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Más del 99% de las especies que existieron alguna vez se han extinguido. Aceptar este dato estadístico supone una sentencia de muerte para el sapiens. Nos extinguiremos, ¿o seremos, contra todo pronóstico,  parte de ese selecto grupo de menos del 1% de especies que han resistido? El dato es engañoso: muchas especies de ese 99% no es que se extinguieran del todo, sino que evolucionaron hacia otras especies diferentes. La historia cambia: el sapiens, lo más seguro, es que evolucione hacia otra especie diferente. Pero, ¿sigue el sapiens evolucionando?

Una primera aproximación nos daría una respuesta negativa. En las sociedades actuales no existe una selección reproductiva, es decir, genes buenos y malos consiguen pasar a la siguiente generación ya que la presión selectiva es muy débil (nuestra mortalidad es bajísima comparada con la de cualquier especie, y los feos y débiles, al final, también ligan), además de que, al ser la natalidad tan baja, ni siquiera se produce una selección por fertilidad (si tuviéramos muchos hijos, los genes de las parejas más fértiles se extenderían sobre los otros, pero ni eso). En cualquier caso, si estamos evolucionando, lo hacemos de un modo muy, muy lento.

Sin embargo, pensándolo con más detenimiento, la respuesta es positiva. ¿Qué es lo que necesitamos para que exista evolución? Variabilidad genética y selección natural. La variabilidad genética en el ser humano es grandiosa. Todos los seres humanos somos genéticamente diferentes (menos los gemelos univitelinos). Si por ejemplo, juntamos a un español con una japonesa (al ser de grupos étnicos diferentes su diferencia genética será entre el 15 y el 20% mayor que la normal, que es de aproximadamente un nucleótido por cada mil), diferirán en unos tres millones y medio de nucelótidos en total. El número de gametos diferentes posibles será igual a elevar esa cifra a dos, lo cuál nos dará un uno seguido de 900.000 ceros (número mayor que el número estimado de átomos en el Universo).

Bien, ¿y que hay de la selección? En primer lugar, la presión selectiva no es tan baja como pudiera pensarse. Nuestro entorno cambia hoy mucho más deprisa que en cualquier otra época de la humanidad. Nuestros ancestros homínidos se enfrentaban a medios que no cambiaban en miles de años mientras que nuestras sociedades posindustriales cambian notablemente en cuestión de décadas. Por ejemplo, factores como las costumbres alimenticias, el desarrollo de medicamentos, hábitos de higiene, polución, etc. cambian en pocos años. La baja mortalidad se compensa con un ecosistema cambiante.

En segundo lugar,  la mortalidad suele  contarse a partir del nacimiento, sin tener en cuenta que la proporción de abortos naturales es terriblemente alta (Dios como el gran psicópata en sus propios términos antiabortivos) . Las estimaciones actuales sitúan la mortalidad prenatal entre el 30 y el 60 por ciento de los embriones concebidos. La mayoría de esos fallecimientos vienen dados por taras genéticas, lo que constituye un efecto selectivo beneficioso para la población.

Y en tercer lugar, el hecho de que el promedio de natalidad sea bajo no implica que no exista una selección por fertilidad. Que el promedio de natalidad fuera en España de 1,37 en 2006, no quiere decir que todas las parejas sólo tenían un hijo y unas pocas dos, sino que habría parejas que tendrían nueve y otras ninguno. La tasa de natalidad es una media aritmética pero para que exista selección por fertilidad lo que importa es la varianza entre el número de hijos. En ese caso sí que hay selección por fertilidad. Si de nueve parejas, ocho tienen sólo un hijo y una tiene ocho, la tasa de natalidad estará en dos, pero habrá una alta varianza. El genoma de la familia con ocho hijos se extenderá sobre los de las demás familias. Y es que tener pocos hijos y tener muchos pero que mueran sin reproducirse, es lo mismo para la selección natural: los hijos no tenidos son equivalentes a hijos tenidos pero muertos antes de reproducirse. Por lo tanto, en especies con baja natalidad se da selección natural exactamente igual que en especies con mucha natalidad y alta mortalidad.

Así que ni la baja natalidad ni la menor mortalidad implican que el ser humano ha dejado de evolucionar. Lo triste del asunto es que, aunque evolucionáramos muy rápido, ninguno de nosotros estará allí para ver en qué se convierte nuestra especie.

Todos nuestros primos se extinguieron. El árbol filogenético del sapiens es una muestra de fracaso evolutivo. Los parántropos se extinguieron, constituyendo una rama muerta; los bípedos australopithecus , los ingeniosos habilis, los erectus, los ergaster… incluso los neanderthales, que convivieron con nosotros y eran nuestros iguales, también se extinguieron. Desde que, hace unos seis millones de años, nuestro linaje se separara de los primates sólo una especie ha sobrevivido en radical soledad.

Una hipótesis filogenética de los homínidos

Nos tenemos que contentar con los chimpancés como nuestros parientes vivos más cercanos. ¿Por qué? ¿Cómo es posible que siendo los sapiens la «especie elegida» todas las especies similares se hayan extinguido? ¿Cómo es posible que los neanderthales, nuestros hermanos  (incluso tenían el cerebro más grande que nosotros), se extinguiera mientras que algo tan «simple» como un helecho haya sobrevivido millones de años? ¿Es que acaso la inteligencia no es la mayor ventaja evolutiva? ¿No es la técnica lo que nos ha hecho dominar el planeta? ¿Cómo es posible que si ellos también la poseían acabaran por extinguirse?

Se ha hablado mucho  de la «indigencia biológica» del sapiens. No tenemos garras, ni colmillos, ni piel gruesa, ni corremos mucho, ni somos fuertes… Del mismo modo estamos bastante inespecializados. Mientras que la selección natural tiende a hacer individuos perfectamente adaptados al medio, el sapiens parece ir en dirección contraria. En vez de especializarse en un tipo concreto de alimento, es omnivoro; no está hecho para el desierto ni para las nieves antárticas, sino que aguanta una amplia gama de temperaturas; y sus manos liberadas, prensas de precisión de pulgar oponible son el gran ejemplo de inespecialización por antonomasia.  Las manos no sirven para nada en concreto y sí para muchísimas cosas. También está nuestra larguísima infancia. En la mayoría de las especies, la juventud es muy corta, llegando en muy poco tiempo a la forma adulta, que conservarán durante la gran parte de su vida. Parece lógico que en un mundo en donde la lucha por la existencia marca sus duras leyes sobrevivan los que tienen forma adulta durante más tiempo, entendiendo «forma adulta» como la que despliega la mayor parte de ventajas evolutivas. ¿No parece ir contracorriente tener una infancia de casi un cuarto total del tiempo de vida? Además, somos una especie bastante neoténica (conservamos rasgos infantiles como el cráneo redondeado o la ausencia de hocico. Nos parecemos más a un feto de mono que a un mono). ¿Por qué? Porque para que surja nuestra inteligencia hace falta un largo proceso de aprendizaje, sólo posible siendo niños el mayor tiempo posible. En las demás especies, al no tener infancia, su conducta se determina fija muy pronto, no aprenden casi nada. Además, la especie humana tiene una gran cantidad de neuronas adapatativas, neuronas inespecializadas a la espera de que se les de función (esto es la neuroplasticidad de la que tanto se habla hoy en día). El Sapiens está menos determinado, su conducta está menos «cableada» que la de ningún animal; es, con mucha diferencia, el animal con mayor capacidad de aprendizaje y, por lo tanto, el que puede llevar formas de vida más diferentes. De aquí la diversidad cultural.

Nos parecemos más a un feto de mono que a un mono

Muy bonito todo, curioso animal el sapiens, pero ¿por qué se extinguieron nuestro primos? Parece que las ventajas evolutivas que puede darte una inteligencia superior no se ven claramente hasta que tu inteligencia es muy superior. Si eres un habilis, eres ya el ser más listo del planeta pero… ¿cuánta ventaja puede darte tu inteligencia? Haces lanzas con palos de madera y cortas la carne con piedras… Sí, pero, si te encuentras con un tigre dientes de sable… ¿de qué te vale tu prematura inteligencia combinada con tu triste «indigencia biológica»? De algo, sin duda, si no no hubieras evolucionado, pero no es una garantía absoluta. Creo que la inteligencia sirve para sobrevivir siguiendo una progresión geométrica. Siguiéndola, al principio, hasta que la progresión no se dispara, las garantías de supervivencia que da el ingenio son bajas. Nuestros parientes no eran tan listos y sus condiciones de vida debían ser terribles.

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La orquídea y el helecho

Publicado: 18 diciembre 2008 en Evolución
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Orquidea PhalaenopsisTengo en casa una orquídea Phalaenopsis. Es una planta muy espectacular. Tiene una maceta transparente ya que sus gruesas raíces verdes realizan la fotosíntesis y tiene unas grandes hojas que surgen de dos en dos formando un ángulo de unos 120º entre ellas. De la maraña de raíces salen dos tallos de un verde oscuro que llevan a lo más fascinante de esta planta: sus flores. En la foto las podemos ver. A la sutil forma geométrica de cinco pétalos, se une esa especie de pista de aterrizaje para insectos en la que hay una pequeña mariposa postiza de vivos colores rosas y amarillos. Es alucinante como la naturaleza se las ingenia con estrategias evolutivas como ésta. Una mariposa revolotea y se acerca a la orquídea atraída por sus colores y por lo que parece ser otra mariposa. Cuando la mariposa aterriza, es impregnada con el polen y ya está: lo llevará a tantas otras flores donde se pose. La historia es asombrosa: una planta evoluciona para engañar a un insecto y utilizarlo como si fuera otro elemento cualquiera del medio. Igual que las raíces buscan agua en dónde más puede haber (en las entrañas de la tierra, donde no se evapora tan rápido), las flores buscan para reproducirse los mejores modos, incluido el engaño, claro está (¿Cuántas veces hemos visto el engaño como estrategia evolutiva en el mundo animal?).

Leí en el bonito libro de Jean-Marie Pelt Las plantas. Amores y civilizaciones vegetales que las orquídeas (cuyo nombre significa curiosamente tésticulo en griego), con unas 25.000 especies diferentes, eran la cumbre de la evolución en el mundo vegetal (poéticamente podríamos decir que son las homo sapiens de las plantas). Al lado de la Phalaenopsis tengo un helecho. Las comparaciones son odiosas. El helecho no tiene flores, es de un verde más apagado y se lo ve rudo, mucho más rudo y poco evolucionado que la orquídea.  Sin embargo el éxito evolutivo del helecho es impresionante: son las plantas dominantes en el carbonífero. Hay evidencias fósiles de helechos de 395 millones de años de antigüedad, mientras que las orquídeas pueden tener a lo sumo entre 76 y 84 millones de años (fueron compañeras de los dinosaúrios). Como vemos, la evolución no tiene por qué premiar la belleza o la mayor perfección. Premia que tengas unas características adecuadas para un medio adecuado, nada más. Mi querida Phalaenopsis podría perder en la lucha por la vida con mi triste helecho.