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En el programa electoral de VOX no encontramos mucho más que una serie de soluciones simplistas, propias de una tertulia de bar después de un par de copas. Simplismos como eliminar el estado de las autonomías, poner un «muro infranqueable» en nuestras fronteras africanas, eliminar toda la ley LGTBI, etc. son clásicos eslóganes «todo o nada» que ignoran burdamente la enorme complejidad que representan los problemas de este país. Lo grave no es que sean soluciones de extrema derecha, sino que cuelen y reciban votos.

Cada partido político sabe muy bien las debilidades de sus contrincantes y los temas que hay que tocar. Así, el tema de la inmigración es un clásico de la derecha. Es muy fácil recurrir a unos sistemas límbicos diseñados para defender al igual y sospechar del diferente, para echar la culpa de todos nuestros males a los inmigrantes. Entonces se crea un muñeco de paja: la izquierda abre las fronteras de par en par creando un gran efecto llamada… Los inmigrantes nos quitan los puestos de trabajo, reciben más ayudas que nosotros, traen terrorismo y delincuencia, vienen aquí a hacer turismo sanitario, etc. Esa misma táctica la ha utilizado el independentismo y, en general, es usado por cualquier partido nacionalista o regionalista. Y lo triste es que funcione ¿Alguien cree, realmente, que los principales problemas sociales y económicos de este país se deban a la inmigración? De la misma forma, ¿algún catalán se cree que los principales problemas sociales y económicos de Cataluña se deban a su unión con el resto de España? Pues, lamentablemente, muchos parecen creérselo o, al menos, eso parecen decir las urnas. Y, quizá, lo más grave es que los mismos políticos que impulsan estas ideas se las crean. Yo prefiero que los de arriba me engañen a que sean imbéciles, pues temo más a estos últimos que a los mentirosos de toda la vida.

Son las Políticas de la Tribu: discursos que eluden nuestro neocórtex racional para ir, directamente, a nuestras entrañas paleomamíferas y reptilianas. A todos nos gusta sentirnos miembros de un grupo, hermanados con nuestros semejantes, nuestro pueblo, nuestra nación, los nuestros. Y también llevamos muy mal responsabilizarnos de nuestros fracasos si tenemos a nuestra disposición un chivo expiatorio: los otros (inmigrantes, golpistas, rojos, fachas, empresarios, mercados…). También tenemos una cierta tendencia innata a seguir a líderes carismáticos (es lo que Erich Fromm llamó miedo a la libertad), a la seguridad que nos da su fuerza, a preferir perder derechos a cambio de la supuesta  seguridad que prometen… Somos miedosos, se nos asusta fácilmente y cuando hay miedo nos agarramos a un clavo ardiendo, al primero, sea el que sea, que nos promete una solución fácil y rápida a ese sentimiento tan desagradable. Pensar es costoso y nos da pereza, por lo que preferimos que nos hablen en cristiano, de forma clara y sencilla (Solemos confundir simplicidad con franqueza y honestidad. Esa, quizá, es una de las claves del éxito de Trump) y sospechamos del lenguaje oscuro de los intelectuales (quizá por eso John Kerry perdió contra George W. Bush). Así, a nuestras entrañas les encantan políticos como Santiago Abascal o Vladimir Putin, les encantan estos machos alfa, guardianes de la manada, adalides de lo nuestro.

Es por eso muy importante el impulso de una vieja idea ya defendida hace unos años por Tony Blair: la Política Basada en Evidencias.  Muy sencillo: las políticas públicas han de estar basadas en estudios empíricos, o más técnico: hay que incorporar mucho más conocimiento a cada una de las fases de la decisión política. De este modo se quita peso a la ideología (es muy necesario matar las ideologías) y se intenta combatir esta epidemia de desinformación propia de opinólogos y tertulianos, de intelectuales orgánicos (véase el concepto de Gramsci) que defenderán contra viento y marea las decisiones del partido al que sirvan, de fake news, de eslóganes, de postverdades, y de amarillismo periodístico que asola nuestros medios.  Me encantaría que cada vez que alguien defiende tal o cual cosa, tuviera, necesariamente, que avalarlo con multitud de datos. Y es que, no entiendo muy bien por qué razón, damos valor a la mera opinión de alguien. No entiendo por qué alguien puede decir algo y avalarlo sólo con la justificación de que es su opinión. Además, y solo por eso, ¡debemos respetarla! Es decir, yo, sólo por el hecho de ser yo, tengo derecho a decir la estupidez que se me ocurra y todo el mundo tiene que respetar lo que digo. No, el derecho a la libertad de expresión y pensamiento conlleva la responsabilidad de no decir la primera ocurrencia que me venga a la cabeza, sino intentar que mi opinión se asemeje lo más posible a la verdad, es decir, que, al menos, esté bien informada.

Por poner un sencillo ejemplo, VOX habla de eliminar las autonomías no solo por contrarrestrar el independentismo, sino por la clásica tesis liberal de que hay que adelgazar al máximo el Estado: funcionarios, los mínimos posibles. Entonces se lanzan las típicas y tópicas soflamas: funcionarios vagos, ineficientes, enchufados, puestos a dedo… dibujando un país que sufre la costosa superinflación del sector público. Pues bien, si uno va a los datos ve que esto no se sostiene por ningún lado. Fuentes de la OECD nos dicen que el porcentaje de funcionarios con respecto a toda la población empleada en España es del 15,7%, en la misma línea de países tan liberales como Estados Unidos (un 15,3%) o Gran Bretaña (16,4%), y muy por debajo de las siempre ejemplares socialdemocracias nórdicas (Suecia 28,6%, Dinamarca 29,1% o Noruega 30%). Según los datos en España no hay un superávit de funcionarios.

Y también hay que tomar clara consciencia de que no hay soluciones fáciles ni simples para ningún problema ¿O es que si fuera así no se habrían solucionado ya? Hay que tener en cuenta que cualquier decisión política genera una cascada de consecuencias que son, muchas veces, muy difíciles de predecir. De la misma forma, problemas como el desempleo, el fracaso escolar, la precariedad laboral, etc. no tienen una clara y única causa, sino que son problemas multicausales que, consecuentemente, necesitan soluciones a muy diversos niveles. A mí me hace gracia como en mi entorno laboral, el educativo, se intentan solucionar todos los problemas solo a golpe de reforma educativa, solo mediante una nueva y, supuestamente milagrosa, ley. No, el problema de la educación solo puede solucionarse desde muchos niveles pues es un problema que supera, con mucho, el poder de maestros y profesores. El problema de la educación es un problema social, económico, cultural, etc. que tiene que afrontarse conjuntamente desde todos esos niveles a la vez. Tendemos a caer en un cierto solucionismo político, creyendo que los políticos son omnipotentes y que pueden solucionarlo todo por si solos (y que cuando no lo hacen es porque no quieren, ya que siguen otros intereses ocultos). No, los políticos solo pueden hacer leyes y las leyes tienen su poder, pero no pueden resolverlo todo. De hecho, de nada vale una ley si no hay una voluntad clara de cumplirse ni unas autoridades con las herramientas necesarias para hacer que se cumpla, sancionando su incumplimiento, que es lo que ocurre en España cuando el poder judicial trabaja con medios precarios.

La izquierda, desgraciadamente, ha dejado completamente estas directrices, alejándose de lo empírico para situarse casi en su opuesto dialéctico: la débil posmodernidad incapaz de cualquier respuesta firme a, prácticamente, todo, lo cual lleva, necesariamente, al neoconservadurismo que ya denunció hace tiempo Habermas. Y es que si los referentes intelectuales de la izquierda son gente como Zizek o Biung-Chul Han, mal andamos ¿De verdad que no se cansan siempre de la misma historia? No puedo entender como a estas alturas pueden defenderse planteamientos como los de Lacan, Deleuze, Althusser… retornar a postulados freudianos… y, por supuesto, renunciar a toda validación científica ya que la tecno-ciencia se considera como instrumento y parte del alienador sistema capitalista.

Por eso hace falta que la izquierda (y la derecha también) vuelva a los antiguos valores de la Ilustración de donde, supuestamente, nació el Estado Liberal de Derecho que todos disfrutamos. Coincido completamente con el espíritu de Steven Pinker en su última obra (con todos los matices a su interpretación histórica que quieran hacerse). Una buena noticia sería ver a nuestros políticos dar pasos en esa dirección y no al contrario. En el tema de Cataluña estaría muy claro: la Ilustración defendió un ideal cosmopolita alejado de los ideales nacionalistas que llegarán en el XIX y que nos llevarán a Auschwitz. Ante el independentismo no nacionalismo sino universalismo. La izquierda debería combatir con firmeza el nacionalismo ya que, precisamente, éste nació del Romanticismo, es decir, del movimiento contrailustrado por excelencia.

La derecha, en vez de radicalizarse hacia el ultrapatriotismo, debería volver a sus orígenes: el liberalismo clásico, es decir, a la defensa de la libertad del mercado y de las libertades individuales. UPyD fue un partido interesante en esa línea y, desgraciadamente, Ciudadanos podría haber sido un partido auténticamente liberal si no se hubiera escorado hacia ese nacionalismo que, paradójicamente, es idéntico al que pretende combatir. Sería muy positivo que la derecha ensayara lo que Anthony Giddens denominó la Tercera Vía, en vez de coquetear con el extremismo con tal de arañar votos.

 

Como era de esperar la impopular ley de economía sostenible ha sido aprobada con amplio acuerdo parlamentario. No sé qué es lo que el PSOE habrá prometido al PP a cambio de su apoyo, pero el acuerdo prueba, una vez más,  que no significa nada que una ley esté muy avalada por el Parlamento (si Rousseau levantara la cabeza). Que la protección de un determinado grupo empresarial y un intercambio de favores entre partidos sean el modus operandi de las legislaciones dista mucho de esa búsqueda del bien común que da legitimidad a nuestras democracias según sus ingenuos impulsores ilustrados. Una lástima.

La ley Sinde es así. La ministra sólo ha actuado siguiendo las presiones de los lobbies de la industria audiovisual, nada más, sin vistas a algún bien social o modelo de sociedad concreto. Los árboles no le han dejado ver el bosque. Antes de legislar sobre Internet, primero hay que entenderla.

Los orígenes de la red datan de aquellos maravillosos 60, cuando la Guerra Fría amenazaba la proposperidad de las potencias Occidentales. El Departamento de Defensa norteamericano financió ARPANET, un sistema de comunicaciones especialmente diseñado para la guerra (o, sencillamente, para suplir el fallo de los nodos de conmutación poco fiables de esa época), pensado para resistir a pesar de fallos. La red ARPA se basaba en estructurar las comunicaciones de un modo no unidireccional. Si tenemos un cable que conecta el punto A con el B, si el cable se daña, el mensaje que parte de A nunca llegará a B. Sin embargo, si tenemos muchas rutas diferentes para llegar de A a B, no pasa nada si alguna de ellas se rompe, porque nuestro mensaje podría seguir otras rutas. He aquí la ideal forma de red. Además, para más fiabilidad, los mensajes no se enviaban de una vez, sino divididos en paquetes. Si tenemos problemas, habrá una mayor probabilidad de que algún fragmento del mensaje llegue al mandarlo fragmentado que si lo mandamos de una vez. Mejor un trozo que nada.

En la actualidad la red mantiene estos principios. Internet es una red de redes, cuyas redes componentes sólo tienen que tener una propiedad común: tener una vía abierta para que las demás puedan entrar y para que ella pueda salir a las demás. La esencia de Internet reside en su extrema comunicabilidad, por constituir el perfecto paradigma del laissez faire de los fisiócratas del XVIII. En este sentido, es el cumplimiento del ideal universalista y cosmopolita de la Ilustración. Los caducos estados-nación surgidos de la Edad Media y cuyo concepto sólo ha causado exclusión y hostilidades son superados por la red, precisamente, porque ésta no tiene fronteras, deja el paso libre para el tránsito de productos e información. Internet se define por ser el ámbito de la libertad por antonomasia, ideal libertario donde los halla.

¿Qué pasa si legislamos la red? El problema no estaría tanto en hacer leyes buenas o malas, justas o injustas, sino en que la misma red está hecha para evitar cortapisas. Si ponemos aduanas, la información buscará nuevas rutas para evitarlas. La esencia de la red reside en su radical ingobernabilidad. Y ante esta revolución de las comunicaciones, mucho mayor que la de Gutenberg, la ministra lanza una ley pactada en diez minutos en los pasillos de la Moncloa. La ministra quiere parar un huracán con un paraguas.

Véase La ley Sinde: ¿Qué significa robar?

José Cadalso nos obsequió con la obra más representativa de la tristemente fallida ilustración española: Cartas marruecas (1789). Vamos a recoger aquí algunos fragmentos para ver su sorprendente actualidad:

«Son muchos millones de hombres que se levantan muy tarde, toman chocolate muy caliente, agua muy fría, se visten, salen a la plaza, ajustan un par de pollos, oyen misa, vuelven a la plaza, dan cuatro paseos, se informan en qué estado se hallan los chismes y hablillas del lugar, vuelven a casa, comen muy despacio, duermen la siesta, se levantan, dan un paseo al campo, vuelven a casa, rezan el rosario, cenan y se meten en la cama (Carta LXXXV)».

¿No es esto lo que hoy denominamos como vivir del cuento? ¿Y no es esto, en el fondo, a lo que aspiran millones de españoles, nuestro «sueño español»? ¿No se entronca esto muy bien con el espíritu de la picaresca y con el mundo de los «señoritos»?

«El atraso de las ciencias en España en este siglo, ¿quién puede dudar que proceda de la falta de protección que hallan sus profesores? Hay cochero en Madrid que gana trescientos duros, y cocinero que funda mayorazgo; pero no hay quien no sepa que se ha de morir de hambre como se entregue a las ciencias […] Los pocos que las cultivan son como los aventureros voluntarios de los ejércitos, que no llevan paga y se exponen más. Es un gusto oírles hablar de matemáticas, física moderna, historia natural, derecho de gentes, antigüedades y letras humanas, a veces con más recato que si hicieran moneda falsa. Viven en la oscuridad y mueren como vivieron, tenidos por sabios superficiales […] Pero yo te aseguro, Ben Beley, que si señalasen premios para los profesores, premios de honor o de interés, o de ambos, ¡qué progresos no harían! Si hubiese siquiera quien los protegiese, se esmerarían sin más motivo positivo; pero no hay protectores  (Carta VI)».

La falta de apoyo tanto institucional como privado al desarrollo de las ciencias y a los intelectuales en general no es una novedad de nuestros tiempos. Que España es un país con una larga tradición antiintelectual no es más que una triste certeza.

Plaza Roja de MoscúParece haber un acuerdo tácitamente aceptado por toda la comunidad intelectual de entender el ideal de progreso propuesto por los ilustrados como un mito, como una promesa falsa. El fracaso de esta idea parece dar con el traste de un tirón con todo el significado de la Modernidad o de la Ilustración. Como la idea de progreso parece falsa, la Modernidad es falsa, pasemos página y vayamos a otra cosa.

¿En qué se basan para afirmar en eso? En que el Siglo XX, siglo que se ve como el cúlmen de la Modernidad (no entendemos por qué), fue la prueba demostrativa de que las promesas ilustradas eran falsas. Un siglo con dos guerras mundiales, dos bombas atómicas, gulags, Auschwitz, deterioro medioambiental, Tercer Mundo… no era aquel paraíso terrenal que prometía el Siglo de las Luces. Las guerras mundiales fueron las más mortíferas de la historia de la humanidad debido a que en ellas se utilizaron todos los avances científicos y tecnológicos existentes; la degradación medioambiental sería imposible a la escala en la que hoy sucede sin la tecnología fruto de la idea de progreso; la amenaza nuclear que hasta hace poco acechaba como un espectro sobre el mundo era imposible sin la fórmula de Einstein. Parece como si gran parte de las desgracias de la tierra fueran culpa de la ciencia y la tecnología, o de esa razón instrumental que parece ser que es la única que pueden usar los científicos y los ingenieros (por lo visto si haces ciencia pierdes inmediatamente la capacidad de escribir poesía o de enamorarte).

Estos ataques se deben fundamentalmente a una serie de terribles confusiones. Es cierto que algunos pensadores ilustrados, y no tan ilustrados, creían que el progreso en todos los sentidos (no sólo tecnológico) sería algo ilimitado, que crecería y crecería al hasta el infinito como por arte de magia. Esta idea, que aún se mantiene en muchos sectores (sobre todo económicos) no es que sea falsa (no podemos comprobar una afirmación que habla sobre el futuro ya que éste aún no ha llegado) pero sí que parece contener una serie de presupuestos peligrosos:

super-maquina1. Da la impresión de que la ciencia o la tecnología «tienen vida propia», es decir, de algún modo pueden avanzar por sí mismas. Esta perspectiva ignora que detrás de ellas existen personas que son las que realmente las hacen avanzar. La ciencia y la técnica se dan en sociedades determinadas, con características muy concretas. Una sociedad en la que se prohíba o no se fomente la investigación, difícilmente tendrá progreso científico. Esta tendencia mística de «dar vida propia» a cualquier entidad que se desarrolla en la historia con independencia de sus componentes o circunstancias hunde sus raíces en la filosofía hegeliana.  Para Hegel el Espíritu Absoluto avanza autoconociéndose en la historia, y avanza con o sin nuestro permiso. Los héroes de la historia favorecen este avance pero muchas veces no lo saben: son las astucias de la razón. Siguiendo este esquema, muchos pensadores han hablado de procesos transhistóricos que funcionan por sí mismos (el marxismo clásico es el otro gran ejemplo). Esta forma de pensar es una sofisticadísima versión del animismo o hilozoismo de Tales de Mileto.

2. Afirmar que la ciencia y la tecnología son malas o buenas es caer del modo más ingenuo en la falacia naturalista. Las cosas no son buenas ni malas, sino que lo que será bueno o malo es el uso que se les de. Una fórmula matemática no es mala ni buena, será mala si se utiliza para diseñar misiles nucleares con el fin de atacar ciudades y será buena si con ella encontramos vacunas. El conocimiento no es bueno ni malo, su uso es lo bueno o malo. Por lo tanto, el progreso de la ciencia y de la técnica no es bueno en sí mismo, será bueno si con él conseguimos hacer cosas buenas y, efectivamente, no siempre ha sido así.

3. No es posible mantener que el progreso sea algo ilimitado. Me llena de perplejidad pensar que llevó a estos pensadores a hablar de un progreso infinito. ¿Por qué ha de ser infinito? ¿Qué indicadores había para lanzar tal afirmación? Me parece algo absurdo. Supongamos que la medicina progresa de tal manera que es capaz de curar todas las enfermedades. Podríamos decir que estamos ante el final de la medicina, pero esto no es equivalente a decir que su progreso haya sido infinito. Lo mismo podemos decir del progreso en cuestión de la defensa de los Derechos Humanos. El día en el que en el mundo no se violara ningun precepto de la Declaración de los Derechos Humanos podríamos decir que hemos dado un salto de gigante en el progreso, pero no que puede darse un progreso ilimitado en cuestión de derechos. En el fondo, lo que suena mal es la noción de infinito aplicada a una realidad que no soporta nada bien esta categoría. Por otro lado se ha visto que el crecimiento económico e industrial conlleva el deterioro del medioambiente. Los recursos naturales son limitados por lo que un crecimiento ilimitado es imposible.

Hasta aquí la crítica legítima a la noción de progreso. Vayamos ahora a examinar lo que realmente hay de positivo en ella y por lo cual no es una idea para nada desdeñable:

1. Negar rotundamente la idea de progreso es negar la creencia en que se puede mejorar. Negar el progreso llega necesariamente a posturas manifiestamente absurdas. ¿Qué sistema político podríamos proyectar que no tuviera como objetivos la mejora de los ciudadanos en mayor o menor medida? ¿Que acción humana razonable no está destinada en alguna medida a mejorar algo? Negar el progreso lleva como poco al inmovilismo y al ultraconservadurismo, y en casos extremos, al escepticismo y al nihilismo.

2. El nivel de vida que se ha conseguido en los países occidentales a día de hoy es, comparándolo con toda época histórica conocida, el mejor hasta la fecha. Este logro se debe al progreso tecnológico, por un lado, y al progreso democrático por el otro. Cualquier persona de clase media en nuestro país vive en unas condiciones materiales superiores a las de un rey de la Edad Media y tiene más derechos y está más amparado por la ley que en ningún otro momento de la historia.  Es cierto que nuestras sociedades distan mucho de ser perfectas y que queda mucho por hacer, pero negar que estamos en las mejores condiciones materiales y sociales de la historia es negar una evidencia. Las visiones apocalípticas de los religiosos que afirman que vivimos en una época de degeneración, de pérdida de valores morales y de deshumanización sin precedentes, no son más que puntos de vista distorsionados y exagerados. No creo que seamos mucho más infelices ni malvados que en cualquier otra época histórica, pero sí sé que la luz eléctrica o la vacuna de la gripe han mejorado nuestras vidas.Niños refugiados en la guerra de Korea

3. Aún viviendo en Occidente en la mejor época histórica hasta la fecha, es cierto que estamos muy lejos del paraíso terrenal que prometieron algunos ilustrados y que intentó llevarse a cabo de modo radical por el marxismo. ¿Es razón suficiente esta para calificar de mito la idea de progreso? Evidentemente no. Ya hemos dicho que la ciencia y la tecnología pueden ser usadas para lo que se quiera. La Ilustración nos decía que progresaríamos si utilizamos la ciencia y la tecnología de un modo racional. ¿Utilizar la física cuántica parar crear bombas nucleares es una forma racional de usar la ciencia? ¿utilizar los avances de la química para fabricar gas Ciclón y gasear a judíos? Parece que no. El hecho de que no hayamos conseguido el paraíso se debe a que no hemos sido lo racionales que deberíamos haber sido, a que hemos hecho un mal uso de nuestras posibilidades. Tenemos todo el futuro para enmendar nuestros errores.

En la actualidad el concepto de progreso parece haber sido sustituido por otro: el de desarrollo sostenible. Si bien su significado se refiere fundamentalmente al respeto al medioambiente, parece estar límpio de estos tintes utópicos e hiperoptimistas de la concepción incial que hemos criticado. El desarrollo sostenible ha de entenderse como una búsqueda de los mejores medios para conseguir unos fines siempre deseables, como un progreso muy consciente de sus limitaciones y del peligro que toda nueva empresa comprende necesariamente. Este concepto debe suponer una nueva reflexión sobre las finalidades humanas y los medios adecuados para conseguirlas.