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Robert Nozick

Robert Nozick fue muy conocido sobre todo por sus contribuciones a la filosofía política. Su obra Anarquía, Estado y Utopía (1974) suele considerarse como la respuesta neoliberal a la Theory of Justice de John Rawls. Es muy habitual encontrar su nombre entre los pensadores que hay detrás de la derecha política junto, por ejemplo, a Hayek o a Von Mises. Es por eso que se conoce mucho peor su faceta como metafísico. Nozick tuvo la ambición, y quizá la locura dado los tiempos que corren, de enfrentarse al problema del sentido de la existencia. Y lo hizo con cierto ingenio.

¿Por qué el ser y no más bien la nada?

Si no queremos llegar a una respuesta circular ni a una regresión ad infinitum tenemos que postular como causa del universo algún tipo de verdad que se explique por sí misma, que no dependa de nada más para ser cierta, un principio autoexplicativo ¿Cómo sería algo así? Nozick nos desvela su estructura:

P equivale a «Todas las explicaciones que posean la propiedad C son verdaderas»

P posee la propiedad C.

Un principio tal que P sería lo que denominaríamos como principio autoinclusivo, y tendría la virtud de incluir en sí mismo su propia explicación, por lo que no necesitaría de otro principio para explicarse. La verdad última sobre el mundo debería tener esta estructura. Pero pensemos en la siguiente oración:

Toda frase que contenga ocho palabras es verdadera

Es evidentemente falsa, pero imaginemos un universo en el que fuera cierta, un universo en el que cualquier frase de ocho palabras es aceptada como verdadera. Como curiosidad nótese que llegaríamos a absurdos varios.

Tengo siete dedos en mi mano derecha

sería falsa ya que solo tiene siete palabras. Pero simplemente cambiándola a la siguiente la convertimos en verdadera:

Yo tengo siete dedos en mi mano derecha.

Sígase con el absurdo cuando podemos generar infinitas frases de ocho palabras incompatibles entre sí:

Yo tengo nueve dedos en mi mano derecha.

Yo tengo catorce dedos en mi mano derecha.

Yo no tengo ni pie ni mano derecha. 

Las tres proposiciones tienen ocho palabras y no pueden ser verdaderas a la vez. Pero no nos distraigamos. El problema que pretendo mostrar es que, a pesar de que «Toda frase que contenga ocho palabras es verdadera» es un principio autoinclusivo, no es válido como principio último ya que cabría preguntarse ¿por que las frases de ocho palabras son verdaderas? Autoinclusividad no es sinónimo de ultimidad.

De acuerdo, pero Nozick vuelve a la carga. Lo que hay que hacer es buscar un principio autoinclusivo mucho mejor y no la chorrada de las ocho palabras. Autoinclusividad no garantiza ultimidad pero, al menos, es condición de posibilidad: aunque puede no ser suficiente sí es, como mínimo, necesaria. Hay que buscar un principio que sea autoinclusivo pero, sobre todo, que sea una buena explicación última de la realidad. Entonces Nozick recurre al antiguo principio de plenitud o fecundidad, que dice así:

Todo mundo posible existe realmente [en palabras del propio Nozick: Todos los mundos posibles prevalecen]

Es un principio autoinclusivo ya que, él mismo es una posibilidad que se incluiría dentro de las posibilidades que existen realmente ¿Qué significaría que algo así fuera verdad? Pues que tendríamos una infinita cantidad de universos, cada uno con una realidad diferente. Habría universos mínimos, en los que no existiría nada, y universos máximos en donde la existencia se hubiera desplegado en toda su plenitud dando una enorme abanico de posibilidades ontológicas. A la pregunta ¿Por qué el ser y no más bien la nada? Nozick responde: ambos.

Con esta conclusión se soluciona además otro gran problema filosófico con el que los físicos no paran de encontrarse: aunque pudiésemos encontrar una teoría de la gran unificación o una teoría del todo, en la que, con una serie de ecuaciones pudiésemos explicar el funcionamiento de todo el cosmos, nos quedaría por explicar por qué esas fórmulas y no otras. O, expuesto de otro modo, podemos tener las leyes del universo pero, ¿las condiciones iniciales? ¿por qué esas y no cualquier otras?

La teoría de los universos múltiples, en total consonancia con el principio de fecundidad, es una respuesta: porque en este mundo se han dado esas, al igual que en cada uno de los demás mundos existentes se habrán dado otras diferentes. Aún así todavía no habríamos llegado a la respuesta última ya que todavía sería lícito preguntarse ¿y por qué universos múltiples? No obstante, habríamos dado un pasito más hacia ella.

Problemas: si existen todas las posibilidades, terminarían por darse posibilidades contradictorias. Por ejemplo, debería darse la posibilidad «Todo lo que existe tiene alas» junto con la posibilidad «Todo lo que existe tiene forma perfectamente esférica» y con «Algunas cosas que existen son pirámides». Las tres son posibilidades válidas pero no pueden darse a la vez. Un universo en el que se dieran todas las posibilidades sería autocontradictorio y, por lo tanto, absurdo.

Nozick responde: cada universo existente estaría «lógicamente aislado» de todos los demás, de modo que cada una de las tres posibilidades anteriores se daría en un universo diferente, eliminando la contradicción. En un universo solo habría seres alados, en otro solo esferas, y en otro, por ejemplo el nuestro, existirían algunos objetos con forma piramidal.

Problema insalvable: la paradoja de Russell. Un conjunto normal alberga dentro de sí elementos de una misma clase. Por ejemplo, el conjunto de todos los libros que existen sería un conjunto normal. Sin embargo, podemos pensar en conjuntos autoincluyentes, que sería aquellos en los que el propio conjunto estaría incluido dentro de sí mismo al ser de la misma clase de cosas que contiene. El conjunto de todos los libros no sería autoincluyente porque el propio conjunto no es un libro. Por el contrario, el conjunto de de todos los conjuntos sí lo sería ya que es de la misma clase que los elementos que incluye. La paradoja surge cuando nos preguntamos de qué tipo es el conjunto que alberga todos los conjuntos normales (no-autoincluyentes). Si es normal, al albergar a todos los conjuntos normales sería autoincluyente… y si es autoincluyente sería normal ya que la clase de elementos que contiene son conjuntos normales… ¡paradoja al canto!

Lo aplicamos al principio de fecundidad: si todas las posibilidades son reales, entre todos los universos más o menos mediocres, debería existir uno en el que todas las posibilidades se hicieran reales (Sería el máximo universo posible, el universo de la fecundidad). Ese universo, ¿sería autoincluyente? Parece que sí ya que él mismo es la posibilidad de posibilidades. Sin embargo, como hemos argumentado, si dentro de él caben posibilidades contradictorias, es un universo absurdo, imposible ¿Qué hacemos? Lo que dice Nozick: limitamos el universo a las posibilidades que no llevan a contradicción, aislamos las posibilidades en compartimentos estancos (universos paralelos que no interactúan) para que no se contradigan unas a otras. De acuerdo, pero al hacerlo, el principio de fecundidad dejaría de ser autoincluyente, ya que dentro de sí solo tendría ciertas posibilidades, no todas, y, precisamente… ¡ser autoincluyente es condición necesaria para ser principio último! El principio de fecundidad como principio último se derrumba. Insert coin, hay que seguir buscando.

Nota: esta entrada es un resumen comentado del capítulo titulado El final de la explicación del libro ¿Por qué existe el mundo? de Jim Holt que, a su vez, es un comentario del capítulo dos del libro Reflexiones filosóficas de Robert Nozick. 

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Uno de los temas más densa, a la par que infructuosamente, tratados por la tradición filosófica occidental ha sido el de la posibilidad de la nada. Si Leibniz establecía como pregunta fundamental de la metafísica «¿Por qué existe algo en vez de nada?», parecía primordial definir de algún modo qué significa que algo sea una nada. Para Parménides, el primer metafísico de Occidente, la nada era un contrasentido lógico ya que decir que existía ya era sostener que era algo y, precisamente, la nada se define por no ser nada. Así, la nada era algo en lo que ni siquiera cabía pensar puesto que no podía tener existencia ni siquiera como un objeto mental. La nada era imposible.

Aristóteles, con su sensatez y cordura habituales, siguió a Parménides y expulsó la nada de su física. No existe, todo está lleno de ser. Incluso los aparentemente vacíos espacios interplanetarios estaban llenos de una sustancia divina denominada éter. Todo estaba saturado de ser, sin el más mínimo espacio para la no existencia. Filósofos y científicos siempre han sufrido de horror vacui. Incluso cuando Torricelli produjo por primera vez vacío de forma experimental, se podía seguir argumentando a favor de la no existencia de la nada ¿Cómo?

Si dado un espacio cualquiera quitamos todos los objetos que lo pueblan, incluso el aire, tal y como hizo Torricelli, ¿no estamos ya ante puro y genuino vacío, es decir, ante la nada? No, porque queda el espacio, queda un continente tridimensional donde flotan las cosas. Y de eso no podemos prescindir porque, pensaban todos los físicos de la Edad Moderna, este espacio es inmutable… No hay forma de interactuar con él. Pero es más, no solo no podíamos hacer nada a nivel ontológico sino que tampoco lo podíamos hacer a nivel mental. Para Kant, el espacio era una condición de posibilidad de la percepción de cualquier objeto físico. Sin espacio no podemos imaginar siquiera un objeto en nuestra mente. Intente el lector pensar en una pelota de fútbol sin las categorías de altura, longitud y volumen… absolutamente imposible.

Pero todo cambió con la Relatividad de Einstein. Ahora el espacio era algo que se podía modificar, se estiraba y se contraía como el chicle. El espacio ya no es sencillamente un contenedor, un vacío abstracto en el que está todo, sino que cobra una nueva entidad ontológica: parece ser algo, ya es menos una nada. Edwin Hubble nos dio además un nuevo e importante dato: el universo se expande, es decir, el espacio se hace cada vez más y más grande. Para entender esto todo el mundo recurre a la idea de un globo que se infla, siendo nuestro universo solamente su superficie. Pero aquí se empieza a complicar nuestra comprensión intuitiva de las cosas. Esta metáfora tiene la virtud de mostrarnos visualmente como todos los objetos se alejan a la vez de todos los demás, es decir, lo que realmente significa la expansión del espacio en todas direcciones. Si en el globo dibujamos puntos simulando ser estrellas, al inflarlo todos los puntos crecerán a la vez que se irán alejando de todos los demás puntos. Sin embargo, la limitación de la metáfora está en ver que, realmente, la superficie del globo no puede ser todo lo que existe: hay un interior y un exterior del globo. Nuestro universo globo se estaría expandiendo en un espacio, no sería todo el espacio.

Es por eso que, igualmente, falla la metáfora del Big Bang entendida como una gran explosión. Cuando decimos que, al principio, todo el universo estaba comprimido en una diminuta singularidad, ya estamos fallando en algo pues, ¿qué había fuera de esa singularidad? Nada, podría responderse, ya que todo lo existente se encontraba allí. Pero entonces, ¿qué sentido tiene decir que el universo se expandió? ¿Hacia dónde lo hizo si no había más a donde ir? Todo el mundo suele visualizar en su mente un pequeño punto que, a gran velocidad, va aumentando su radio pero… si queremos aumentar cualquier longitud necesitamos un espacio en el que alargarla… ¿No es entonces un sinsentido hablar de expansión del universo?

El cosmólogo ruso Alexander Vilenkin intentó definir la nada como un espacio-tiempo esférico cerrado de radio cero, cayendo en este mismo problema: si esa nada se transforma en algo y, por lo tanto, aumenta su radio, ¿ese radio se expande hacia dónde? Kant veía estos problemas irresolubles y quizá lo sean. Dentro de la historia de la filosofía y de la ciencia, no he visto otros temas donde las respuestas hayan sido más escasas y precarias.

Pensemos de otra manera. Un universo esférico como el globo de Hubble tiene una propiedad muy interesante. Su superficie es ilimitada pero finita, al igual que la de una cinta de Moebius. Tú puedes estar dando vueltas y vueltas a un globo que jamás encontraras nada que pare tus pasos, ninguna frontera ni muro que ponga un límite a tu trayectoria. Sin embargo su superficie es finita, es decir, que podemos calcularla y nos dará un número finito normal y corriente (4πr²). En la visión de Vilenkin, y de muchos otros, está la idea de que nuestro universo puede ser algo así: finito (con una longitud y una cantidad de materia y energía finita) pero ilimitado (no hay un muro detrás del cual esté la nada). Tiene sentido pero nos encontramos con que es difícil (más bien imposible) extrapolar la metáfora del globo de Hubble a un mundo tridimensional ¿Cómo podemos imaginar un espacio con altura, longitud y volumen que sea finito pero ilimitado? Yo no encuentro el modo.

Por otro lado la infinitud del universo, la alternativa a la nada, también parece compleja. El mismo Kant pensó que si el pasado era temporalmente infinito nunca podríamos llegar al día de hoy, ya que para que éste llegara deberían pasar infinitos días. Según Holt nos cuenta, Wittgenstein argumentaba igual con un divertido chiste: Nos encontramos a un tipo que recita en voz alta: «9… 5… 1… 4… 1… 3… ¡Fin!» ¿Fin de qué?, le preguntamos. «Bueno – dice aliviado -, he enumerado todos los dígitos de π desde la eternidad hacia atrás, y he llegado al final».

Ni contigo ni sin ti. Mal concepto éste de la nada.

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Quizá por mi mentalidad moderna no me cuesta demasiado comprender el universo como una enorme maquinaria. Es fácil imaginarse átomos moviéndose según una serie de leyes, engranajes y palancas, fuerzas y aceleraciones; y tener en el cerebro la representación mental similar a la del plano que hace un arquitecto o ingeniero: formas geométricas, esquemas, símbolos y fórmulas matemáticas. Es el cosmos que nos dejó la revolución científica en sus primeros siglos, el universo de James Watt y de Isaac Newton. Es el cosmos en el que nos han educado.

Sin embargo, y quizá por la misma razón, me cuesta muchísimo imaginarme el universo desde el paradigma previo al mecanicismo. Antes de que Copérnico y Galileo dieran a luz un mundo radicalmente nuevo, se entendía el cosmos como un gran ser vivo, como un organismo biológico. ¿Cómo es posible imaginarlo todo como algo viviente cuando, precisamente, andamos como locos buscando un resquicio de vida en la inmensidad de un espacio dominado por lo inerte? Platón nos ofrece un texto maravilloso en el Timeo donde aporta razones para defenderlo:

Y lo ha combinado así [su constructor], primero para que el Todo fuera en lo posible un viviente perfecto, formado por partes perfectas; en segundo lugar, para que fuera único, sin que fuera de él quedara nada de lo que pudiera nacer otro viviente de la misma clase; y finalmente, para que se viera libre de vejez [eterno] y enfermedad [incorruptible] […]. Ésta es la razón de que Dios haya formado el mundo en forma esférica y circular, siendo las distancias por todas partes iguales, desde el centro hasta los extremos. Ésta es la más perfecta de todas las figuras y la más completamente semejante a sí misma. Pues Dios pensó que lo semejante es mil veces más bello que lo desemejante. En cuanto a la totalidad de la superficie exterior, la ha pulido y redondeado exactamente, y esto por varias razones. En primer lugar, el mundo no tenía ninguna necesidad de ojos, ya que no quedaba nada visible fuera de él, ni de orejas, ya que tampoco quedaba nada audible. No lo rodeaba ninguna atmósfera que hubiera exigido una respiración. Tampoco tenía la necesidad de ningún órgano, bien fuera para absorber el alimento, bien para expeler lo que anteriormente hubiera asimilado. Pues nada podía salir de él por ninguna parte, y nada tampoco podía entrar en él, ya que fuera de él no había nada. En efecto, es el mundo mismo el que se da su propio alimento por su propia destrucción. Todas sus pasiones y todas sus operaciones se producen en él, por si mismo, de acuerdo con la intención de su autor. Pues el que lo construyó pensó que sería mejor si se bastaba a sí mismo que no si tenía la necesidad de alguna cosa. No tenían para él ninguna utilidad las manos, hechas para coger o apartar algo, y el artista pensó que no había necesidad de dotarle de estos miembros superfluos, ni le eran tampoco útiles nos pies, ni, en general, ningún órgano adaptado a la marcha […]. Por esa razón, imprimiendo sobre él una revolución uniforme en el mismo lugar, hizo que se moviera con una rotación circular.

Está claro: ¿para que iba a tener ojos, pies o manos el universo? ¿A dónde iba a ir, qué iba a coger o qué iba a ver si Él es todo lo que hay? ¿Y qué forma iba a tener sino la más bella de todas, la esfera, girando en movimiento rotatorio circular y uniforme? Platón también muestra un animal autosuficiente, enzarzado en un proceso cíclico de creación y destrucción… ¡un universo homeostático! ¿No se ve aquí, en el siglo VI a. C., la hipótesis de Gaia?

Desde la Máquina de Von Neumann celebramos el 50 aniversario de la salida del primer hombre al espacio. ¡Poyejali!

P.D.: Es posible que Gagarin jamás dijera esa frase. Como quizá pasa con todas las citas célebres hay que ponerlas en cuarentena. Pero es que no me he podido resistir… ¡Suena tan bonita!

Anexo: adjunto el documental «First Orbit» de Chris Riley:

 

«[…] Lee Smolin ha propuesto una interesante adaptación de la teoría de universos múltiples que evita alguna de las objeciones que afectan a las demás teorías de ese tipo, estableciendo un vínculo curioso entre las necesidades de los organismos y la multiplicidad de universos. En el capítulo 2 expliqué cómo las investigaciones de la cosmología cuántica sugieren que las fluctuaciones cuánticas pueden dar lugar a «universos hijos» de manera espontánea, y uno puede imaginar un «universo madre» que produce de ese modo una descendencia. Una circunstancia que puede abrigar el nacimiento de universos nuevos es la formación de un agujero negro. De acuerdo con la teoría gravitatoria clásica (precuántica) un agujero negro encubre una singularidad, que puede visualizarse como una especie de borde del espacio-tiempo. En la versión cuántica, la singularidad se difumina de alguna manera. No sabemos cómo, pero es posible que el borde afilado del espacio-tiempo sea reemplazado por una especie de túnel, o garganta, o cordón umbilical, que conectaría nuestro universo con el nuevo universo hijo. […] los efectos cuánticos harían que el agujero negro se evaporase eventualmente, cortando el cordón umbilical y enviando al universo hijo a un devenir independiente.

El refinamiento introducido por Smolin en esta especulación consiste consiste en afirmar que las extremas condiciones en las proximidades de la singularidad tendría por efecto producir pequeñas variaciones aleatorias en las leyes de la física. En particular, los valores de algunas constantes de la naturaleza, tales como masas de partículas, cargas, etc., podrían ser diferentes en el universo hijo de lo que eran en el universo madre. Así pues, el hijo podría evolucionar de manera algo diferente también. Tras suficientes generaciones, podría haber grandes variaciones entre los diversos universos. Cabe esperar, sin embargo, que aquellos que difieran sustancialmente del nuestro no formarían en su evolución estrellas como las nuestras (recordemos que las condiciones bajo las cuales la formación de estrellas es factible son más bien especiales). Puesto que normalmente los agujeros negros se forman a partir de estrellas muertas, tales universos no producirían muchos agujeros negros y, en consecuencia, no darían lugar a muchos universos hijos. Por el contrario, aquellos universos con parámetros físicos apropiados para la formación de muchos agujeros negros y, por ende, a muchos universos hijos que poseerían valores similares de dichos parámetros. Esta diferencia en fecundidad cósmica actúa como una especie de proceso de selección darwiniana. Aunque los universos no están en competencia, hay universos «eficientes» y otros «menos eficientes», de manera que la proporción de universos «eficientes» (en este caso, universos fabricantes de estrellas) en la población total sería grande. Llegado a este punto, Smolin argumenta que también la existencia de estrellas es una condición esencial para la vida. Así, las mismas condiciones que favorecen la vida, favorecen también el nacimiento de otros universos con capacidad de vida. En el esquema de Smolin, la vida no es algo extremadamente raro, como lo es en otras teorías de universos múltiples. Bien al contrario, la mayoría de sus universos son habitables»

Leído en La mente de Dios de Paul Davies

La teoría de la evolución por selección natural  tiene la virtud, y también el defecto, que constituye un modelo que puede aplicarse a un montón de disciplinas diferentes. Se la ha aplicado economía, sociología, Inteligencia Artificial, historia… ¡incluso en la historia de las mismas ideas o de la propia ciencia! Era cuestión de tiempo que se la aplicara a la cosmología.

La propuesta de Smolin es interesante en que ofrece una solución al hecho de la improbabilidad de la vida sin tener que apelar al principio antrópico en el que caíamos irremediablemente al observar el fino ajuste de las constantes cosmológicas. Por contra, tiene de poco interesante el hecho de ser bastante más ciencia-ficción que ciencia: es especulación de la más salvaje.

Argumentaba Lucrecio en su De Rerum Natura en contra de la eternidad del universo:

«Si no hubo origen de los cielos y la Tierra a partir de generación, y si existieron por toda la eternidad, ¿cómo es que otros poemas, antes del tiempo de la guerra de Tebas y de la destrucción de Troya, no han cantado también otras hazañas de los habitantes de la Tierra? ¿Cómo han caído en el olvido las acciones de tantos hombres en otros tiempos?… Salvo que, como es mi opinión, la totalidad del mundo es de fecha relativamente moderna, y reciente en su origen, y tuvo su comienzo hace un corto tiempo»

E igualmente Teofrasto, basándose en los procesos de erosión:

«Si la Tierra no hubiera tenido un  principio en el que nació, ninguna parte de ella se vería elevada sobre el resto. Las montañas serían ahora muy bajas, todas las colinas estarían niveladas con la llanura… Tal como es, la no uniformidad constante y la gran cantidad de montañas con sus enormes llanuras que ascienden al cielo son indicios de que la Tierra no ha existido siempre»

Son argumentos ingeniosos. El argumento de Lucrecio tiene mucho sentido si pensamos que el hombre nació con la Tierra (como afirma el Génesis) y que el hombre siempre ha elaborado documentos escritos. Aceptando estas dos premisas y pensando que los primeros documentos escritos que tenemos no llegan a los 4.000 años a.C. de antigüedad, no andamos muy lejos de las fechas que daban las autoridades cristianas al origen del Cosmos.  Por su parte, el de Teofrasto antecede el uniformitarismo de Lyell, pero niega otros elementos conformadores del relieve y, de alguna manera, el principio de conservación de la energía.

Sin embargo, algo que les quita ingenuidad para nuestra mirada moderna es que en ellos se trasluce la idea de irreversibilidad, idea que parecía desterrada de la física hasta no hace mucho.  La física newtoniana es, en muchos de sus aspectos, a-temporal, a-histórica. La fórmula de la gravedad no tiene en cuenta la historia de los cuerpos (de hecho, sólo atiende a muy poquita información sobre ellos: masa y posición). Qué era y qué no era el objeto antes  o después del movimiento importa poco (porque lo único que importa es el movimiento). Fue cuando se estudiaron las relaciones entre calor y trabajo cuando llegó el gran descubrimiento: los procesos físicos tienen historia, el tiempo es asimétrico. El desorden de un sistema tiende siempre a aumentar su entropía, siendo muy improbable que ocurra lo contrario. Nace la termodinámica y surge la idea de un tétricamente desordenado fin del Universo.

Resulta divertido todas las posibilidades filosóficas que conlleva esta idea. De primeras, la dificultad de elaborar leyes científicas acerca de un Universo que cambia cualitativamente se eleva a la enésima potencia. Ya no sólo se trata de describir lo que pasa en un momento dado, sino de describir lo que pasa en otros momentos de características diferentes del anterior. Los entes se multiplican, esta vez con necesidad. De segundas, la irreversibilidad de algunos sucesos supone poner límites a muchas posibilidades técnicas. Quizá no podamos revertir los efectos del envejecimiento o, la más descabellada aún, viajar hacia atrás en el tiempo. Otra idea es que con la irreversibilidad tenemos un criterio para determinar que viajamos del pasado al futuro. Si el tiempo fuera marcha atrás, del futuro al pasado y no hubiera sucesos irreversibles, no tendríamos ninguna forma de saberlo (en un Universo marcha atrás los extintores encenderían fuegos y las cerillas los apagarían, nada más). Sin embargo, cuando mezclo el café con la leche estoy demostrando nada más y nada menos que viajo hacia el futuro. Aunque según Boltzmann, es sólo una cuestión probabilística: existe la remota posibilidad de que el café y la leche se desmezclen solos. Podría decirse que el tiempo va hacia delante porque es más probable que así lo haga.

Y lo que resulta más curioso aún es que una idea que a la ciencia y a la filosofía les ha costado milenios en alcanzar, la gente de a píe la lleva manejando con total normalidad desde siempre sin saber nada de termodinámica. La vida misma parece más que nada una gran flecha de irreversibilidad. No podremos volver a nacer, no haremos de nuevo nuestra Primera Comunión, no daremos más nuestro primer beso, no tendremos nunca más veinte años… Lo que pasó pasó, aquel error que cometimos, por mucho que hagamos para enmendarlo, quedará siempre allí, tal y como sucedió, irreversiblemente.

Agua en la luna

Según observan tres naves espaciales (la Chandrayaan 1 – sobre todo ésta -, la Deep Impact y la Cassini) y publican en la Science tres grupos de científicos independientes, hay hidroxilo (OH) y/o agua (H2O) en la luna. La presencia del número tres es interesante (triangulación como garantía de veracidad, triada hegeliana y Santísima Trinidad… Este descubrimiento va a ser la leche).

No obstante, que nadie se vaya a flipar demasiado. En la luna hay moléculas de agua que interactúan con las de roca y polvo (nada de lagos ni océanos, ni siquiera un miserable charquito). Según Larry Taylor de la Universidad de Tennesse «Si tienes un metro cúbico de suelo lunar y pudieses estrujarlo obtendrías un litro de agua», aunque según otras versiones haría falta ordeñar hectáreas de luna para obtener ese litro. La luna sigue siendo el desierto que era y la presencia de selenitas sigue siendo extremadamente improbable.

¿Pero no trajimos muestras lunares cuando estuvimos allí y su análisis mostró que no había agua alguna? Es que su análisis sí mostró la posibilidad pero se pensó que los contenedores de roca lunar habían sido contaminados recibiendo aire terrestre… ¡Vaya! Otra certeza que se va a la porra ad hoc. Los relativistas estarán muy contentos. Ayer no, hoy sí.

Aquí os dejo unas los enlaces a las noticias de los principales periódicos sobre el tema:

El Mundo

El PAIS

Público

El Periódico

¿Y si llegáramos al final del Universo? ¿Qué habría más allá? La pregunta encierra cierta paradoja: si hubiera algo más ya no estaríamos en el fin del Universo y si fuera el fin del Universo… ¿Cómo estaría demarcado? ¿Con un muro infranqueable? ¿Y qué habría detrás de ese muro? Pensar en un Universo finito va en contra de nuestra intuitiva idea de espacio, que lo entiende siempre como infinito. No podemos nunca imaginar un objeto sin enmarcarlo en un espacio tridimensional que «lo envuelva». Así, no podemos imaginar nuestro Universo sin ese espacio infinito.

¿Qué hay después de la esfera de las estrellas fijas?

En la imagen tenemos la intuición medieval de qué hay más allá de la última frontera. Para un intelectual del Siglo XIII la cosa estaba clara: lo divino. La grandeza de Dios se mostraba en donde las explicaciones del hombre se quedaban cortas. La paradoja de la infinitud se solucionaba situando a Dios en ese límite impensable. Si atravesamos el décimo cielo del universo aristotélico, la última esfera de éter donde están incrustadas como puntos luminosos todas las estrellas, encontramos el Paraíso.

Desde La Aldea Irreductible nos llega un precioso vídeo en HD en donde podemos observar lo más cerca que el telescopio Hubble ha estado de los confines del Universo.  Realmente, es asombroso pensar que habrá más allá.

Una de las cosas que más me cuesta entender de mi gremio, los filósofos, es  cómo es posible que el tema del Origen del Universo haya dejado de ser un problema filosófico, dejándoselo con exclusividad a astrofísicos y cosmólogos… No comprendo el hecho de que no aparezcan títulos en las librerías que se titulen «El concepto de inflación cósmica en el segundo Hawking» o «La expansión del Universo desde una perspectiva fenomenológica». En fin, síntomas del anquilosamiento de una noble disciplina que necesita una tremenda renovación.  En pro de poner un granito de arena en solucionar este problema voy a hablar de una de las teorías cosmológicas más sorprendentes y atrevidas de la actualidad: la teoría de los universos múltiples.

El cosmólogo soviético de la Universidad de Tufts Alexander Vilenkin piensa que más allá de lo que consideramos Universo observable, existen otros universos, infinitud de universos que tuvieron sus propios big bangs (ríanse ustedes de la navaja de Ockham y de eso de no multiplicar los entes sin necesidad). Así mismo, esos universos se encuentran dentro de otros Universos siguiendo un patrón fractal, como si de un juego de muñecas rusas se tratara. Los universos son como burbujas «flotando» en lo que se denomina falso vacío. Así, tendríamos universos dentro de universos hasta llegar al falso vacío primigenio, del cual habrían surgido los primeros big bangs.

¿Y qué es el falso vacío? El vacío surge de quitar toda las partículas y toda la radiación de un espacio concreto. Siguiendo la concepción espacial de Newton, en la que el espacio es el gran continente de la materia, los físicos pensaban que ese espacio concreto tendría una densidad energética cero, es decir, que estaría realmente vacío. Sin embargo, Vilenkin desmiente eso afirmando que el vacío no está realmente vacío (es diferente de la nada. Llore señor Parménides), sino que tiene presión y puede estar en diferentes estados energéticos. Podrían existir vacíos con unas densidades energéticas muy altas (estos son propiamente, los falsos vacíos) que tendrían unas propiedades físicas algo extrañas: cada centímetro cúbico tendría una masa equivalente a la Luna, gravedad repulsiva y una alta inestabilidad que los hace decaer en vacíos con densidades energéticas más bajas. Al decaer, el falso vacío genera un enorme excedente energético que se transforma en partículas y radiación (he aquí la creación de nuestro Universo). Además, este falso vacío y su «antigravedad» o fuerza de repulsión explicaría el periodo de inflación cósmica inmediatamente posterior al Big Bang.

Multiverso: infinitos universos unos dentro de otros

El número de universos generado en este Multiverso es infinito, pero no los sucesos que en él pueden ocurrir. De ese modo la teoría del eterno retorno de Nietzsche puede tener sentido. Si el número es infinito pero los eventos que ocurren no, necesariamente, todas las posibilidades se darán y se repetirán… ¡infinitas veces! Mi vida se está viviendo exactamente igual a como la vivo yo ahora en infinitos universos paralelos. Pero es más, no sólo hay infinitos santiagos tecleando este mismo texto en sus ordenadores, sino que hay infinitos santiagos que no lo están haciendo porque escriben otro sobre salvar las ballenas, el estado de la economía o veinte formas de hacer una pipirrana… Desde luego, creernos el centro del Universo deja definitivamente de tener sentido. El Cosmos en su totalidad es un lugar donde se dan una y otra vez todas las posibilidades posibles… ¿Alguien puede descifrar esto?

Véase también: La noción de campo ha de sustituir a la de materia o En contra del materialismo (III)

O el capítulo 33 de Redes, o Una conferencia que dio Vilenkin para la Fundación Banco Santander

Zeus era un mujeriego y, en perfecta simetría cósmica, Hera era muy celosa. El rey del Olimpo bajaba constantemente a la Tierra en busca de carne de doncella. En una de sus correrías sedujo a Alcmena mientras su marido estaba ausente, haciéndose pasar precisamente por él (Era astuto este Zeus, Dios mucho más humano que otros por cierto, con mucha menos mala leche que aquel del Antiguo Testamento). De allí nació Heracles (más conocido por su nombre romano Hércules), héroe trabajador donde los hubiere. Pues bien, Hera no quería amamantar a un niño que no era hijo suyo (al que llamaron concretamente Heracles para ver si la descabreaban) pero un día, Zeus se lo puso en el regazo para que mamara mientras ella dormía. Al despertarse, lo quitó furiosa de su pecho  y, al hacerlo, un poco de leche cayó y se esparció por el Universo. Será la Vía Láctea.

Tintoretto pinta El origen de la Vía Lactea

Nosotros, la Tierra, nos encontramos en un lugar periférico de esta galaxia, en el llamado brazo de Orión. Si el centro del Universo fuera el centro de la Vía Láctea, aún así estaríamos a unos 30.000 años luz de él (Perdóneme mi querido Aristóteles, pero no somos el centro de nada, sólo un diminuto planeta perdido en un lugar remoto). Nuestro sistema solar, viajando a unos 270 Km/s tarda unos 225 millones de años en dar una vuelta completa a su luminoso centro.  Y la Vía Láctea sólo es una galaxia más. Junto con Andrómeda, las Nubes de Magallanes y otras, forman lo que se denomina el Grupo Local que, a su vez, orbitan alrededor del gran cúmulo de galaxias de Virgo.

Es curioso pensar en todo lo que nos movemos estando aparentemente quietos. Ahora mismo, sentado en el sofá de mi casa, me muevo a algo menos de 1650 km/h (serían exactamente esos si estuviera en el ecuador) con respecto al eje terrestre (el movimiento de rotación de la tierra), a 29,5 Km/s respecto al sol (movimiento de traslación), a 270 Km/s respecto al centro de la Vía Láctea, y vete tú a saber a cuánto con respecto al centro del gran cúmulo de Virgo y, vete a saber aún más, con respecto de Virgo con otros sistemas… A esas velocidades tan increíbles… ¡Y yo me creo que estoy quieto! ¿Tenemos un sistema perceptivo mal dotado para las velocidades? O, siendo coherentes con la selección natural, ¿no captamos nada de esas velocidades porque son evolutivamente irrelevantes? Me inclino a pensar que así es. Las únicas velocidades que nos interesa captar son las propias que ocurrirán en nuestra vida: unos pocos kilómetros por hora.

Otra cosa que llama la atención es la forma de la Vía Láctea, esa preciosa espiral barrada. ¿Por qué esta geometría? Gravedad, amigos. Las galaxias no giran como discos compactos, sino que las partes que están en el centro (más pesado) giran con más velocidad que las que están en la periferia (más ligera). Es la segunda ley de Kepler: el radio que une el centro del sistema solar con cualquiera de sus planetas (aplicable a cualquier objeto y al centro sobre el que orbita) barre áreas iguales en tiempos iguales. Cuanto más te acercas al centro, menos área que barrer y, por lo tanto, más velocidad.

La Vía Lactea