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Si yo te robo el coche, hago uso que no es mío y privo a su auténtico dueño del mismo uso. ¿Qué hago cuando me descargo una película? Hago uso de lo que no es mío pero no privo a su auténtico dueño del mismo uso. Es diferente, pero no deja de ser igualmente problemático. Hago uso de lo que no es mío, de lo que otro no tiene por qué querer dejarme. Hasta aquí, aparentemente, la SGAE podría tener razón. Aparentemente.

Para que yo haga uso de algo que no es mío, ese algo ha de ser de otro, es decir, otro la tiene que tener en propiedad. ¿Y qué es la propiedad? Si partimos de que no existe ningún derecho natural que nos haga legítimos propietarios de nada sino que somos los seres humanos los que decidimos a qué tenemos derecho de posesión y a qué no, la decisión de lo que es la propiedad será una decisión política. De este modo, en los regímenes comunistas todo era propiedad del Estado, o en nuestras actuales democracias la tierra es objeto de propiedad pero no el oxígeno ni la aritmética ni el firmamento (de momento. Aunque con las privatizaciones que nos esperan quién sabe).

¿Qué pasa con la propiedad intelectual? Los objetos intelectuales son diferentes a los objetos físicos. Tienen una característica y es que son fácilmente reproductibles, se pueden copiar sin dificultad. Si yo escribo un libro, nadie puede robarme los documentos en los que yo lo he escrito, el papel que he utilizado, así como nadie debería poder leerlo si yo no quiero. Sin embargo, una vez que lo hago público… ¿si alguien lo copia está violando mi derecho a la propiedad? Depende de como definamos este derecho. ¿Y cómo definirlo entonces?

Como las leyes persiguen el bien social habría que ver la utilidad de definirlo de una manera u otra. El sistema de propiedad intelectual está hecho para que los autores ganen dinero al ceder derechos de uso a otros cuando visualizan, leen o escuchan  sus creaciones. Cuando yo me descargo una película en vez de ir al cine a verla, la película tiene menos ganancias, por lo que el porcentaje de cada entrada que cada uno de los creadores y productores que la han hecho posible reciben, es menor. La industria pierde dinero, por lo que parece razonable sancionar la copia no permitida. De nuevo, hasta aquí, la SGAE parece tener razón. Aparentemente.

¿Pero qué pasa si yo tengo una obra original, pagada por mí, e invito a mis amigos o a quien a mí me de la gana, sin cobrarles un duro, para que la disfruten? Ni siquiera estoy copiando el original, estoy haciendo uso de algo obtenido lícitamente. ¿No es eso lo que hago con un DVD original que compro cuando lo veo en mi sofá con mi novia y mis amigos? Pues bien, exactamente eso es lo que hacen los portales que enlazan contenidos audiovisuales de modo gratuito. Enlazar no es ni siquiera copiar, ¡qué menos robar! Sólo en el caso en que compartir mediante enlaces proporcione beneficios económicos (por medio, por ejemplo, de la publicidad), sólo entonces estaríamos ante un delito. Sin embargo, programas P2P o  portales de enlaces sin ánimo de lucro, no violarían ninguna ley. ¿Sería necesario entonces redefinir la ley de propiedad o hacer una nueva ley para tratar como robo lo que es compartir sin ánimo de lucro? El problema reside en que si lo hacemos… ¿qué página de Internet no contiene enlaces a otras páginas? La esencia misma de Internet está en su forma de red, en su estructura de contenidos enlazados. Si enlazar es robar, Internet entero sería una enorme maquinaria de robo. Bien, ¿y qué sacamos si dejamos las cosas como están o pensamos en una ley diferente?

1. La cultura se hace más asequible a más cantidad de personas. Es un paso hacia democratizar la cultura. Si bien todavía los instrumentos necesarios para tener una conexión a Internet son caros (cosa que también habrá que mejorar), es un paso hacia adelante. Jamás la cultura ha sido tan accesible a tanta gente gracias a la red. Tengamos cuidado a quién hacemos propietario de esa red. Punset lo dice de forma muy bonita en este vídeo.

2. La industria productora de cultura se resiente, es cierto, pero ello no va a eliminar la creación cultural, al igual que la crisis del ladrillo no ha producido que la gente no tenga casas donde vivir. Llevamos ya muchos años de «descargas ilegales» y yo no veo que la producción hollywoodiense haya disminuido. Lo que esto provocará es que la industria tenga que renovarse para hacer frente a una nueva realidad social. Los cantantes tendrán que buscar formas de ganar dinero más allá de la venta de discos (ya ganan mucho en sus giras. Los futbolistas, por ejemplo, viven muy bien de lo que generan sus directos), así como las películas del cine español tendrán que conectar de una vez con el público. Seguramente existen muchas otras formas de hacer rentable la actividad creativa sin que caiga sobre el espectador el peso de la financiación. Por ejemplo, las series o películas que vemos directamente por la televisión no las paga el espectador sino la publicidad, los «patrocinadores».

El computo parece positivo. Por ello nos conviene definir que «compartir sin ánimo de lucro» no es equivalente a «robar».

Una cosa que me da asco y, quizá, la principal razón por la que estoy en contra de la ley Sinde, es que, a sabiendas que el tema es peliagudo y que ambos bandos tienen razones para defender sus posiciones, el gobierno se ha puesto, para variar, del lado de los lobbys de la industria, no de la mayoría ciudadana, mostrando de nuevo que PP y PSOE son exactamente iguales (¿Quiénes son de izquierdas y quiénes de derechas?). Además, cuando la ley les quitaba una vez tras otra la razón, sentencia tras sentencia, no han parado hasta conseguirlo «puenteando» en la medida de lo posible a los magistrados. ¿Pero no vivimos en el imperio de la ley? ¿Qué es eso de legislar a pesar del poder judicial?

Todo el asunto viene además, precedido por el popular canon (del que aún no hay nada claro. ¿Se abolirá en la nueva ley? Según he leído parece que se reducirá pero que no se abolirá por completo), una de las medidas más nefastas de la historia de la democracia. Debido a que una serie de empresas pierden dinero a causa de unos supuestos delincuentes, nos cuelan un impuesto a todo el mundo que se redistribuye a dichas empresas… ¡Pero qué disparate es ese! Es como si yo tengo un kiosko y debido a que vivo en un barrio conflictivo, me atracan mucho. Como los repetidos atracos me hacen tener pérdidas, el gobierno graba un impuesto a toda la ciudadanía cada vez que compran pistolas o navajas para darme a mí lo retribuido y que no me arruine… Alucinante, toda la ciudadanía perjudicada para beneficiar a un grupo de empresas.

(Anexo del día 11 de Febrero). Jesús Mosterín lo dice en un ejemplo mucho mejor que el mío (que releyéndolo me parece bastante malo):

El canon digital es un disparate jurídico: una multa que se impone a todos los compradores de un soporte con el que se podría delinquir, aunque no se delinca. La excusa de esta tasa sobre los materiales de reproducción digital es que los compradores podrían usarlos para copiar contenidos de propiedad ajena. Es como si se dijera que todo comprador de un cuchillo de cocina debe pasar una semana en la cárcel, pues algunos usan los cuchillos para acuchillar al vecino y la policía no siempre puede encontrar a los culpables.

Por último, la ley es una jugada pésima por parte del PSOE. No sólo les va a quitar votos por su impopularidad, sino que tampoco va a parar la «piratería» en la red. Los usuarios volverán a los clásicos P2P o nacerán nuevas páginas para descargarse los contenidos (después de Napster aparecieron Audiogalaxy, Kazaa, Emule, Megaupload…) además de que parece técnicamente complicado el cierre de webs. Internet es mucho más fuerte que esta tibia ley que, intentando contentar a unos y a otros (aunque a unos mucho más que a otros), no soluciona nada.

Un enlace interesante aquí.

Los compiladores de los diferentes lenguajes de programación suelen tener una función (RAND) para generar números aleatorios. Verdaderamente, los números que generan no son aleatorios sino que sólo lo parecen. Simplemente siguen un algoritmo congruencial que produce que no nos demos cuenta de que, realmente, los números son tan determinados como los que genera la cadena «12345678…». Y es que el problema es difícil. Los algoritmos o programas, por definición, son pautas para generar cadenas de código, es decir, son reglas para determinar la salida de números determinados por esas mismas reglas. ¿Cómo hacer unas reglas para generar números que, precisamente, se definen por no sujetarse a regla alguna?

Por eso me he quedado atónito cuando leo aquí que han conseguido generar números verdaderamente aleatorios (42 nada menos), pero claro, a partir del mundo cuántico, sección de la realidad que tengo prohibida por receta médica. No obstante, invito a los físicos que envíen entradas explicándome el asunto. Una idea interesante que aporta el artículo es que si un número es aleatorio de verdad, ni Dios mismo puede anticipar su valor, por lo que si realmente existen números fruto del azar, Dios no puede ser omnisciente.

Pero, ¿qué es realmente un número aleatorio? Una definición  muy atractiva es la que da el ruso Kolmogorov en una magistral fusión entre computación y teoría de la información. Un algoritmo es un programa que en un número preciso y finito de pasos genera un código, una cadena de símbolos. Habitualmente, los programas son más cortos que las cadenas que producen (esta propiedad se llama compresividad y posibilita, desde una perspectiva computacional, las  leyes científicas).  Un programa mucho más largo que el código que produce sería un absurdo, ya que siempre podríamos generar un programa más corto que estableciera una función biyectiva («uno a uno») entre el programa y el código a generar de modo que tendría su misma longitud. Es decir, el programa más largo posible tiene la misma longitud que el código que genera. Y, sin casi quererlo, ese código es un número aleatorio.

Si tenemos un número que genera nuestro programa y conocemos el algoritmo que lo genera, estamos ante un número no aleatorio. Tenemos pautas para determinarlo, para crearlo. Sin embargo, si no disponemos de ningún algoritmo para generar ese número más que uno de similar longitud a él mismo, es porque no hay reglas que lo determinen.

Otro punto interesante del planteamiento de Kolmogorov es que su comparación entre la longitud del programa y la de la cadena que genera nos vale para medir la complejidad de los sistemas. Así, un sistema será más complejo que otro cuanto más largo sea el programa mínimo que lo computa. Entonces, cuanto más aleatorio seas, tanto más complejo serás. Aleatorio y complejo se hacen sinónimos ¿Cómo de complejos somos los seres vivos? Veámoslo en un texto de Mosterín:

«Uno podría pensar, por ejemplo, en medir la complejidad de un organismo por la longitud de su genoma (es decir, por la longitud de la secuencia de bases o letras que codifican su información genética), pero los resultados de esta medida no siempre corresponden a nuestras intuiciones. Algunos anfibios tienen más DNA por célula que los mamíferos (incluidos nosotros). Las cebollas tienen cinco veces más DNA por célula que los humanes, ¡Y los tulipanes, diez veces más!

Desde luego, la mera longitud del DNA es un indicador muy tosco de la complejidad. La medida matemáticamente más refinada es la de Komogorov: la complejidad de una secuencia es la longitud del mínimo programa que la genera (en cierta máquina universal de Turing estandarizada). Así, las numerosas partes repetitivas del llamado «DNA basura» que comprende la mayor parte del genoma de muchos organismos pueden ser en gran medida descontadas, pues pueden ser generadas por un programa relativamente corto. La reciente secuenciación de los genomas de varios organismos nos podría permitir intentar medir su complejidad de Kolmogorov, pero la tarea no tiene nada de trivial, pues se trata de una función no computable en general. En cualquier caso, esta medida no se ha computado todavía, y, si llegara a hacerse, nada nos asegura que vaya a corresponder a nuestras expectativas. Según la medida de Kolmogorov, los sistemas más complejos no son seres vivos (parcialmente simétricos y repetitivos), sino los completamente caóticos, como la «nieve» de la pantalla del televisor no sintonizado»

Los seres vivos estamos muy ordenados, tenemos múltiples repeticiones. Sin embargo, el comportamiento de un gas o de la misma nieve de la tele… ¡requiere un programa más largo! ¡Soy menos complejo que un canal mal sintonizado de mi tele! O sea, que si Dios fuera un superprogramador informático, los seres humanos no seríamos, ni de lejos, lo más difícil de programar… ¡Toma golpe al Principio Antrópico!

En esta página dicen que generan números verdaderamente aleatorios utilizando el tiempo atmosférico como sistema caótico. ¿Realmente son aleatorios esos números?

«Von Neumann era siempre frío y racional, pero al mismo tiempo sociable, amable, cortés y abierto con todo el mundo. No era nada atlético y evitaba cualquier trabajo físico. Comía demasiado, y le encantaba la buena mesa y la cocina mexicana. Tenía un temperamento chispeante y desenfadado. Le gustaban los chistes verdes, sobre todo si rimaban. Le gustaba el sexo y las mujeres. Cuando entraba en una oficina, si había una secretaria atractiva, no vacilaba en inclinarse para tratar de mirar por debajo de su falda. Le gustaban las fiestas y trataba de organizar en su casa las más divertidas de la ciudad. De todos modos, si se alargaban demasiado, se retiraba un par de horas a su estudio a trabajar, pues en realidad lo que más le gustaba de todo era pensar, que es en lo que consistía su trabajo»

Leído en Los lógicos de Jesús Mosterín.

Dice Jesús Mosterín en Ciencia viva. Reflexiones sobre la aventura intelectual de nuestro tiempo:

«Ciencia y filosofía forman un continuo. La filosofía es la parte más global, reflexiva y especulativa de la ciencia, la arena de las discusiones que preceden y siguen a los avances científicos. La ciencia es la parte más especializada, rigurosa y bien contrastada de la filosofía, la que se incorpora a los modelos estándar y a los libros de texto y a las aplicaciones tecnológicas. Ciencia y filosofía se desarrollan dinámicamente, en constante interacción.  Lo que ayer era especulación filosófica hoy es ciencia establecida.  Y la ciencia de hoy sirve de punto de partida a la filosofía de mañana. La reflexión crítica y analítica de la filosofía detecta problemas conceptuales y metodológicos de la ciencia y la empuja hacia un mayor rigor. Y los nuevos resultados de la investigación científica echan por tierra viejas hipótesis especulativas y estimulan a la filosofía a progresar».

Y dice Edgar Morín, en El método. El conocimiento del conocimiento:

«Se puede y se debe definir filosofía y ciencia en función de dos polos opuestos del pensamiento: la reflexión y la especulación para la filosofía, la observación y la experiencia para la ciencia. Pero sería vano creer que en la actividad científica no hay reflexión ni especulación, o que la filosofía desdeña por principio la observación y la experimentación. Los caracteres dominantes quedan en una dominados en la otra y viceversa. Y ésta es la razón por la que no hay frontera «natural» entre una y otra. Por lo demás el siglo de oro de la expansión de una y del nacimiento de la otra fue el siglo de los filósofos-sabios (Galileo, Descartes, Pascal, Leibniz). De hecho, como muy bien ha observado Popper, por separadas que estén hoy, ciencia y filosofía dependen de la misma tradición crítica, cuya perpetuación es indispensable  tanto para la vida de una como de otra»



He escuchado muchas veces la expresión «de la muerte es de lo único en la vida de lo que tenemos certeza» y nunca se me había ocurrido ponerla en duda. Antes de comenzar a tratar temas profundamente metafísicos suelo decirle a mis alumnos: ¿Se han parado a pensar alguna vez que de aquí a 100 años toda la gente que habita a día de hoy la tierra estará muerta?

Pues mira, otra certeza que se me derrumba cuando descubro a otro de esos científicos locos, maltratados y vilipendiados por la comunidad científica, Aubrey de Grey, quien afirma que podemos llegar a alargar la vida indefinidamente. Simplemente hay que comprender bien los mecanismos de la vejez y paliarlos. En una entrevista concedida al diario Público, de Grey afirma «Prolongar la vida no es una teoría, es ingeniería».

Las células tumorales son un ejemplo de inmortalidad en potencia

En principio no parece algo tan descabellado. Unos animales viven más que otros. Un ratón vive un par de años, un perro vive unos catorce y una Secuoya unos dos mil. Y la esperanza de vida del hombre se ha doblado a lo largo de la historia. Es más, sabemos que las bacterias son potencialmente inmortales. Pueden morirse de hambre o por accidente, pero nunca de viejas.  Se dividen y dividen constantemente sin envejecer. O las células tumorales (varios cultivos de células tumorales de ratones siguen hoy en día cultivándose desde 1907) tampoco mueren de viejas. ¿Por qué entonces no podríamos nosotros alargar nuestra vida aprendiendo de estos seres?

Pensemos en un automóvil. Si disponemos de piezas y somos buenos mecánicos, podemos «mantener vivo» el coche un tiempo indefinido. ¿Qué diferencias hay entre el hombre y el coche que nos haga abandonar nuestra hipótesis? Parece que la única es que somos infinitamente más complicados que un auto, por lo que las reparaciones serán mucho más complejas, pero nada más.

Los trabajos de de Grey se engloban en la llamada senescencia negligible ingenerializada. Según estos estudios la vejez es «una especie de enfermedad» que daña nuestro organismo. Si estudiamos los daños que nos realiza y encontramos cómo remediarlos, ¡Bingo! Vida eterna. Hoy sabemos que cada especie animal programa genéticamente sus células para que mueran después de un número determinado de divisiones. Por ejemplo, Leonard Hayflick cultivó fribloblastos (células de tejido conjuntivo) procedentes de embriones de pollo y comprobó que tras veinticinco divisiones, las células morían. A este suicidio programado genéticamente se le llama apoptosis. Siguiendo el mismo proceso, nosotros, los seres humanos, estamos programados genéticamente para suicidarnos en un determinado momento… ¿Por qué? ¿Qué finalidad evolutiva tiene la muerte?

La muerte surgió, según leo a Jesús Mosterín, cuando surgió el sexo. La reprodución sexual es muy costosa (hay que pelearse por la hembra, luego seducirla…) pero tiene como resultado la variabilidad genética de los descendientes, la cual sí es muy rentable evolutivamente hablando. Pero, cuando termina la reproducción, nuestros genes ya han sido transmitidos y nosotros somos una mercancía inútil que consume demasiados recursos. Cuando llega ese momento, nuestro organismo se suicida por el bien de nuestros descendientes. Parecía lógico que el amor y la muerte tuvieran estrecha relación pero… ¿Tendremos entonces que renunciar al amor para conseguir la inmortalidad? ¡Esperemos que no!

Uno de los argumentos más poderosos en contra de la teoría del diseño inteligente es que, a pesar de lo increíblemente sofisticados que son los seres vivos, en muchos de ellos se ven tremendas «chapuzas» que cualquier ingeniero mínimamente coherente hubiera podido subsanar con facilidad. Como Dios es infinitamente sabio, no entendemos cómo al guiar la evolución cometiera errores de diseño.

Jesús Mosterín nos pone el ejemplo del ojo humano, caso que utilizó antes William Paley para demostrar las virtudes de diseño del creador, como muestra, precisamente, de «chapuza» de diseño. Pero… ¿no es el ojo humano una maravilla de la evolución? Sí, pero no es, ni de lejos, el mejor diseño posible. ¿Por qué?

Los vasos sanguíneos que se encargan de nutrir el ojo están delante de la retina y no detrás como sería lógico. La luz tiene que atravesarlos para llegar a los fotorreceptores del ojo… ¿No sería mejor que estuvieran detrás y no interfirieran el paso de la luz? Igualmente pasa con el nervio óptico, que está delante, de tal forma que, aparte de interferir el paso de la luz, necesita abrir un agujero para salir del ojo, provocando el famoso punto ciego. ¿No sería fácil que la red de nervios  estuviera detrás de la retina? Si fuera así, ambos ojos no tendrían que trabajar conjuntamente para que no percibamos una «mancha invisible» (punto ciego) en nuestra percepción de la imagen. En este sentido, el ojo de ciertas razas de calamares muy evolucionados, lo tiene solucionado (es curioso como un ser que nos parece tan poco evolucionado como un calamar tiene ojos con lente al igual que los mamíferos).

El clásico juego para encontrar el punto ciego consiste en cerrar el ojo izquierdo y, con el derecho, mirar la «x». Después acerque o aleje la cabeza hasta que el punto de la derecha desaparezca. Entonces habrá detectado el punto ciego de su ojo derecho.

¿Encuentras el punto ciego?

Así, Francisco J. Ayala afirma que hablar de la teoría del diseño inteligente es blasfemar, es llamar a Dios chapucero. Stephen Jay-Gould viene a afirmar algo parecido en el primer capítulo de su obra El pulgar del panda. Más chapuzas de la creación pueden leerse en el capítulo 14 del libro de Mosterín Ciencia viva. Reflexiones sobre la aventura intelectual de nuestro tiempo.