuevo experimento a lo mejor el agua hierve a 102ºC? Entonces repito el experimento hasta cien veces y todas me confirman la hipótesis pero… ¿y quién te dice que el experimento ciento uno tendrá otro resultado? ¿Dónde parar entonces?

En el caso de los cuervos, el asunto se puede solucionar recorriendo todo el Universo del experimento para encontrar todos los casos (recorrer toda la Tierra en busca de todas las especies de cuervos). Pero cuando introducimos el factor tiempo, el problema es irresoluble: siempre podría darse un experimento futuro que falsara mi tesis. ¡Dios mío! ¡La ciencia moderna se tambalea! ¡Hagámonos posmodernos y cantemos a los cuatro vientos que la verdad no existe y que los científicos son unos farsantes al servicio de un sistema tecno-burocrático fascista!¡El gran hermano te vigila!

NO, el caso de que la mayoría de nuestras inducciones sean incompletas no es razón suficiente para anular este tipo de razonamientos. La falacia que reside detrás de esto es que solemos pensar que si un argumento es irrefutable, entonces es verdadero. Es cierto que en el experimento ciento uno podría darse la falsación, pero, ¿qué razón tengo para creer que eso vaya a ocurrir? Para la corroboración tengo cien experimentos, cien razones a favor, mientras que para la falsación no tengo ninguna, más que pensar que quizá ocurra que cambien las leyes que rigen el cosmos, cosa posible pero enormemente improbable (jamás se ha dado más que en la imaginación de nuestros experimentos mentales).

Durante toda mi vida he visto todos los días que el sol sale por el Este y se mete por el Oeste (exactamente tengo 10.835 días de vida, así que tengo 10.835 razones a favor de hacer la inducción «El sol sale todos los días»). Asimismo a lo largo de toda la historia de la humanidad, todos los hombres que me precedieron vieron salir el sol todos los días de su vida. Esto eleva la cifra a varios millones de días, millones de razones para pensar que el sol saldrá mañana frente a  que  jamás nadie vivió el caso contrario. Y no sólo con respecto al sol sino que todos los días vivimos miles de repeticiones que confirman el orden repetitivo del cosmos: cuando abro la puerta la calle sigue allí, el cielo está en su sitio, la gravedad sigue operando, las leyes de la óptica se siguen cumpliendo, así, día tras día, durante millones de días. Mi inducción acerca de la temperatura del agua está basada, a su vez, en una especie de «superinducción» que apuesta, tras casi infinitos casos particulares que la confirman, por el orden constante de la naturaleza. No sólo tengo cien experimentos detrás, sino una infinidad (en este sentido, siempre que el experimento esté bien hecho, me da igual hacer uno que mil). ¿Qué razón hay entonces para pensar que este orden repetitivo del Universo se va a romper en el experimento 101?

Muchos han confundido la ausencia de certeza absoluta, la constante provisionalidad de las teorías científicas, como una razón suficiente para denostar el conocimiento científico y bajarlo de su pedestal. Grave error. No poder tener la certeza absoluta de que el sol vaya a salir mañana no es razón suficiente para abandonar el conocimiento que me dice que así sucederá.  Y sí, amiguitos, el sol saldrá mañana y el agua hervirá a 100ºC. Me juego una mano.

Una concepción dogmática y absolutista del desarrollo de la ciencia tiende a ver las teorías científicas como algo terminado, estático, inamovible; como si el científico que las idea las generara  en un tiempo pero luego las dejara acabadas para siempre (O ni siquiera eso, el mito de Newton y la manzana es una muestra de falsa idea de cómo nace una teoría científica. Los Principia de Newton no son fruto de un «manzanazo» sino de años de dura investigación). Así, si hablamos de paradigmas, solemos entender el paradigma aristotélico, el newtoniano y el einsteniano como tres grandes totems, corpus de doctrinas perfectamente ensambladas. Cuando empezaron a caer, uno imagina que una serie de evidencias experimentales corroyeron sus cimientos hasta que se derrumbaron de una sola vez como un edificio al ser demolido. Parece que uno se acuesta aristotélico y a la mañana siguiente ya es newtoniano.

Nada más lejos de la realidad. La ciencia, cuando es buena ciencia, se caracteriza por lo móvil. Una buena idea no es la idea que se queda en el trono de la verdad nada más pensarse; una buena idea genera inmediatamente líneas de investigación que vuelven constantemente a revisarla; una buena idea es una visión de futuro, más valiosa por lo que abre que por las soluciones que da. Esa es la diferencia entre la ciencia viva y la ciencia muerta (o la religión).

La teoría de Darwin abrió un marco nuevo de hipótesis y contrahipótesis, de tesis y refutaciones

Y, precisamente, desde el Blog Memecio nos llega un claro ejemplo de ciencia viva. El Origen de las especies de Charles Darwin se gestó durante unos veinte años (imaginemos las vueltas que dieron las ideas en la cabeza de Darwin durante tanto tiempo) y luego tuvo nueve ediciones en las que se corrigieron y matizaron un montón de tesis. El especialista en visualización de datos del MIT Ben Fry (en su Web podréis ver diagramas del código genético, estructura de cromosomas, etc.) nos muestra una visualización de los cambios que Darwin introdujo en las sucesivas ediciones de su gran obra. Además de poder verse los cambios frase por frase, es curioso contemplar como las ediciones aumentan de tamaño (de 140.000 a 190.000 palabras). Y es que Darwin tuvo que responder a muchas objeciones (muchas de ellas bastante lógicas) ya que su pensamiento supuso el comienzo de una gran revolución por lo que, necesariamente, habría de estar inacabado.

Los que argumentan que el darwinismo es una religión autoritaria bien harían en comparar los cambios constantes en el pensamiento de Darwin con la, esta vez sí, quietud totémica de los textos bíblicos. ¿Cuántas veces se ha corregido la Biblia debido a las objeciones planteadas? Sólo quien se cree en posesión de la verdad absoluta no necesita revisarla, sólo quien opera con dogmas y no con hipótesis no necesita pensar sino sólo dar órdenes a su rebaño. En el caso de Darwin, desde luego, la historia no era esa.

Los Clásicos son obras que hay que releer constantemente. No obstante, al releerlos, cada vez se hace con una mirada nueva, con la mirada de tu propia época. Y eso es lo que hace el pintor y/o fotógrafo ucraniano Anton Solomoukha.

Anton Solomoukha reescribe los clásicos

El baño turco de Ingrés (1862)

El poderoso dominio del escenario de Solomoukha nos quiere decir que la vida posmoderna no es más que apariencia, no es más que mantener una estúpida y superficial pose. Mi profesor de estética decía continuamente que en esta época ya no hay gestas sino sólo gestos, simpática forma de certificar la carta de defunción del héroe clásico. Aquí tenemos la primacía de los estético por lo estético mezclado con el subconsciente freudiano, con el fuerte erotismo animal propio del ello. Cuando quiebran las ideas, al hombre sólo le queda el instinto, la poderosa fuerza del subconsciente que se presenta oníricamente. Esa es la sexualidad colorista contemporánea a la que quizá sólo le queda la provocación.

Anton Solomoukha reinterpreta a Velázquez

El juego de espacios de las Meninas es magnífico

Para ver más obras de Solomoukha, aquí.

He visto algunos blogs, como Frustración voluntaria, en los que introducen una hermosa imagen acompañada de música. Me parece una buena idea que da colorido y alegría al Blog. Así que, con su permiso, de vez en cuando haré lo mismo.  Es muy posmoderno mezclar dos cosas que no tienen nada que ver y luego afirmar que eso es el no va más del arte. ¿Qué tienen que ver Jim Morrison y Gericault? Espero que os guste.

La balsa de la Medusa