Me parece muy apropiado entender el cerebro como una caja de herramientas, una más o menos ordenada amalgama de recetas, atajos, heurísticas, fórmulas variadas, fruto tanto de eones de evolución como de una increíble capacidad de adaptación y aprendizaje cultural. Así, repetimos continuamente patrones conductuales en virtud de su eficacia: repetimos el chiste que vimos que hacía gracia, contamos la anécdota que sabemos que suele gustar, realizamos cualquier tarea laboral siguiendo la forma que pensamos más eficiente o que aprendimos de otro más experimentado, utilizamos recetas de cocina (definición de algoritmo par excelence), refranes o chascarrillos, modas de vestir; leemos índices, etiquetas, prospectos; y juzgamos mediante chismorreos, prejuicios, estereotipos, prototipos, ejemplos… y así vamos poblando el mundo de dispositivos cognitivos como si se tratara de una realidad extendida.

Cuando voy por el bosque y me encuentro con el tronco de un árbol caído no solo veo sus colores y formas, sino mucho más: veo un obstáculo que tengo que sortear en virtud de un recorrido a seguir, y recurro a diversos planes y posibilidades que ya han sido filtrados previamente: no pierdo el tiempo pensando en que podría quitar el tronco disparándole unos misiles o aplastarlo con una apisonadora, sino que solo pienso en posibilidades eficientes: puedo rodear el tronco o saltarlo. Como no es muy grande en comparación con mi cuerpo (tengo incorporado un mapa de mi anatomía y de sus proporciones que puedo comparar rápidamente con las de cualquier otro objeto), decido que puedo saltarlo y, al hacerlo, elijo una cierta ejecución de movimientos ya aprendida mucho tiempo atrás: apoyo mi mano izquierda en el tronco como punto de apoyo para saltar. Todo ha ocurrido de forma muy rápida, casi automática. No he necesitado ningún complejo proceso de deliberación consciente, es más, mientras saltaba mi atención consciente estaba centrada en que tengo que acabar la travesía rápido antes de que haga de noche y baje mucho la temperatura. La tarea era tan fácil debido a las herramientas con las que cuento, que podía hacerla pensando en otra cosa. ¿No puedo ir conduciendo, escuchando la radio y pensando en la guerra de Ucrania a la vez?

Si pasamos del marco de la vida práctica al de la teórica, igualmente me gusta considerar nuestros conocimientos y habilidades cognitivas como herramientas, como prótesis cognitivas (que decía Zamora Bonilla en su Sacando consecuencias) que te permiten pensar determinadas cosas o de una determinada manera tal que sin ellas no podrías. Así, uno va construyendo su mente como quien va equipando una navaja suiza con diferentes tipos de herramienta (navaja, destornillador, llave inglesa, sacacorchos…), y con ello va enriqueciendo la realidad. Es posible que tengas conocimientos de botánica y sepas el tipo de árbol al que pertenece el tronco, así como el de la vegetación de alrededor. Ya no ves solo «plantas», sino pinos, encinas, retamas, jaras, lavandas, tomillos… También podrías pensar en los diferentes niveles tróficos del bosque o en los distintos flujos y ciclos energéticos y químicos que lo atraviesan. Así, la realidad que te envuelve se enriquece notoriamente. Comenzarías a ver fotosíntesis, competencia darwiniana por la luz, transportes hidráulicos de savia, rutas metabólicas, ciclos de agua o carbono, hongos y bacterias degradando materia orgánica en los suelos, etc, etc.

También es posible que el tronco que saltastes te recuerde a uno dibujado en un cuadro de Caspar Friedrich y que ese recuerdo te haga comparar el bosque con los paisajes de la pintura romántica. Estarás usando otro artefacto para interpretar la realidad: una perspectiva estética. Y eso te podría llevar a pensar en el bosque como un ser vivo, como una totalidad orgánica en constante evolución… y quizá aquí vieras la voluntad de vivir de Schopenhauer o el espíritu absoluto de Hegel desplegándose. O todo lo contrario: quizá te fijes en el juego de palancas y planos, de fuerzas y contrafuerzas que ha hecho tu cuerpo al saltar el tronco y entiendas el mundo como una gran maquinaria física al estilo de Spinoza o Newton.

El bosque, en principio plano y anodino, se ha llenado de multitud de entidades, se ha poblado y enriquecido, ha sido habitado por una mente humana. Pensemos ahora en un pobre ignorante, alguien que no sabe nada de nada y que entra en una catedral. Las catedrales son uno de los lugares más enriquecibles que existen: están completamente llenos de disposiciones para pensar, de cerraduras para llaves cognitivas. Pero el ignorante no tiene ninguna llave, ningún dispositivo para utilizar aquí. Se aburre y se va, la catedral le ha sido completamente asignificativa, como un idioma escrito en extraños caracteres. Lamentable: el ignorante vive en un mundo muy pequeño y todo le es ajeno. Recuerdo, cuando estudiaba en la universidad de Salamanca, un amigo mío se echó una novia inglesa. Un día, su padre vino de la Pérfida Albión a visitarla. Mi amigo les organizó una visita turística por la ciudad. Curiosamente, al padre no le gustó mucho Salamanca y quedó muy poco impresionado por la fachada plateresca de la universidad o por el Art Noveau de la Casa Lis. Por lo visto, el hombre era ingeniero, y repetía constantemente que esas edificaciones eran fácilmente construibles con la tecnología actual. Una pena: vivía solo en una perspectiva, solo tenía una herramienta en su navaja suiza, y todo lo veía a través de esas lentes. Es la triste mirada única que tanto abunda.

Por eso, cuando algún imbécil, cuando algún ignorante que vive en un mundo minúsculo, afirma que aprender tal o cual dato, tal o cual idea, que se aleja de la inmediatez de la vida práctica, es solo culturilla general, se me parte el alma. Efectivamente, el ingeniero británico entendía que la grandiosidad cultural de Salamanca era tan solo culturilla general, información que solo vale para ganar al Trivial, pero poco más. Así vino y se fue sin nada. Estoy seguro que, años después, no recordaría prácticamente nada de su viaje. Y, aunque entiendo que esto sería prejuzgarlo demasiado, apostaría a que el día antes de su muerte, si hiciera recuento de su viaje por la vida, tampoco se llevaría demasiado al otro mundo. Maletas siempre muy vacías. Vidas lúgubres.

Voy aquí a inaugurar aquí una serie de entradas en el blog en la que expondré listas de dispositivos cognitivos, una serie de teorías, conceptos, ideas, expresiones, palabras que han enriquecido mi mundo, que me han resultado muy útiles para intentar describir o comprender muchos fenómenos o que, sencillamente, me parecen literariamente atractivos, ingeniosos o bellos. Obviamente, serán solo una infinitésima parte de los que he usado a lo largo de mi vida, principalmente porque son incontables (quizá porque lo son todo en nuestra vida mental), porque muchos otros son inconscientes y porque otros tantos los he olvidado.

Aquí vamos con diez:

Disonancia cognitiva de Leon Festinger: cuando una creencia es incoherente con nuestra forma de actuar, es más fácil cambiar la creencia que la conducta. El ejemplo clásico es el del fumador: cuando el médico le dice que fumar es muy malo para su salud, en vez de dejar de fumar, afirma cosas como «Mi abuelo fumó dos cajetillas diarias durante toda su vida y vivió más de noventa años. Fumar no será tan malo». Esta estrategia se combina muy bien con el sesgo de confirmación: el fumador intentará evitar toda información negativa con respecto al tabaco y hará mucho caso a la que sea positiva. La disonancia cognitiva es la versión cognitivista de la racionalización como mecanismo de defensa freudiano, y es nuestras sociedades creo que es causa de mucha infelicidad, llegando, en algunos casos, a lo que se ha denominado bovarismo.

Bovarismo de Jules de Gaultier: En la famosa novela de Flaubert, la bella Emma siente una profunda insatisfacción al llevar una vida que no coincide con lo que ella esperaba. Su marido le decepciona y la vida en el campo es aburrida, nada que ver con las excitantes y apasionadas novelas románticas que lee asiduamente. Emma intenta suplir esa insatisfacción a través de amantes y de consumismo, lo que, al final, causará su perdición. Gaultier define el «bovarismo» como esa insatisfacción crónica cuando uno compara lo que hubiese querido ser con lo que realmente es, cuando compara la realidad con los sueños, ilusiones o pretensiones que tenía para su vida. ¿Es ésta la enfermedad de nuestro tiempo?

Estímulo supernormal de Nikolaas Tinbergen: es un tipo de estímulo que simula a otro exagerando mucho una de sus calidades, de modo que el organismo que lo percibe responde con mucha más fuerza de lo normal. Tinbergen, un ornitólogo holandés, ha estudiado multitud de ejemplos de estímulos supernormales en aves. Con este concepto podría explicarse el éxito de cosas como la comida basura, el porno o los programas de cotilleo (¿la música, o algunos tipos de música quizá?). Es la forma de explicar lo excesivo, como un instinto básico, primitivo e innato que se amplifica y se explota.

Sistema 1 y sistema 2 de Kahneman y Tversky. Utilizamos dos sistemas para pensar: el 1 es rápido, automático, emocional, subconsciente, estereotipado, etc; y el 2 es lento, costoso, lógico, calculador, flexible, creativo, consciente, etc. Parece una distinción muy simple, casi de sentido común, pero tiene un gran poder explicativo. Si examinas tu conducta diaria a partir de estos dos sistemas, todo parece explicarse muy bien.

Términos  de narración cinematográfica: viviendo el los tiempos de la imagen en movimiento, conocerlos y ser capaz de extrapolarlos a otros contextos puede ser muy interesante (sobre todo si lo aplicamos al universo de los noticiarios, donde hay más cine que en Hollywood). Algunos que me gustan son: Mcguffin, flash-back (analepsis) y flashforward (prolepsis), efecto Rashomon, racconto, in media res, deus ex machina, voz en off

Non sequitur: escribí en un tweet que me encantaría ir por la calle persiguiendo a la gente gritando  ¡Non sequitur! ¡Non sequitur! Y es que siento un maligno, e infantil, placer cada vez que encuentro alguno. Es una falacia lógica que consiste en sacar una conclusión que no se implica de las premisas de las que parte. Aparece por doquier. En términos generales, disponer de un buen número de falacias informales en nuestra caja de herramientas es algo muy saludable.

Vaca esféricaEscuché esta idea en el magnífico podcast La filosofía no sirve para nada, el cual recomiendo encarecidamente. Surge de un chiste muy malo: tenemos una explotación bovina con una muy baja productividad. Entonces contratan a un equipo de físicos para que examine las causas del problema y busque una solución. Después de meses de investigación, el portavoz de los físicos reúne a los empresarios para explicarles los resultados. Entonces el físico comienza: «Supongamos una vaca esférica…». La moraleja está en que nuestros modelos físicos del mundo son, muchas veces, simplificaciones muy excesivas. Sin embargo, cabe otra lectura: tenemos que simplificar la realidad para quedarnos con lo relevante y eliminar lo accesorio. Nuestros modelos suponen un juego de quitar y poner elementos de la realidad en función de lo que queremos saber o probar. Si eliminamos demasiado tenemos vacas esféricas, pero si no eliminamos nada tenemos una amalgama ininteligible de elementos. Recuerde el lector el cuento Funes el memorioso de Borges, en el que un hombre tenía una memoria tan poderosa que captaba y retenía absolutamente todo, pero eso, lejos de ser algo afortunado, era una desgracia, ya que le impedía pensar.

Cadit Quaestio: como se ve, me encantan las expresiones latinas que se utilizan todavía en derecho. Ésta, que literalmente traducimos como «la cuestión cae», significa que un determinado problema o pregunta ya ha sido zanjada, que un determinado tema ya no está en cuestión, o que una disputa ya no está en liza. Es una expresión muy útil para terminar una discusión de besugos, esos bucles absurdos en los que quedamos encerrados al discutir ¡Parad ya! O la cuestión está resuelta y no os habéis dado cuenta, o no tiene solución tal y como la planteáis ¡Cadit Quaestio! O también es muy gustosa como medalla, como pequeño premio cuando uno resuelve un problema. Al igual que en matemáticas podemos usar Quod erat demostrandum al terminar una demostración, podemos poner Cadit Quaestio cuando resolvemos una determinada cuestión teórica.

Segundo principio de la termodinámica. Creo que es una de las ideas científicas de más profundo calado. Pensar que todo fluye hacia el desorden, hacia esa entropía total en un universo térmicamente muerto, es de una belleza trágica exquisita. El big RIP como final del cosmos es un golpe en la mesa brutal al orgullo humano, es el memento mori absoluto. Da igual todo lo que hagas en tu vida, toda la herencia que dejes, da igual que te recuerden o no, pues llegará un momento en que no quedará absolutamente nada.

Bucle: una de las cosas que más me gustaron cuando comencé a aprender programación fueron los bucles for, una estructura de control que, sencillamente, repite algo un número determinado de veces. Me parecieron una herramienta muy poderosa porque no solo permitía repetir, sino que al repetir podías introducir variaciones. Por ejemplo, podías hacer que en cada repetición se sumara un número a un valor, por lo que creabas un contador o un acumulador. También podías hacer que el programa corriera a lo largo de un texto en busca en una palabra determinada, creando un indicador.  Pero lo más flipante es que podías meter dentro del bucle cualquier otra instrucción que te permitiera tu lenguaje de programación… Y aquí las posibilidades llegan hasta el infinito. Podías meter incluso bucles dentro de bucles… ¿Y si esa fuera la auténtica estructura de la realidad? ¿Y si el tiempo en el que vivimos no fuera lineal sino cíclico tal y como pensaban griegos y orientales? ¿Y si mi vida no fuera más que repeticiones con variación, que ciclos dentro de ciclos dentro de ciclos…? ¿Y si toda la historia del pensamiento no fuera más que un circulus in demostrando?

comentarios
  1. Pepe Tachella dice:

    Excelente!! Un mínimo comentario: Creo que en la «caja de herramientas» hay muchas que no están al alcance de la conciencia: funcionamiento de los órganos (hígado, lacrimales, etc) y actividades automatizadas (andar en bicicleta, actos reflejos, etc) y que algunas de ellas son «entrenables». También que se enriquecen al depositar conocimientos en símbolos externos como las señales de tránsito o, la que recomiendo, obras de arte, textos, etc.
    Todo ayuda a enriquecer las perspectivas.
    Gracias por hacerme pensar…

  2. Willow99 dice:

    Es curioso lo frecuente que es que los no profesionalmente informáticos confundir «recursividad» con «iteración». Los bucles «for», «while» y demás son iterativos. Algo se repite un número de veces. (Pueden ser infinitas veces). En parte se parece y está relacionado, pero no es lo mismo que recursividad. Recursividad es cuando un elemento se llama a sí mismo. Por ejemplo: mis ancestros son mis padres y los ancestros de mis padres. Incluye una repetición «hacia atrás» (o más de una), pero lo distintivo es la invocación de lo definido dentro de la definición. Es típico, en asignaturas de introducción a la programación, que un bucle como el For mencionado se utilice en ejercicios como una manera alternativa, diferente, de resolver problemas que también se solventan con recursividad.

  3. Willow99:

    Cierto, tienes razón, aquí estoy confundido y confundiendo. Gracias por la aclaración. Voy a cambiar «Recursividad» por «Itericidad»… ¿»Iterativilidad» mejor? ¿O «ciclo iterativo»? ¿O tan solo «Iteración»? ¿O «bucle» sin más adornos? Creo que pondré «bucle» que me parece más conciso y menos pedantón.

  4. Memerto dice:

    Santiago:

    Eso de estímulo supernormal es algo con lo que los Cenobitas de Hellraiser estarían de acuerdo.

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