Quemar las naves

Publicado: 20 febrero 2012 en Ética y moral, Economía
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Hace tiempo que renuncié a la ilusa idea de llevar una vida plenamente racional. Renuncié a la posibilidad de hacer todas las cosas siguiendo un plan que maximice beneficios y minimice pérdidas. En primer lugar porque es imposible estar constantemente analizando todo para después actuar. Lleva demasiado tiempo, de modo que, al final, aparte de ser algo agotador, no llega a ser práctico. En muchas ocasiones, resulta más rentable ser algo más impulsivo y lanzarse al vacío partiendo de información parcial o insuficiente, que estar demasiado tiempo reuniendo toda la información necesaria, evaluarla y planificar la acción. Y, en segundo lugar, porque a uno no siempre le gusta hacer las cosas del modo más racional posible. A uno le gusta, muchas veces, hacer las cosas, a «su manera» aunque esa manera no sea la mejor. A mí, por ejemplo, me gusta quedarme leyendo por la noche hasta bien pasada la madrugada. Al día siguiente tengo que levantarme temprano por lo que duermo poco y cuando suena el despertador pienso seriamente en el suicidio. Me convendría más desplazar esas horas de lectura a otro momento del día y acostarme más temprano. Pero no, no lo hago ni lo haré. Esa es mi manera de hacer las cosas a pesar de ser un poco irracional.

Sin embargo, esto no implica que uno deba llevar una vida absurda sin ningún tipo de planificación. El economista norteamericano Thomas Schelling nos ofrece una buena estrategia de actuación conocida como quemar las naves en honor a la decisión de Hernán Cortés durante la conquista de México. Schelling publicó su famoso libro La estrategia del conflicto con el fin de aplicar la teoría de juegos a los enfrentamientos entre países en el marco de la Guerra Fría. Una nación en guerra tiene varias opciones estratégicas para atacar a su enemigo. Quemar las naves significa eliminar alguna de ellas para reforzar la posición de las otras. Cortés barrenó sus barcos haciendo imposible que sus soldados pudieran desertar, dejando como única opción seguirle hasta el final en su rebelión contra la corona española.

Schelling llevó más lejos su estudio trascendiendo los análisis bélicos hacia situaciones de la vida cotidiana. Tal y como estudió el psicólogo Kurt Lewin, los individuos están continuamente teniendo que enfrentarse a conflictos interiores: ¿hago dieta y cuido de mi salud o me como otro bocado de este jugoso pastel? ¿Elijo a Claudia, que es muy atractiva pero tiene muy mal genio, o a Lucía, que no es tan atractiva pero es muy inteligente? ¿Dejo de fumar o me tomo otro apetecible cigarrillo con el café? No saber qué hacer o elegir siempre la peor opción genera frustración y baja la autoestima.

¿Cómo aplicar la estrategia de Schelling a nuestra vida? Eliminando opciones. Si quiero hacer dieta será buena estrategia no tener pasteles en el frigorífico de casa, si Claudia no me conviene puedo borrar su número de mi móvil o no comprar tabaco ni salir a tomar café pueden ser buenas opciones para evitar la tentación de fumar. Me gusta esta estrategia porque tiene muy en cuenta el hecho de que hay fuerzas que dominan nuestra conducta más que nuestra racionalidad. No siempre somos dueños de nosotros mismos y, muchas veces, elegimos la peor opción aún a sabiendas de que lo es. Contra esto mejor quemar las naves.

comentarios
  1. Antonio dice:

    Me gusta el espíritu positivo de la entrada. En otra ocasión escribiste sobre la psicología práctica actual (no recuerdo el post).
    Lo cierto es que la salud física es en buena medida cosa de hábitos. Y la salud mental también: decisiones sensatas, buenos hábitos, moderada autocensura (siempre constructiva).
    En alguna medida la superación de la tormentosa adolescencia pasa por «pensar bien», pensar sano. Y para ello hay que aprender y adquirir hábitos saludables.

  2. Masgüel dice:

    Algunas naves de las que pudo prescindir mi flota para ganar en movilidad y eficacia:

    – El cable de antena del televisor: Hace diez años que lo tiré a la basura. Tengo televisor, pero solo lo uso para ver las películas y documentales que bajo de internet. No hay mayor pérdida de tiempo que encencer un televisor para ver lo que emiten las cadenas.

    – Los conductos deferentes de los testículos: Hace varios años me hice una vasectomía. Tener hijos, a pesar de que supone satisfacciones de otro tipo, además de ser una irresponsabilidad en un planeta con sietemil millones de seres humanos, es la peor forma de crearse una responsabilidad que esclavizará todas las horas de tu vida.

    – Matrimonio: Casarse es ceder a un rito social que impide la flexibilidad a la hora de formar y romper relaciones de pareja. Con lo fácil que es decir «Hasta aquí hemos llegado. Coge tu cepillo dental y lárgate a tu casa».

    – Ocio nocturno: Pierdes la noche gritando para hacerte oir en un local donde no cabe un alfiler, solo porque es donde van tus amigos, llegas a casa con la ropa apestando a tabaco (ese aspecto quizá ya se haya solucionado) y pasas dos días recuperándote de la resaca. Solución, embriágate con tus drogas favoritas, en tu casa, en el jardín más cercano, en la playa, en cualquier sitio agradable, de día.

    – Horas de vigilia: (esta para tí Santiago) Duerme lo que te pida el cuerpo. Levántate sin sueño, descansado. Yo me levanto al rayar el alba, pero duermo de nueve a diez horas diarias. Es una gozada y el cuerpo te lo agradece.

    – La comida que sobra en el plato: Para de comer cuando notes que ya no tienes hambre. Guarda lo que sobre en la nevera o tíralo a la basura. Evita la bazofia industrial precocinada. Y sal a dar un buen paseo a quemar las calorías, que las piernas están para usarlas.

  3. mar dice:

    Una buena entrada para el momento que estamos

  4. yack dice:

    Este es un tema interesante porque tiene valor práctico.

    Todos nos pasamos buena parte de la vida luchando contra nuestros deseos para elegir la opción que más no conviene. ¿Se trata de un fallo de nuestra mente? ¿Tiene sentido que deseamos lo contrario de lo que nos conviene?

    Me gustaría tener relaciones con la vecina porque mi programa de reproducción así me lo pide, pero quiero conservar la paz familiar porque mi sentido común así me lo aconseja.

    Quiero comerme un pastel atiborrado de azúcar porque mi instinto de alimentación forjado en tiempos de hambruna crónica, así me lo pide, pero mi sentido común me dice que mi obesidad está restringiendo mis opciones en una megatribu que nada en la opulencia.

    Tenemos un conjunto de pulsiones instintivas que funcionaban muy bien en el contexto para el que fueron pensadas, donde la supervivencia era una cuestión omnipresente. Pero esas pulsiones instintivas siguen funcionando en un ambiente totalmente diferente. Y sólo tenemos el sentido común para controlar esas pulsiones y adaptarlas al nuevo hábitat.

    Pero el sentido común es demasiado débil para mantener a raya a las pulsiones cuando entran en erupción. La mejor estrategia es evitar que entren en erupción.

    La clave está en interceptar la secuencia de acontecimientos antes de que sea demasiado tarde, antes de que se alcance el umbral crítico. Evitar tener encuentros casuales con la vecina, cogiendo la escalera B, no dejar que los pasteles se pongan al alcance de tu vista y menos aún de tu mano, no transitar por calles donde haya mujeres malas, como recomendaba con buen criterio el cura que enseñaba religión, etc. etc.

    Haciéndolo así, es más probable que salgamos victoriosos en la batalla contra nuestras pulsiones instintivas calibradas para otros tiempos y lugares. Luchar contra ellas a las bravas es tiempo perdido. Convertirse en eremita y cortar por lo sano tampoco es una solución. Interceptarlas en el punto de menor intensidad, es la única solución con posibilidades de éxito.

    Saludos.

  5. Lo interesante del planteamiento de Schelling no está sólo en el hecho de renunciar a opciones que puedan ser perniciosas, sino que al hacerlo, potenciamos las positivas. Habla de que al encontrarnos con dos opciones en conflicto, hagamos propuestas en defensa de la alternativa positiva tal que la negativa no pueda igualar. Por ejemplo, si tengo el dilema de ir al gimnasio o no, mi opción negativa puede decir: «Qué pereza, hace mucho frío, tendrás que caminar diez minutos para llegar al gimnasio y allí sufrirás durante una hora en vez de estar aquí descansando en el sofá». Entonces tendremos que decir: «No hace tanto frío, caminar diez minutos me servirá también como ejercicio, además de que ver el ambiente de la ciudad a estas horas es agradable. Estoy gordo, no voy a ser atractivo y tendré problemas de salud en el futuro. Además, hacer deporte me hará sentirme bien y si no voy al gimnasio luego me sentiré culpable, por no hablar de lo caro que me cuesta y si no voy tiraré ese dinero». Si consigo vencer con esta contrapropuesta, además, estaré reforzando la alternativa positiva la próxima vez que me encuentre en el mismo dilema. Habré comprobado que ir al gimnasio no era tan malo y notaré sus efectos positivos. Al final crearé un hábito saludable que, fantásticamente, me costará dejar.

    Todo esto parece una obviedad que todo el mundo sabe de cajón. Pero es que, muchas veces, la conducta humana es más fácil de lo que parece y nos complicamos la vida con estupideces muy sencillas de controlar.

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